Asia

Asia

El «nuevo Mao» quiere más capitalismo

Cinco millones de personas formaban la clase media china en el 2000

El «nuevo Mao» quiere más capitalismo
El «nuevo Mao» quiere más capitalismolarazon

China perpetúa al actual presidente Xi Jinping con el objetivo prioritario de superar a EE UU como primera potencia mundial. El consumo interno es su gran reto y es posible gracias a una clase media que ha aumentado en 220 millones de personas. Además, apuesta por las energías renovables, las privatizaciones y la innovación.

Xi Jinping. Quédense con ese nombre porque va a ser recurrente para nuestros oídos en los próximos años, y porque aún es pronto para atreverse a hablar de décadas. Hijo de un héroe revolucionario del Partido Comunista Chino, su ascendencia le otorgó a Xi el título de «príncipe rojo», visa fundamental para su entrada en el politburó (cúpula) del PCCh en 2007. Subió como la espuma hasta ser elegido presidente del país más poblado del planeta en 2013, respaldado por una incesante lucha contra la corrupción y contra los opositores al partido, una «caza de brujas» que sólo tiene precedentes en la realizada por Mao Zedong. Las comparaciones con él no se hicieron esperar y los paralelismos son más evidentes después de que el Comité Central celebrado el pasado 11 de marzo le perpetuase indefinidamente al derogar el límite máximo de dos mandatos en la Presidencia. El gigante asiático vuelve a tener un líder vitalicio, como Mao, que concentra el poder sin lugar a disparidades (siguiendo la filosofía confucionista) y lo hace derrumbando un principio importado desde EE UU. China recupera su esencia pero con un giro de timón, pues al contrario que el comunista Zedong, Xi Jinping aboga por practicar un capitalismo salvaje.

Él es el máximo representante de la «quinta generación» de líderes del PCCh. Cada una de las anteriores tenía una labor: abrirse al comercio exterior, desarrollar un estado moderno, mejorar su posición en la economía global... y la encabezada por Xi tiene un claro objetivo: superar a EE UU como primera potencia mundial. El camino marcado por el presidente parece el correcto, ya que el gigante asiático crece a un ritmo superior al 6%, mientras que la nación dirigida por Trump lo hace al 2%. El magnate norteamericano ha impuesto un arancel del 25% a importaciones chinas valoradas por 60.000 millones de dólares, desatando una guerra comercial. Pero si a Xi se le ha dado un poder de reelección ilimitado, se debe a que sus políticas han demostrado eficacia, tiene capacidad para aplacar las amenazas de Trump, y ha enfriado un posible sobrecalentamiento de la economía.

Moderación

La moderación es una de las claves del XIII Plan Quinquenal aprobado por el Partido, que abarca desde 2016 hasta 2020, y en el que quedan bien claras las líneas económicas del «nuevo Mao». En el mandato precedente al actual, China había destacado por su apuesta por el comercio exterior. Los dos años anteriores a su llegada a la presidencia, el país había aumentado un 33% sus exportaciones. El nivel alcanzado entonces es el que ha permanecido con Jinping, quien ha puesto el foco sobre el potencial del mercado interno.

«Desde hace ya algunos años, China está intentando que el crecimiento de su PIB dependa más del consumo interno y no tanto de las exportaciones o la inversión. Poco a poco se está consiguiendo, y el país está empezando a tener un patrón de crecimiento más similar al de los desarrollados. Sin embargo, aún falta un amplio recorrido, por lo que este proceso no culminará hasta dentro de bastantes años», afirma Amadeo Jensana, director de Economía y Empresa de Casa Asia.

China cuenta con el 19% de la población mundial, 1.370 millones de habitantes. Con tantos potenciales compradores, el líder del país ha decidido que viene siendo hora de incentivar el consumo interior. El primer paso es crear una masa de personas que tengan las posibilidades económicas necesarias para adquirir productos en el mercado. «Si analizamos el índice GINI (de desigualdad) en China, podemos observar que se están reduciendo las desigualdades, aunque de una forma lenta. La desigualdad se disparó desde los años 80 hasta 2008 y, a partir de ahí, se está reduciendo debido a que las provincias del interior son ahora el principal foco de crecimiento del país, y también porque están aumentando los sueldos en los trabajos menos cualificados. Esto forma parte de la estrategia para depender más del consumo interno», comenta Jensana.

