Economía

Y Trump cogió el fusil comercial

Trump mantiene en vilo a medio mundo con su política arancelaria que podría terminar en una tremenda guerra comercial o verse obligado a rectificar y no llegar a aplicarla

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump
El presidente de Estados Unidos, Donald TrumpJIM LO SCALZOEFE/EPA

Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999), el gran realista mágico español –gallego–, principia su fascinante «Saga/Fuga de JB» con el verso «no lo sabemos, no, no lo sabemos», que inicia la «Balada incompleta y probablemente apócrifa del santo cuerpo iluminado».

No lo sabemos, no, al menos por ahora, hasta dónde llegará Donald Trump con su anunciada guerra comercial, y si realmente disparará su fusil o serán fuegos de artificio para obtener otros objetivos.

El nuevo inquilino de la Casa Blanca y su inquietante entorno, con Elon Musk a la cabeza, asustan, pero tendrán reacción a sus medidas. La Comisión Europea, que preside Ursula von der Leyen, elude precipitarse, pero si todo sigue adelante reaccionará a los aranceles al aluminio y al acero con otros a determinados productos americanos.

La China de Xi Jinping ya ha iniciado ese camino, con gravámenes a productos USA entre el 10 y 15%, y habrá que ver en qué se traducen las relaciones Trump-Putin. No es el fin de la globalización, ni mucho menos, pero está amenazada, sobre todo por la ignorancia de algunos políticos.

El presidente americano, sin embargo, no tiene asegurado ningún éxito y hasta es probable que no llegue a ejecutar medidas anunciadas e incluso aprobadas o que, después, tenga que deshacer el camino.

Las consecuencias del endurecimiento de la política comercial estadounidense –una guerra comercial en toda regla– «se trasladarán a otros sectores como la construcción y otras ramas de la industria, como la energía, la aviación, productos tecnológicos e incluso a la industria de empaquetado de la cadena alimenticia», apunta Alicia Coronil, economista jefe de Singular Bank, en su último análisis económico.

Advierte que los efectos, en EE UU, se trasladarán a los precios de consumo, que ya están al alza, según una encuesta preliminar de la Universidad de Michigan. Significa que la Reserva Federal (FED), que preside Jerome Powell, tendrá que retrasar nuevas bajadas de los tipos de interés.

En ese caso, el Banco Central Europeo (BCE), diga lo que diga su presidenta Christine Lagarde y otros miembros del Consejo, no puede ir «demasiado por libre». La desglobalización no llega a tanto, ni mucho menos, al menos por ahora.

El trumpismo comercial, por otra parte, puede ser una oportunidad para España, según el economista socialdemócrata José Carlos Díez. Defiende que España ha recuperado competitividad salarial relativa frente a países como Polonia y República Checa, que fueron a donde se desvió la producción industrial europea a principios de siglo.

Al mismo tiempo, el salario medio español se ha alejado del de Alemania, Francia, Holanda o Bélgica. También sostiene que «el gran cambio competitivo desde hace veinte años han sido los costes energéticos».

Toda la Europa central atraviesa una crisis energética por el coste del gas ruso, algo que está muy agravado por errores estratégicos, como la decisión de Angela Merkel de cerrar las centrales nucleares alemanas, algo que luego terminaría de consumar el gobierno del todavía canciller Olaf Scholz.

Los costes energéticos de la industria de la Europa Central y del Este han subido de forma considerable en los últimos años. Mientras tanto, en España «gracias a las energías renovables –apunta Díez–, por primera vez desde la revolución industrial del siglo XVIII disponemos de una energía abundante y más barata que nuestros socios europeos».

Cree que es una «oportunidad única» para impulsar el desarrollo industrial y que si ante los aranceles de Trump se adoptan las medidas adecuadas, podrían suponer un impulso para el empleo y una mejora de los salarios industriales en España.

Se apoya en las tesis de Jagdish Bhagwati, economista indio-norteamericano, considerado el teórico más creativo de su generación sobre el comercio internacional, que acaba de publicar «En defensa de la globalización», título aclamado por la crítica internacional.

Las oportunidades, no obstante, hay que aprovecharlas cuando surgen y los gobiernos no deben poner palos en las ruedas de la actividad económica. El de Sánchez en particular debería, por ejemplo, dejar de estigmatizar a las empresas privadas, como hace la «vice» Yolanda Díaz, reducir o eliminar impuestos a la producción de energía, facilitar el desarrollo de las renovables y, ya mismo, no cerrar la central nuclear de Almaraz, que sería cometer el mismo error que Angela Merkel en su día, un ejemplo que debería estudiar Sara Aagesen, la vice sucesora de Teresa Ribera, antinuclear en España y tolerante en Europa.

Todo al margen de Trump y su fusil comercial porque todavía «no lo sabemos –lo que hará–, no lo sabemos», como diría Torrente Ballester.