Boxeo

Manny Pacquiao: Los puños de su señoría

Manny Pacquiao: Los puños de su señoría
Manny Pacquiao: Los puños de su señoríalarazon

En Filipinas, un lugar con un considerable índice de criminalidad, no hay robos ni delitos mientras pelea Emmanuel Pacquiao (1978). Los combates del mayor héroe nacional paralizan el país, orgulloso de tener un embajador de origen humilde convertido en estrella mundial. En la pelea de esta noche, «Manny» interpretará el papel de chico bueno. Frente a la arrogancia y materialismo de su rival, «Pac-man» aporta una permanente sonrisa y la espiritualidad por encima de cualquier otra cosa. «Lo más importante no es la fama ni los logros, sino nuestra relación con Dios. Él me ha dado una oportunidad en el boxeo», repite uno de los mejores boxeadores libra por libra de la historia, pero al que el cuadrilátero se le queda pequeño. Ha sido actor, cantante, portada de videojuegos, jugador de baloncesto y político, una actividad en la que quiere centrarse plenamente cuando cuelgue los guantes. Un ídolo deportivo, que se ganó más simpatías todavía gracias a su preocupación por las políticas sociales, y al que la gente perdonaba las ausencias reiteradas en su escaño para centrarse en los entrenamientos.

En su primer discurso público reclamó al Gobierno poner remedio a la trata de personas en su país, para más tarde liderar un proyecto que consiguió subir el salario mínimo en Filipinas o impulsar la creación de colegios en las zonas más necesitadas y la mejora de los sistemas de suministro de agua potable.

Cuentan que Pacquiao dejó su casa siendo un niño cuando su padre, con problemas con el alcohol, se comió a su perro para cenar. «Manny» se fue a Manila y sobrevivió en la calle, durmiendo en el suelo hasta que sus puños acudieron al rescate. Empezó cobrando dos dólares por pelea, cuando era un chico con cualidades todavía por pulir. Aquí es donde entra en escena Freddy Roach, un prestigioso entrenador aquejado de Parkinson, que sabía perfectamente la fórmula para convertir en oro su pegada.

Su 1,69 metros de estatura le permiten ser rápido y letal en el ring, pero no le alcanzan para ser respetado de la misma forma en el baloncesto. Ha sido entrenador-jugador de un equipo recién creado en la liga profesional filipina (Kia Carnival) y sus estadísticas se resumieron en un único partido ganado.

Además del boxeo y el baloncesto, afirma ver fútbol y en «El Larguero» reconoció ser seguidor de Argentina y de Messi: «Es increíble, uno de los mejores», admitió. Como cantante ha publicado algunos discos, confirmando que Dios lo eligió para el cuadrilátero, pero no para ganarse la vida tan bien con el micrófono. Es una de las grandes fortunas de Filipinas, con mansión en Beverly Hills. Estos días se ha gastado tres millones en entradas para su familia y amigos, antes de centrarse en la pelea. «Estoy en paz espiritual para el combate», advierte. Y cuando se siente así, pega duro.