El británico nunca ha ganado la Vuelta y se siente en deuda con la carrera que le convirtió en el campeón que es hoy

Lo primero que hizo Chris Froome al levantarse el día después de ganar el Tour fue comerse un sándwich de bacon. «Fue fantástico poder disfrutar de algo que no había hecho en muchos meses», aseguraba. Pero entonces ya comenzaba a pensar en la posibilidad de disputar la Vuelta. «Sería un enorme desafío ratificar mi triunfo del Tour», decía.

Sería, además, el primer ciclista que consigue ganar la Vuelta después de haberse impuesto en la carrera francesa. Nadie lo ha conseguido desde que la ronda española abandonó la primavera para trasladarse a las últimas semanas del verano. Y si Froome toma la salida mañana en Marbella es porque realmente piensa en ganar en Madrid. El ciclista que todo lo mide, que no da una pedalada de más si el potenciómetro no se lo recomienda, llega en condiciones de disputar la carrera.

Subirse al podio sería dejar atrás una pequeña maldición. Nunca ha ganado la Vuelta, pero lejos de odiarla, se siente tremendamente agradecido a esta carrera. Sabe que fue la Vuelta la que hizo de él el campeón que es ahora. Por eso a nadie sorprendió que la semana pasada anunciara en su cuenta de Twitter que iba a tomar la salida.

Nada tiene que ver este Chris Froome con aquel sorprendente fideo que alteró la jerarquía del Sky, que llegaba con Bradley Wiggins como jefe de filas, pero tuvo que acabar reconociendo la superioridad del africano. No llegó a tiempo el cambio de jefatura para arrebatar la Vuelta a Juanjo Cobo. Para la memoria queda aquel esprint en Peña Cabarga entre el español y Froome. El ciclista del Sky perdió aquella Vuelta, pero ganó un futuro. En 2012 tuvo que trabajar para Wiggins en el Tour y llegó a 2013 con dos segundos puestos en dos grandes y la sensación de que podían haber sido dos primeros.

Desde entonces ha ganado dos Tours, en 2013 y 2015, pero no ha podido con la Vuelta. El año pasado llegó de rebote, después de caerse en la ronda francesa, su calendario se había quedado vacío y sin objetivos y llegó a España para salvar la temporada. Y cedió contra Contador en una edición más de la eterna batalla que casi nunca se da entre los dos grandes ciclistas del momento.

La Vuelta del año pasado es la única ocasión en que realmente han podido medirse. Froome ganó su primer Tour cuando Alberto regresaba de su sanción. Y el británico fue muy superior. El año pasado los dos llegaban como favoritos y los dos se cayeron y dejaron el camino libre para que Nibali se convirtiera en el segundo corredor en activo que consigue las tres grandes –el otro es Contador–. Y en la batalla de este año, Contador llegaba con menos reservas físicas de las recomendables después de exprimirse en el Giro y lo que iba a ser una pelea directa entre Froome y Alberto acabó convertida en un «todos contra Froome». En 2012, Froome también corrió la Vuelta, pero la carrera quedó reducida a las opciones de Purito, Valverde y Contador, que terminó imponiéndose gracias al sorprendente ataque de Fuente Dé. El británico fue cuarto y nunca tuvo posibilidades verdaderas de ganar.

«Con ganas de empezar la Vuelta. Dura, pero siempre emocionante para los espectadores», dijo para confirmar su presencia. Y, además, no viene solo. Geraint Thomas, su mejor compañero en el Tour, y Mikel Nieve estarán para lo que necesite.

Nibali, el último campeón «vivo»

Vincenzo Nibali sudó la victoria en la Vuelta 2010 contra Ezequiel Mosquera, que lo exprimió hasta los últimos metros de la ascensión a la Bola del Mundo. Aquel triunfo le convierte ahora en el último ganador que estará presente mañana en la salida. Juanjo Cobo, vencedor en 2011, está ya apartado de la élite. Como Chris Horner, que apura sus últimas pedaladas en Estados Unidos, a punto de cumplir los 44. Y Contador, vencedor en 2012 y 2014, no tomará la salida, derrotado por el calendario. Valverde será el otro campeón en activo –ganó en 2009– que tomará la salida.