Crítica de cine

«Diana»: La segunda muerte de Lady Di

Director: Oliver Hirschbiegel. Guión: Stephen Jeffreys. Intérpretes: Naomi Watts, Naveen Andrews, Douglas Hodge, Geraldine James. GB-Francia-Suiza-Bélgica, 2013. Duración: 113 minutos. Biografía.

«Diana»: La segunda muerte de Lady Di
«Diana»: La segunda muerte de Lady Dilarazon

Cuando murió aquel 31 de agosto de 1997 en París asediada por los paparazzi y en un coche que iba peligrosamente rápido hacia ninguna parte, Diana pasó de ser la princesa más controvertida, más querida o denostada de Europa a inmediato y perenne icono mundial, y las puertas de Buckingham embotadas de flores y lamentos escritos sólo fueron las primeras muestras del fenómeno. Divorciada, madre de dos hijos que apenas podía ver, lastrada por serios problemas alimenticios desde hacía tiempo, criticada por buena parte del sector monárquico y sola, la aparentemente frágil mujer encaró mal aquella separación traumática de Carlos («mi matrimonio lo formaban tres personas», lamentó con un ladeo de cabeza que únicamente sabía hacer Diana durante la incendiaria entrevista que concedió a la BBC sobre Camilla Parker Bowles); necesitaba un hombre en su vida, alguien a quien amar y que la amase, pero que no tuviera en cuenta el asunto de la posible corona. Honestamente, la controvertida Diana merecía algo mejor que el biopic sobre los años finales de su vida realizado por Oliver Hirschbiegel (el mismo realizador, parece mentira, de «El hundimiento», un título que parece presagiar el futuro del cineasta). Anodina, insuficiente y plana, la cinta no aporta gran cosa a la historia, que conocíamos mejor por cualquier revista rosa; antes al contrario, Diana (el esfuerzo por imitar los gestos y aguantar con dignidad la rígida y cambiante peluca de Naomi Watts resulta evidente, cuán frustrante le habrá resultado todo) deambula por la obra exigiendo compasión mientras manipula a la Prensa como quiere. En realidad, ningún personaje posee el peso necesario, ni siquiera el cardiólogo pakistaní con el que mantuvo un intenso romance. En cuanto a Carlos y la familia política de la joven, no aparecen en un solo plano. Total, para qué, se preguntará Hirschbiegel. «Tengo derecho a estar confusa», proclama y exige Diana en un momento determinado. Esa mismo mareo mental da la impresión que padecen los artífices de este producto triste, de este homenaje de pega. O quizá, y simplemente, lo único que les preocupaba era aprovechar en taquilla el aniversario de aquella lamentable desaparición. Nos da la impresión de que Diana no estaría en absoluto contenta por mucho que hubiese forzado una leve, sutil sonrisa.