Editoriales

Actuar contra el virus desde la calma

No es aceptable, como ha ocurrido en Italia o en Corea del Sur, que las propias autoridades gubernamentales se conviertan en uno de los vectores más potentes de la expansión del pánico.

Coronavirus in Italy
Rome (Italy), 25/02/2020.- Emergency forces install an air dome equipped with medical supplies at Spallanzani hospital in case the number of people suffering from COVID-19 coronavirus increases, in Rome, Italy, 25 February 2020. (Italia, Roma) EFE/EPA/ANGELO CARCONIANGELO CARCONIAgencia EFE

No es posible negar la evidencia de que la extensión de los contagios por el coronavirus 2019-CoV-2 está provocando una psicosis colectiva que puede traer graves consecuencias para el desenvolvimiento normal de las relaciones sociales y, por lo tanto, de la economía, amén de poner a prueba unos sistemas de salud pública que, si en España están suficientemente dimensionados, en otros países de nuestro entorno pueden colapsar a medida que aumente el número de contagios.

En el momento actual, ya no se trata de oponer una información cierta y ponderada a la ola de alarmismo, puesto que hace tiempo que esa batalla se perdió a manos de la imperdonable estulticia de las autoridades comunistas chinas y del bombardeo televisivo de personas con máscaras, calles desiertas y órdenes de cuarentena. De ahí, que seamos muy escépticos a la hora de considerar que las palabras tranquilizadoras de la ministra de Turismo, Reyes Maroto, garantizando la seguridad sanitaria de nuestro país, vayan a conjurar el riesgo de recesión de la principal industria española.

Sean bienvenidos, por supuesto, los nuevos protocolos de actuación en aeropuertos y hoteles, pero la realidad es que el actual goteo de casos, todos foráneos o contraídos en el extranjero, tiene un efecto multiplicador sobre la percepción ciudadana del riesgo que acabará por opacar la buena labor desarrollada hasta ahora por nuestro sistema hospitalario. Noticias como la del millar de turistas confinados en un hotel de Tenerife o sobre la desaparición de las mascarillas en las farmacias, que extienden la preocupación social, deben ser enmarcadas, y ponderadas, en la lógica de los acontecimientos, pero sin que sea aceptable, como ha ocurrido en Italia o en Corea del Sur, que las propias autoridades se conviertan en un vector de la expansión del pánico, hasta el punto de que la economía nuestros socios trasalpinos haya entrado en recesión, con la prima de riesgo italiana por encima de la griega.

Con esto no queremos decir que haya que cruzarse de brazos ante lo inevitable porque no sería cierto. El Gobierno, en coordinación con las comunidades autónomas, que tienen transferidas las competencias sanitarias, debe garantizar que nuestros profesionales están adecuadamente protegidos para tratar con el coronavirus, que los medios de detección del Covid-19 –que es la denominación oficial de la enfermedad– sean suficientes y estén bien distribuidos y, sobre todo, que la información fluya sin alarmas, pero sin secretismos que, a la postre, sólo sirven de caldo de cultivo a los más peregrinos rumores. Si, hasta el momento, la población española, con excepciones meramente anecdóticas, ha reaccionado sin los excesos de la italiana, con asaltos a supermercados y ataques xenófobos intolerables, hay que procurar mantener el mismo nivel de concienciación social.

Y hay que hacerlo, insistimos, sin restar importancia a la epidemia, pero desde el convencimiento de que la enfermedad en cuestión cursa en la inmensa mayoría de los casos como un resfriado común, con unas tasas de mortalidad que van desde el 4 por ciento en las zonas del foco primigenio en China, al 0,7 por ciento del resto del mundo. Es algo superior al nivel de fallecimientos que causan las cíclicas temporadas de gripe –el año pasado, en España, la influenza se cobró la vida de 6.300 personas, la mayoría por complicaciones con patologías previas-, pero está muy lejos del imaginario apocalipsis. Caer en el pánico, como señalábamos al principio, puede significar el pórtico de una nueva época de recesión económica por el cierre de fronteras y las restricciones al comercio internacional. Y, desde luego, no ayuda en nada a combatir una epidemia cuya evolución, a mejor o peor, es todavía una incógnita.