Elecciones CEOE
Garamendi y el síndrome del Conde de Romanones
El actual presidente quería ser reelegido por aclamación en la CEOE, pero tiene contestación
Romanones, muchos años después, parece seguir vivo. Antonio Garamendi (Getxo, 1958), presidente de la CEOE desde 2018, está nervioso, muy nervioso. Esperaba un paseo triunfal hacia la reelección pero, de repente, se le ha aparecido el fantasma de Romanones, aunque no sea un experto en historia. Álvaro Figueroa y Torres (1863-1950), conde Romanones, fue tres veces presidente del Consejo de Ministros –como se decía entonces– en el reinado de Alfonso XIII. Presentado –con o sin razón– como un epítome del clientelismo político, su biografía combina leyenda y realidad. Es un hecho que intentó ser miembro de la Real Academia Española (RAE) y que hizo campaña para obtener uno de sus sillones. La leyenda afirma que la mayoría de académicos le aseguraron su voto. Sin embargo, llegado el día, Romanones no fue elegido. La noticia se la transmitió su secretario particular –ahora sería su jefe de gabinete– y Romanones, más allá de encajar la derrota, preguntó que cuantos votos había tenido. «Ninguno», le respondió su secretario. Entonces, el político, al que todos los electores le habían prometido su apoyo, exclamó aquello de «joder, qué tropa»·. La anécdota no figura en la última biografía de Romanones, la de Guillermo Gortázar, «La transición fallida a la democracia», pero forma parte del acervo político español.
Antonio Garamendi tiene la promesa de gran parte –no todos– de los electores de la CEOE de que le votarán a él. Sin embargo, está nervioso. No es un experto en historia, pero cuando esperaba una reelección por aclamación, le ha surgido una contrincante, Virginia Guinda, después de que otro aspirante, Gerardo Pérez, presidente de Faconauto –patronal de los concesionarios de automóviles– se retirara de la carrera electoral tras sufrir presiones/sugerencias de varios electores de la organización empresarial con los que se había puesto en contacto Garamendi. El aspirante a la relelección en la presidencia de la CEOE, que ha declinado hablar con este periódico –incluso ha rechazado ser entrevistado–, soñaba con un proceso electoral a la búlgara, sin urnas y por aclamación. Así fue elegido en 2018, en contra de la tradición de la patronal. José María Cuevas, histórico líder de los empresarios, estuvo al frente de la CEOE durante siete mandatos, pero siempre, aunque fuera candidato único, hubo urnas, en las que los disidentes –escasos o timoratos, es igual– podían pronunciarse en contra. Garamendi, en 2018, rompió esa costumbre y ahora esperaba repetir la jugada. Perito en relaciones públicas, viajes de representación y saraos siempre con foto, tiene que lidiar con una oposición inesperada en las urnas. Licenciado en Derecho tardío –más allá de la cuarentena y por una especie de «cuarto turno» universitario en el País Vasco– y muy simpático, hizo carrera en el «aparato» de las organizaciones empresariales, que también le auparon a consejos de administración semipúblicos con buenas remuneraciones. En 2014, porfió contra Juan Rosell por la presidencia de la CEOE, pero finalmente, Mariano Rajoy, entonces en la Moncloa, no le apoyó y perdió por 33 votos. Sánchez estaría encantado de que siguiera al frente de la patronal alguien tan pastueño, pero Garamendi teme –aunque no sea ducho en historia– el síndrome Romanones. En la CEOE, como en la RAE, el voto es secreto.
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