Fútbol
Con Lamine Yamal vuelve la curva de la felicidad
Lamine Yamal cerró la Liga con su gol clásico, el que tantas veces logró Messi, símbolo de la última etapa dorada del Barça, que ahora tiene los elementos para repetir la fórmula del éxito: muchos canteranos y una gran estrella
Lamine Yamal homenajeó a Johan Cruyff en la rúa de campeones del Barcelona y a Leo Messi durante todo el año en el campo. En la celebración por las calles de la Ciudad Condal, subido en el autobús en el que estaban los trofeos de la Liga, la Copa y la Supercopa conquistados este curso, el joven extremo disfrutaba con los aficionados con un chupachups, como hacía el «Flaco» en el banquillo después de sufrir un susto por el tabaco.
Sobre el césped, cualquier comparación con el argentino es injusta, pero es complicado no acordarse de él después del gol que marcó Lamine Yamal ante el Espanyol, para certificar el triunfo en el torneo de la regularidad. Leo logró el mismo tanto una y otra vez, el toque con la zurda colocado cuando aparecía desde el lado derecho haciendo un eslalon. Lamine anota esa diana con la misma facilidad, una jugada que los rivales saben que va a hacer (aunque también tiene salida por el otro lado), y que los porteros pueden intuir por dónde va a ir, pero aún así es difícil de neutralizar si el jugador tiene un momento para pensar y ajustar el punto de mira. La estirada de Joan García en el derbi fue magnífica, y se quedó a un metro de llegar. El golpeo con el interior (que también se vio en la Eurocopa con España, en las semifinales ante Francia) hace que la pelota se salga de la dirección de la portería y después vuelva por el efecto. Es la curva de la felicidad que lleva el balón a la escuadra o muy pegado al poste, que regresa al Barça y que lo hará al Camp Nou a partir de la próxima temporada, cuando las obras permitan que haya fútbol allí de nuevo.
«Es la Liga del Barça, no la de Flick ni la de Lamine», reivindicó Hansi Flick, con acierto, aunque el fútbol y los seguidores necesitan ídolos, y los azulgrana estaban huérfanos de uno desde la marcha de Messi. Lamine lo tiene todo para serlo: la juventud y el fútbol. «Decirles a los culés que esto sólo acaba de comenzar», amenazó el adolescente tras el éxito. Es la segunda Liga que gana sin haber llegado a la mayoría de edad, aunque en la anterior, la de 2023, sólo participó en un partido siete minutos. Tenía quince años. Ahora, con 17, es uno de los referentes, no sólo del equipo azulgrana, también de su deporte a nivel global, una carga que de momento no le está pensando demasiado, por mucho que la teoría diga que a su edad no debería tener presión.
"No es un niño"
«No es un niño», lo define Flick, pero no habla de su DNI, habla de lo que hace en el campo, de sus 17 goles y 25 asistencias, de ser el máximo regateador del continente o de la atención que genera ya en los rivales, como admitió Inzaghi en las semifinales de la Champions, en las que le puso vigilancia especial. Se siente cómodo en ese papel. Su juventud y la de la plantilla hacen pensar que las palabras que dijo tienen sentido. A ellas añadió: «Es imposible cansarse de ganar. Eso lo tengo permanentemente en mi mente». Pero en el fútbol uno más uno no siempre suman dos. Porque igual de fácil era pensar que si al Real Madrid campeón de todo se le sumaba Mbappé iba a ser imparable, como creer que a este equipo que ha arrasado en España, si se le añade la experiencia de este curso y algún fichaje va a emular lo conseguido o incluso superarlo con la Champions tan esperada.
El problema del Barça este curso
Se suele decir que en el deporte más difícil que llegar es mantenerse. También que la historia tiende a repetirse, y en el club azulgrana se dan los elementos de otras épocas de bonanza deportiva: una estrella, muchos jugadores de la cantera y buenos fichajes. También tiene mucho margen de mejora. Su principal problema han sido los goles encajados, más de los que hubiera querido Flick, que siempre celebraba las porterías a cero. Su virtud, sobreponerse a las adversidades. Hasta en siete ocasiones ha visto marcadores en los que estaba hasta dos goles por debajo (dos contra el Atlético, una con el Benfica, una contra el Madrid, una contra el Celta y los dos partidos de semifinales ante el Inter) y no perdió ninguno salvo la vuelta de semifinales de Champions, en la que incluso llegó a ponerse 3-2 arriba. Otras dos veces, contra Osasuna y el Dortmund, perdió el encuentro sin opción de remontada.