Opinión

Zapatero y sastre para Trump

Una de las máximas del liberalismo y la economía moderna es "no intentar fabricar en casa si te va a costar más que comprarlo fuera", dejó por escrito Adam Smith. Trump con sus aranceles evidencia no haber leído al padre del liberalismo

WASHINGTON (United States), 05/03/2025.- US President Donald Trump addresses a joint session of the United States Congress at the US Capitol in Washington, DC, USA, on 04 March 2025. (Estados Unidos) EFE/EPA/WIN MCNAMEE / POOL
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump WIN MCNAMEE / POOLAgencia EFE

Adam Smith (1723-1790), el padre del liberalismo y la economía modernas, ya lo dejó escrito: «La máxima de todo cabeza de familia prudente es no intentar fabricar en casa si te va a costar más que comprarlo fuera. El sastre no intenta fabricar sus propios zapatos, sino que se los compra al zapatero. El zapatero no pretende fabricar su propia ropa, sino que emplea a un sastre».

Donald Trump, aunque casi repele a la inteligencia explicarlo, no ha leído, por supuesto, a Adam Smith. Tampoco se le conoce ninguna otra lectura económica, algo que explicaría su obsesión por imponer aranceles para hacer que la economía estadounidense sea más próspera. El inquilino de la Casa Blanca, antes o después, tendrá que dar marcha atrás pero, de momento, ya están en vigor aranceles del 25%, nada menos, a productos de Canadá y México.

«Es el primer gran error de Trump» apunta el economista Mark Hendrick en la web del muy liberal y libertario Mises Institute, nada sospechoso de ser hostil con los republicanos. «La imposición de aranceles va a perjudicar a los consumidores estadounidenses», apostilla otro economista, Frank Shostak en el mismo foro. «Es un ataque a mercado –añade– y su objetivo lógico es la autosuficiencia de los productores individuales; es un objetivo que, de realizarse, significaría pobreza para todos y muerte para la mayoría de la población mundial. Sería una regresión de la civilización a la barbarie».

Trump, por otra parte, parece tener una extraña obsesión con Canadá, un país con el que Estados Unidos ha mantenido unas relaciones, políticas, comerciales y de vecindad excelentes desde hace más de dos siglos. En el New York Times defienden que hay alguna teoría que explicaría esa animadversión. Todo es muy simple, el inquilino de la Casa Blanca fracasó en dos intentos de hacer negocios hoteleros en Canadá, experiencia que se saldó también con dos quiebras y pérdidas notables. No se puede demostrar que esos sean su motivos, pero la historia es real, aunque a él no le guste recordarla.

Razones al margen, el presidente americano empieza a lanzar a su país y al mundo el abismo, quizá por no entender el ejemplo del trabajo de un zapatero y de un sastre descrito por Adam Smith.