Desde que ocupase su cargo en 2013, los ingresos per cápita han ascendido de los 18.310 yuanes a los casi 26.000. Este incremento, en principio, impacta, pero en realidad no es tan impresionante por el escaso valor de la moneda: un yuan son 0,12 euros. A pesar de eso, China ha logrado construir una clase media consolidada. En 2000, se consideraba que sólo cinco millones de personas formaban parte de ella, y ya son 225 millones. Un estudio de la revista británica «The Economist» señala que en 2030 serán 480 millones, lo que favorecerá que el consumo privado crezca una media de 5,5% anual. Igual de significativa es la previsión de que en dicha fecha casi el 15% de los chinos obtengan ingresos en el rango más alto, es decir, serán ricos.

Control

Xi trata de redistribuir la riqueza y le da el dinero a los ciudadanos para convertir la sociedad china en una puramente capitalista, que no se corte al gastar. Eso sí, es una civilización totalmente controlada por el partido. La prueba evidente es WeChat, una aplicación móvil creada en 2011 por una empresa del gigante asiático, Tencent. Para hacernos una idea, allí es tan popular como aquí Facebook (tanto que ya supera la capitalización de la compañía de Zuckerberg). Y es que suma las funciones de esta red social, la mensajería de Whatsapp o del retoque fotográfico de Instagram. Este «todo en uno» dio el golpe de gracia cuando se lanzó WeChat Pay, herramienta que permite realizar abonos y cobros instantáneos sólo con introducir los datos de una tarjeta. En pocos años se ha convertido en el modo de pago preferido por los ciudadanos, que admiran el capitalismo del presidente. Pero hay un problema. Los creadores de WeChat han confirmado que comparten datos con el gobierno y, de hecho, cualquier injuría contra él que se pretenda lanzar a través de la «app» es rechazada al momento. Por lo tanto, sus más 1.000 millones de usuarios están vigilados y censurados por el partido.

Este intervencionismo, que no gusta a muchos chinos, es casi el residuo exclusivo del antiguo país (de verdad) comunista. Donde más se deja notar, en lo que respecto a la economía, es en la inversión extranjera. Esta se prohíbe en actividades como en la producción y la distribución audiovisual o en los servicios de contenido en internet, y también en determinadas ramas científicas e industriales que supongan riesgos para el medio ambiente y la escasez de recursos. Además, sólo se permite la creación de empresas de capital mixto (con participación local requerida) en sectores como «las telecomunicaciones, la venta mayorista de determinados productos (fertilizantes, automóviles y aceites vegetales), el financiero y la promoción inmobiliaria», afirma un estudio del Instituto Español de Comercio Exterior (Icex) publicado el año pasado.

Jinping quiere saber cuánto dinero entra en el país, desde dónde y para qué. Sobre todo en las compañías más influyentes en la vida de las grandes ciudades, como los bancos, los supermercados, las teleoperadoras o las cadenas hoteleras. El presidente intenta evitar que la nación se le vaya de las manos y se hagan con el poder las empresas extranjeras, que se frotan las manos por las oportunidades de negocio en el sureste de China, donde se concentra una cuarta parte de su población. Núcleos urbanos como Shangai, Guangzhou o Shenzhen (conocido como el «Silicon Valley chino», la ciudad más videovigiliada del planeta y una de las zonas de libre comercio más recurridas) son minas de oro para las sociedades mercantiles, pues en ellos se establecen los chinos con mayor poder adquisitivo y se encuentra el potencial real de la que se proyecta a medio plazo como la primera economía del mundo.

Las tres ciudades son muy relevantes para que esta perspectiva se cumpla. Ellas son el germen de la nueva Ruta de la Seda de la que EE UU quedaría desplazada. Mediante este proyecto, llamado oficialmente «One Belt, One Road», China prevé establecer relaciones comerciales con países europeos y asiáticos para lograr una mayor inversión extranjera (intervenida) y recursos para satisfacer las necesidades productivas que demanda la explotación del consumo interno.

¿Y qué opinan los chinos del liberalismo?

China vislumbra señales evidentes de una economía capitalista, y ya la imagen del Partido Comunista no engaña a nadie. El director de Economía y Empresa de Casa Asia, Amadeo Jensana, asegura que una clara muestra de que China se ha liberalizado es «su gran interés en globalizarse. Sus empresas están ya por todo el mundo, está liderando proyectos como el de la Ruta de la Seda o el nuevo Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras. Sus empresas son cada vez más competitivas. Todo esto son señales de que la economía china ha apostado por un sistema de mercado». ¿Pero qué opinan los chinos del presidente que ha apostado por este capitalismo? Jensana admite que las opiniones son bastante heterogéneas, «depende de los colectivos». Sin embargo, «en general, el nivel de aceptación que Xi tiene en el país es alto. Si consigue reducir las desigualdades, proporcionar oportunidades a los jóvenes y conseguir que la economía china sea más equilibrada durante los próximos años será un líder bastante robusto», concluye. Habrá que estar atentos.