Huawei
La batalla del siglo salpica a las empresas
Tras el veto a Huawei, se espera la respuesta de China, donde empresas estadounidenses, como Apple o Starbucks, cuentan con una presencia importante. Además, el conflicto ya afecta directamente a los consumidores
El siglo XX transcurrió en una sucesión de guerras y la que tenía el sobrenombre de Fría fue la más importante, pues decidiría el futuro económico y social del Planeta. Se enfrentaron dos modelos totalmente opuestos y hegemónicos, el de Estados Unidos y el de la Unión Soviética, que en lo poco que coincideron fue en que había que pararle los pies a Hitler. Cuando lo lograron, estos dos enemigos íntimos comenzaron una batalla invisible pero que todo el mundo era capaz de percibir. El desenlace fue la disolución de la URSS, lo que suponía que EE UU quedaba como líder global en solitario. Sin embargo, a los norteamericanos les ha salido un nuevo competidor, China. Y para continuar viejas costumbres, el Gobierno estadounidense pretende derrocarlo silenciosamente, sin el estruendo de las armas, aunque la diferencia es que esta vez no se enfrentan dos sistemas contrarios, sino dos bien parecidos. Se trata de un conflicto entre dos hermanos, uno más liberal y el otro más intervencionista, por llevarse la herencia del capitalismo. Para solucionarlo, han emprendido la guerra fría del siglo XXI, que se juega en el terreno comercial.
EE UU siempre ha mirado a China de reojo, hasta que su riqueza ha pegado un estirón y le ha mirado frente a frente. De 2012 a 2017, el PIB del gigante asiático ha aumentado (últimos datos del Banco Mundial) un 30% hasta superar los 12 billones de dólares, mientras que el estadounidense lo hizo un 18% hasta los 19,5 billones. Es decir, la diferencia entre ambos es cada vez más corta, también en el apartado social. China se ha modernizado, tiene en Shenzhen su propia California y ha incrementado considerablemente una clase media, con buen poder adquisitivo, con la que consolidar el progreso.
Y claro, a EE UU le ha entrado el miedo el «sorpasso». Para evitarlo, Trump ha emprendido una guerra comercial que empezó en marzo del año pasado cuando la Casa Blanca anunció la aplicación de aranceles a las importaciones chinas por valor de 50.000 millones de dólares, y a comienzos de este mes aplicó un nuevo incremento de entre el 10% y el 25%, que alcanzaba 200.000 millones de dólares.
La excusa era que, en sus relaciones comerciales, EE UU salía perdiendo con creces, pues «la mitad de su déficit comercial lo tiene con China, por lo tanto la intención era reducir la exposición a este país», explica el profesor de Economía de ICADE, Alfonso Arahuetes. Él mismo subraya que, en su reciente visita a Japón, Trump ha ido con el mismo discurso: tenemos un déficit con este país que Estados Unidos debe compensar de alguna forma. Con las medidas arancelarias, ese déficit se reduciría. Sin embargo, el paso del tiempo ha demostrado que Trump sólo estaba calentando y la cuestión era mucho más profunda. Porque si de verdad se hubiese tratado de corregir un déficit comercial, no se hubiese llegado al punto en el que estamos ahora, con el Gobierno estadounidense vetando a sus empresas relacionarse con las compañías de tecnología china, Huawei y ZTE.
Así, hemos pasado de un conflicto comercial a otro que afecta al conjunto de la economía. El gigante asiático no se va a quedar con las manos atadas y responderá, aunque Arahuetes detalla que «se tomará su tiempo para aplicar represalias con precisión». De hecho, a partir de ayer ejecutó una subida arancelaria a productos estadounidenses por un valor de 60.000 millones de dólares. Además, algunas empresas norteamericanas con presencia en China pueden sufrir el mismo castigo que Huawei.
Si China no permitiese relacionarse a sus empresas con las estadounidenses, podría ser catastrófico para compañías que fabrican maquinaria a través de componentes provenientes del gigante asiático, como son Caterpillar o Deer. Además, deberían buscar nuevos proveedores que les concedan las piezas y sus productos, ya consolidados en el mercado, cambiarían considerablemente.
