Copa del Rey
Y Messi ni tiró a puerta
Sin la mejor versión de Leo, el Barça se agarra a su portero, a Suárez y a las contras para asaltar el Bernabéu y llegar a otra final.
Sin la mejor versión de Leo, el Barça se agarra a su portero, a Suárez y a las contras para asaltar el Bernabéu y llegar a otra final.
El reinado del Barcelona en la Copa del Rey continúa. Si contra el Real Madrid, en la final de 2014, fue derrotado por última vez en esta competición, contra el Madrid se ganó la posibilidad de jugar por su quinto título consecutivo. Son 1.369 días como campeón y seguirá con la corona hasta sumar 1.456, hasta el 25 de mayo, cuando se juegue la final a la que no faltará. Es la rutina anual. También se mantendrá otra más desagradable: una nueva pitada al himno.
Y ganó el Barcelona cambiando su traje habitual. «Siempre jugamos a lo mismo: a tener el balón y a mover al rival», suele decir Valverde. Pero esta vez no fue así. Sin el balón, aprovechó los espacios para romper a un oponente que le estaba presionando. Sin la mejor versión de Messi, terror del Bernabéu con sus 15 goles y 10 victorias en 19 visitas (con la de ayer, 11 en 20), el conjunto de Valverde se agarró a Ter Stegen, que hizo horas extra porque no es el portero de la Copa, a la velocidad de Dembélé y al trabajo y la puntería de Luis Suárez. Si el uruguayo tenía un problema de ansiedad porque no marcaba, ya no queda rastro de él. La cura empezó el sábado en el Sánchez Pizjuán. Sí ahí fue Leo quien le activó con una asistencia, ayer su socio fue Dembélé. Dos carreras del francés, primero por la izquierda y después por la derecha, desembocaron en el uruguayo, aunque el segundo tanto lo terminó embocando Varane. Suárez ya se había peleado con Ramos y Varane y estaba siendo de los mejores. En los partidos contra el Madrid suele estar entonado. Le ponen, dicho vulgarmente. Es un delantero desconcertante a veces, capaz de moverse entre la genialidad y aparentar ser un futbolista torpe. La sutileza la dejó ayer para el penalti. Como la ventaja era de 0-2, decidió lanzar a lo Panenka.
Messi le dejó lanzar desde los once metros. No era el protagonista y esta vez no quiso ni el penalti para ganarse una nueva foto triunfal en el Bernabéu. El «10» no pudo despertar a los suyos como tantas otras veces. No se activó, siempre vigilado por Casemiro. No era un marcaje individual, pero el brasileño sí le miraba de reojo constantemente para saber dónde estaba. Apenas una arrancada al filo del descanso hizo temer al Bernabéu. Las conexiones con Jordi Alba se quedaban a medio camino. Leo estaba siendo uno más en el sopor que estaba ofreciendo su equipo, a veces incapaz de superar la presión, otras, cuando podía tener el balón un rato, lento y previsible. Se olvidaba la afición del peligro de Messi e incluso de Piqué, al que pitaron un poco más que al resto, pero tampoco demasiado. Quien se se llevó la reprimenda del Bernabéu fue Suárez, al ser sustituido cuando todo estaba decidido.
Messi estuvo paseando la mayor parte del encuentro. No es ninguna novedad, es su forma de jugar. Sólo al final recurrió el Barça al pase y a la pelota para dejar que los minutos corrieran. Ganó de una manera poco habitual. Messi no chutó ni una vez a puerta.
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