Deuda Pública
España, cada vez menos endeudada frente al exterior
Uno de los rasgos más notables del actual ciclo de bonanza que está experimentando la economía española es que crecemos sin endeudarnos con el exterior; esto es, nos estamos expandiendo sin necesidad de recurrir a la financiación del resto del planeta. No es que echar mano del capital extranjero sea algo inherentemente negativo, pero un país que se endeuda exageradamente con el exterior es un país que tarde o temprano terminará experimentando problemas, sobre todo si –como en nuestro caso– ya arrastramos un alto volumen de pasivos exteriores. Así las cosas, el Banco de España publicó esta semana los datos de 2017 sobre la «posición de inversión internacional neta» de nuestro país (cuánto debemos de más al exterior frente a lo que el exterior nos debe a nosotros). Y el saldo es razonablemente positivo: a finales del ejercicio anterior, el endeudamiento neto de la economía española frente al resto del mundo se ubicó en el 80,8% del PIB, su nivel más bajo desde 2008. Quizá el guarismo no nos resultarnos demasiado informativo en aislado, pero acaso por ello convenga contextualizarlo por la vía de compararlo con el nivel que esta misma variable registró en otros dos momentos de nuestra historia económica reciente. En primer lugar, en 2014, al inicio de nuestra recuperación, nuestra deuda exterior neta se ubicó en la cota más elevada de nuestra historia, a saber, el 97,8% de nuestro PIB. O expresado en otras palabras: apenas tres años después, hemos conseguido reducir nuestros pasivos exteriores en el equivalente a 17 puntos de nuestro PIB. En segundo lugar, durante nuestra anterior etapa de (falso) crecimiento económico, entre 2002 y 2008, nuestros pasivos foráneos se dispararon desde el 30% al 80% del PIB, algo que afortunadamente no está sucediendo durante la actual fase de crecimiento. Está claro, pues, que estamos revirtiendo uno de los más importantes desequilibrios que se acumularon durante la burbuja. Pero, ¿por qué es importante que nuestro país esté creciendo mientras amortiza sus deudas externas? Pues por dos razones. Primero porque, cuanto más bajos sean nuestros pasivos foráneos, menor será nuestra exposición a una crisis global: si no dependemos intensamente de la financiación (o refinanciación) externa, seremos más autónomos frente a cualquier potencial interrupción de la misma. Segundo, que seamos capaces de crecer al tiempo que pagamos nuestras deudas históricas con el resto del mundo significa que la competitividad de nuestra economía ha aumentado sustancialmente durante los últimos años: a la postre, para poder pagar nuestras deudas exteriores hemos de exportar sostenidamente más de lo que importamos, y ello sólo es factible en caso de que nuestra competitividad no se vea deteriorada. Y, en efecto, el Banco de España también constató esta misma semana que nuestra economía acumuló en 2017 un superávit por cuenta corriente de 22.100 millones de euros, un 2,8% más que en 2016. Por primera vez en la historia democrática de nuestro país, exportamos regularmente más de lo que importamos, gracias a que nuestras empresas han aprovechado los últimos años para reinventar su modelo de negocio y, en consecuencia, para ser capaces de rivalizar con compañías extranjeras tanto en los mercados locales como en los internacionales.
En definitiva, nuestro actual ciclo de crecimiento económico es mucho más sano que cualquiera de los anteriores porque no sólo se está gestando sin acumular nueva deuda sino, de hecho, amortizando la deuda que acumulamos en el pasado.
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