Starbucks, por ejemplo, ya está temblando porque cuenta con más de 3.000 tiendas en el país, donde le ha surgido un duro competidor nativo, Luckin Coffee, que salió a bolsa hace unas semanas aumentado su capitalización hasta los 3.500 millones de dólares. A Apple tampoco le sienta bien la guerra comercial porque China es uno de los principales compradores de productos de la compañía y porque cuenta con numerosos proveedores del gigante asiático. La consecuencia, según J.P. Morgan, puede ser de un incremento de 142 dólares en el precio final del iPhone.
Los consumidores también se gastarán más dinero al comprar ciertas marcas como Nike, Foot Locker o Adidas y otras casi 200 empresas de ropa y calzado que fabrican parte de sus artículos en esa zona del planeta. Sufrirán las subidas arancelarias y el crecimiento de los costes se podría aplicar a los productos finales que se distribuyesen por todo el mundo.
Los consumidores que más sufrirán la subida arancelaria serán los estadounidenses. El 26% de los productos de una de las cadenas de supermercados más conocida del país presidido por Trump, Walmart, proviene de China y su director financiero Brett Biggs, ha confimado que «el aumento de los aranceles llevará a un aumento de los precios, creemos, para nuestros clientes».
Esas palabras se pueden extrapolar al resto de tiendas de distribución que importan desde China. El coste para los ciudadanos puede ser de hasta 2.200 dólares al año por hogar, según la Oficina Nacional de Investigación Económica. El empleo también se verá perjudicado, pues se perderán 455.000 puestos de trabajo, pudiendo poner en peligro la baja tasa de paro lograda por el inquilino de la Casa Blanca y que será una de sus mejores herramientas políticas para obtener la reelección.
El siguiente episodio de la guerra comercial se jugará en el terreno de los minerales conocidos como «rare earth». Se trata de metales como el escandio, el itrio o el tulio, que en principio nos suenan a cosas extrañas pero que forman parte de nuestra vida diaria. Se usan como catalizadores, por ejemplo, en los coches o en los «pen drive»; en los procesos metalúrgicos o en la creación de cerámica o vidrio.
En los años 90, en pleno aperturismo comercial, China supo ver el potencial de estos elementos y comenzó a producirlos en masa, aprovechando sus grandes extensiones de tierra donde es fácil encontrar estos minerales. Dos décadas después ya controlaba el 95% de la producción de «rare earth» y, a día de hoy, sigue dominando el mercado.
El gigante asiático ha amenazado con dejar de exportar estos elementos esenciales a EE UU. En un comunicado publicado el miércoles, la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma del país afirmaba que «si alguien quiere usar los “rare earth” chinos para contener y reprimir el desarrollo de nuestra nación, creemos que los chinos no estarán felices». Por lo tanto, cortar la exportación no sería ya una decisión del Gobierno, sino un mandato del pueblo, según se puede leer entre líneas.
Daños colaterales
La guerra comercial deja daños colaterales en buena parte del planeta, pues casi todos los países cuentan con compañías que venden componentes incluidos en los productos chinos afectados por la subida arancelaria. Arahuetes comenta que el valor de esos productos que se genera en el gigante asiático es «menos de la mitad, el resto proviene de economías de Asia o incluso de Europa». En definitiva, el perjuicio se expande y, por ese mismo motivo, las reacciones podrían llegar desde cualquier punto del globo.
Los economistas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) han dibujado un escenario similar, en el que todas las naciones fijen aranceles de manera unilateral. Si eso ocurriese, el PIB mundial caería aproximadamente un 2% en 2022 y el comercio se reduciría alrededor del 17%. Así, añaden una comparación. En 2009, en plena crisis financiera, el PIB se rebajó un 2% y el comercio un 12%. En esta ocasión hay que creer en los fantasmas. Una fuente del sector asegura que esa estimación es la más pesimista pero que, a día de hoy, «las perspectivas son sombrías y existe una ralentización clara».
