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De cómo el Black Power degeneró en charlotada

Los burguesitos color nata de la selecciones británicas de rugby 7 se arrodillan en apoyo a «Black lives matter»

El podio del Black Power en México 68
El podio del Black Power en México 68FotoLa Razón

El año del asesinato del reverendo King, cuando en los estados sureños los negros sólo podían entrar en el campus de ciertas universidades escoltados por la Guardia Nacional y la mitad de la población afrodescendiente de los Estados Unidos ni siquiera estaba inscrita en las listas electorales, Tommie Smith y John Carlos usaron el podio de los 200 metros de los Juegos Olímpicos de México como escenario para una llamada de atención, una protesta pacífica y simbólica. Habrán visto la foto un millón de veces: puño enguantado y mirada al suelo mientras sonaba el himno estadounidense en su honor, oro y bronce, emparedando al rubio australiano Peter Norman.

Eran otros tiempos, desde luego. Su compatriota y presidente del Comité Olímpico Internacional, Avery Brundage –supremacista, declarado antisemita y admirador de Adolf Hitler en la década de los treinta–, pidió la expulsión de Smith y Carlos de los Juegos, a lo que las autoridades mexicanas se negaron de forma taxativa. El gesto, tan inocuo, pero tan significativo, merece todo el crédito porque los atletas lo hicieron a despecho del perjuicio que podía causarles, que era mucho. (…) En el maratón de Río 2016, el etíope Feyisa Lilesa entró en meta en segunda posición con las manos cruzadas sobre su pecho, gesto típico de la etnia oromo, a la que pertenece, duramente reprimida por el gobierno de Adís Abeba. En la rueda de prensa tras la entrega de medallas, mostró su intención de exiliarse a cualquier país que le ofreciera asilo: «Si vuelvo, o me encarcelan o me matan». Hoy vive como refugiado en Estados Unidos junto a su familia.

¿Es legítimo aprovecharse del foco mediático sobre los Juegos Olímpicos para realizar reivindicaciones políticas o sociales? El COI lo proscribe bajo amenaza de suspensiones que nunca que se decretan porque, en efecto, hay causas que lo merecen. Otras, no. Los caballeretes y las señoritas de las selecciones británicas de rugby 7, inmensa mayoría de blancos oxonienses más algún mulato de la burguesía acomodada, se arrodillan en el Tokio Stadium antes de cada partido en apoyo al movimiento «Black Lives Matter» ante la perplejidad de sus rivales –polinesios, masáis de Kenia, aborígenes australianos, franceses de las Antillas, maoríes, zulúes de Sudáfrica…–, que no secundan el gesto. ¿Por qué lo hacen? Para imitar a sus compatriotas los futbolistas. La «high class» inglesa se solidariza con los negros de Minnesota, vale, poniendo en juego su… sentido del ridículo. Y con el solo propósito de dejar un bonito «post» en alguna red social.

«Postureo» es la palabra clave en el perfil público de muchos deportistas y, peor, federaciones que viven más pendientes de no generar rechazo entre los patrocinadores que de mejorar su rendimiento. Un entrenador alemán de judo ha sido amonestado por abofetear a su pupila antes de los combates, en una práctica que no sacraliza el maltrato, sino que tiene un porqué técnico. Cualquiera que haya practicado un deporte de colisión («deporte de contacto es el baile de salón. Lo nuestro son colisiones», dijo un técnico sudafricano de rugby), sabe que conviene empezar con el cuerpo bien maceradito a golpes para que el primer impacto no te paralice. Le sacude por su bien, sí, y porque ella se lo pide. Hay gente que, sin medalla de por medio, paga bastante dinero por llevarse un par de guantazos bien arreados.