Adiós al «Sabio de Hortaleza»
Lágrimas de fútbol
Todo su deporte acudió a despedir a Luis al Tanatorio de La Paz. «Ningún jugador ha hablado mal de él», destacaban los veteranos en los corrillos
Pablo M. Dorado / D. García
Madrid- «De jugador no recuerdo ni que llevara reloj, pero como entrenador era muy metódico. Iba siempre con su agenda, lo llevaba todo apuntado», recuerda Carlos Peña, delegado eterno del Atlético de Madrid. A la puerta de la sala 15 del Tanatorio La Paz, se agolpaban los amigos, los familiares y las anécdotas. Carlos Peña, todo carácter, era el que animaba a los que le rodeaban, contando alguna de las miles de historias que vivió al lado de Luis Aragonés. Primero como jugador, después como entrenador. «Eran muchos días de convivencia, muchas concentraciones, las pretemporadas, los veinte días de giras. Al final terminas hablando de cosas que no hablas ni con tu familia», recuerda Carlos. Todos, alrededor, se animaban a exponer sus recuerdos,. «Ningún jugador ha hablado mal de él», decía uno de sus sobrinos. Y, después, el corrillo se preguntaba si alguna vez había explicado por qué dejó de llamar a Raúl a la Selección.
Recuerdan su generosidad, nunca le faltaba dinero para prestar al que lo necesitaba, pero todos coinciden en que no era fácil convivir con ese carácter que le hizo diferente. «Cuando le veías entrar en el vestuario, con las gafas caídas y mirando por encima, era mejor esconderse», afirma Carlos Peña. Ese carácter hacía que todas las mañanas Carlos y el doctor Aparicio le saludaran educadamente, «buenos días», sin encontrar respuesta. Hasta que un día, cansados, decidieron no saludar. Luis pasó delante de ellos sin encontrar el saludo acostumbrado. Se giró y les dijo: «Son ustedes unos maleducados. ¿Qué pasa, que no saludan?».
El homenaje pretendía ser íntimo. El Atlético de Madrid quiso trasladarlo al Calderón, pero su familia decidió que Luis había sido un hombre público, pero su duelo pertenecía sólo a la familia. «Hemos pedido autorización a la familia para hacer un funeral en el que todos los atléticos se puedan despedir de él. Queremos pedir permiso a la Almudena para hacerlo la semana que viene», confesó Miguel Ángel Gil.
Dentro, en la sala, está la familia más cercana. Pepa, la mujer, y los hijos. También alguno de los veteranos que compartieron la vida entera a su lado. Adelardo, el capitán del Atlético campeón de la Intercontinental, entra y sale sin encontrar su sitio. Se asoma al corrillo, pero vuelve a marcharse. A su alma le falta un trozo desde hace unas horas. Dentro, el «Pechuga» San Román, sentado en un sillón, se pelea con las lágrimas que se empeñan en saltar a sus mejillas. San Román, además de amigo, era su representante, junto a su inseparable Pepe Navarro. A Collar, otro de los de siempre, le faltan la voz y los ánimos para expresar todos los recuerdos que se le venían a la cabeza.
A Luis Pereira, en cambio, se le iluminaba la cara al recordar al amigo perdido. «Era una persona espectacular, como un padre para todos los que le conocimos», afirma. Aunque no se libró de discutir con él. «Jugábamos un torneo en Sao Paulo y recuerdo que me planté solo delante del portero. Pero en vez de chutar, decidí pasar el balón pensando que estaba detrás de mí. Pero no había nadie, él estaba mucho más atrás. ''Negro, ¿pero qué haces?'', me dijo en tono de cachondeo», cuenta el brasileño. Porque a Pereira siempre le llamó «negro». Sin racismos, sólo por la evidencia del color de la piel, con la misma naturalidad que explicó en una sala de prensa que Thierry Henry, en realidad no era negro. «Negro es Keita, que es azul», decía.
Los periodistas esperan en manada a las puertas del tanatorio mientras la historia del fútbol español entra y sale para presentar sus respetos al hombre que cambió la historia del fútbol español. Vicente del Bosque fue uno de los primeros. El presidente, Ángel Villar, llegaría después. También Paloma Antoranz, la jefa de prensa. Como los jugadores: Casillas, Sergio Ramos, Xabi Alonso, Arbeloa... «Iker le tenía mucho cariño. Le trataba de tú. ''Hace mucho que no me llamas''», recuerdan los veteranos que le decía. Esa cercanía se produjo después de abandonar la Selección. Porque él, a los futbolistas siempre les trataba de usted.
Algunos periodistas, veteranos y no tanto, también lo hicieron. Con lágrimas en los ojos, muchos. Otros, manteniendo la entereza pero igual de emocionados, como José Ángel de la Casa o Mónica Marchante, una de sus debilidades. Mónica formaba parte de las supersticiones de Luis. Con ella y algún periodista más tomaba café antes de cada partido de la Eurocopa 2008, la que cambió para siempre el destino del fútbol español.
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