Precisamente, la solución al conflicto pasa por la OMC, que «China y EE UU vuelvan al marco de las reglas multilaterales de comercio y que recurran a este organismo cuando crean que algunos de los miembros no cumplan las normas», manifiesta en los mismos medios. No obstante, parece que la Administración Trump no está por la labor porque, añade, «quiere volver a los tiempos del GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio), pues las resoluciones de ese mecanismo no eran vinculantes (las de la OMC sí lo son). Pretenden hacer lo que deseen sin sufrir consecuencias».
Del mismo modo, continúa, «el tribunal supremo del mecanismo de diferencias de la OMC está bloqueado por EE UU desde hace dos años, gracias a su poder de veto, y todos los recursos se quedan en la primera instancia del proceso judicial, por lo que nunca se alcanza una resolución final». Eso incluye a las protestas de ocho países miembros a los aranceles al aluminio y al acero que Trump impuso alegando «seguridad nacional».
La fuente comercial admite que «es probable que las medidas tomadas por Estaods Unidos no sean más que una manera de negociar, de poner distintos elementos sobre la mesa». Y, por eso mismo, se apunta a que la reunión del G20 el 28 y 29 de junio será clave para resolver el conflicto. Trump y Jinping se verán las caras y puede que haya concesiones de una parte a otra.
Pero, de momento, la estrategia de la guerra comercial está siendo muy abrupta. Y cuando se ataca con tanto brío en el plano económico, la incertidumbre crece, la creación de riqueza se resiente y los inversores se paralizan. Las primeras afectadas por esta situación son las empresas cotizadas.
Bolsa
En Bolsa las peores paradas son las tecnológicas americanas. En el último mes, Apple ha perdido un 12,6%; Intel, un 12,8%; Nvidia, un 19%; Skyworks, casi un 20%; Xilinx, un 13,7%; Salesforce, un 6,6% y Qualcomm más de un 24%. Incluso el gigante Amazon ha perdido más de 100 puntos en el Nasdaq.
Microsoft y Alphabet (Google) son las que mejor han aguantado el tirón. Algo que en China han hecho China Mobile, Qihoo y JD. Sin embargo, la cotización de Alibaba ha descendido un 17%; la de Tencent, un 17%; la de Xiaomi, más de un 20%; la de Baidu, un 30%, y de la última gran protagonista del conflicto, Huawei, un 14%, siendo la que menos porque al ser la mayor compañía de todas tiene más capacidad para absorber el daño.
Por lo tanto, la guerra comercial ya ha pasado la línea roja. Hasta ahora sólo afectaba a la macroeconomía. No obstante, ha alcanzado los beneficios de las empresas y las carteras de los consumidores, que van a tener que pagar más por aquello que compren. La pregunta que nos hacemos todos es «¿dónde está el límite del conflicto?».
Los orígenes del conflicto
El punto de partida de esta batalla está en un mensaje: «Make America Great Again!» (¡Haz grande a América otra vez!). Con este eslogan, Trump pretendía llegar a la Casa Blanca. Lo logró y se puso manos a la obra para que su país continuase siendo el referente económico en el contexto internacional más competitivo que se recuerda y totalmente globalizado. De puertas para dentro ha alcanzado su meta, solvencia financiera, productividad e incluso una tasa de paro por debajo del 3,6%, la cifra más baja desde los comienzos de Nixon en 1969, cuando el desempleo era tan bajo gracias a los millones de soldados que requería la guerra en Vietnam. Pero en el exterior el liderazgo no era tan contundente. Por culpa de China, que ya muestra su ambición en su propio nombre, que significa «todo bajo el cielo». Xi Jinping se lo tomó en serio y en 2013 decidió crear la iniciativa «The belt and the road», una red de alianzas comerciales (incluyendo la Ruta de la Seda) que llevasen a su país a la posición económica que le correspondía, la primera. Trump no lo va a permitir porque, afirma Arahuetes, los expertos aseguran que quiere presentarse a un segundo mandato y lo quiere hacer como «un guerrero en defensa de los intereses nacionales tras ganar el conflicto con China». Y en medio de esta vorágine, hay países que nunca hubiesen deseado su comienzo, pues tienen buenas relaciones tanto con EE UU como con China. Es el caso de Pakistán y Corea del Sur.
o Singapur.
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