Opinión

No habrá una “barra libre” europea

La discusión entre una salida conjunta o nacional a la crisis presenta una falsa disyuntiva, que, además, se vuelve ciertamente peligrosa en unos momentos en que retorna con fuerza el euroescepticismo

Pese al inveterado optimismo del Gobierno social comunista que preside Pedro Sánchez, más cercano al «porque yo lo valgo» que al examen ponderado de la realidad, sería un error confiar en que la Unión Europea admita una suerte de «barra libre» presupuestaria que cubra los enormes daños económicos que la pandemia va a provocar en países como España, Italia y Francia, por citar los tres socios que presentan las peores cuentas de la eurozona por nivel de déficit público y endeudamiento. En este sentido, que la reunión telemática mantenida ayer entre los jefes de estado y de gobierno de la UE viniera precedida por las correcciones al alza de Euroestat de las cuentas deficitarias españolas, entre otras, no podía presentarse en peor momento, aunque sólo sea porque refuerza la presión a la que están sometidos los ejecutivos de países como Alemania y Holanda, que cumplen de sobra los criterios de estabilidad de la eurozona, por unas opiniones públicas poco proclives a pagar con sus impuestos nuevos rescates.

De ahí que sea de la máxima importancia, como, de hecho, se vio ayer, que el llamado «bloque del sur» sea capaz de trasladar al conjunto de la Unión que la discusión entre una salida conjunta o nacional a la crisis presenta una falsa disyuntiva, que, además, se vuelve ciertamente peligrosa en unos momentos en que retornan con fuerza los nacionalismos y las llamadas al sálvese quien pueda. Por supuesto, y tanto Madrid como Roma han acabado por aceptarlo, era un brindis al sol pensar que Bruselas iba a avenirse a una mutualización de la deuda, los coronabonos, como también lo es la pretensión de que el desembolso bimillonario que se reclama a la Comisión sea en forma de subsidios a fondo perdido, sufragados por medio de los próximos presupuestos comunitarios. Tampoco es una solución, al menos para España y Francia, que esas ayudas financieras adopten la forma de préstamos, por muy buenas que sean las condiciones crediticias, porque no parece factible que puedan hacer frente al coste de un sobreendeudamiento de tal magnitud. Así, la propuesta que ha elaborado nuestra ministra de Economía, Nadia Calviño, que juega, por un lado, con una financiación blanda del paquete destinado a los fondos de reconstrucción y, por otro, al incremento presupuestario (MFP) de los fondos de desarrollo de la Unión, pueden ser una solución aceptable para los recalcitrantes norteños, por más que la expresión «deuda perpetua» mueva al rechazo.

Sin embrago, creemos, y las últimas declaraciones de la canciller alemana, Ángela Merkel, así lo atestiguan, que acabará por abrirse paso en el conjunto europeo la convicción de que no pueden repetirse los errores de la crisis financiera de 2008, aunque sólo sea por el propio interés de las economías más fuertes, que, no hay que olvidarlo, son las que más se han beneficiado de la moneda única. Con la ventaja, frente a la crisis anterior, de que la actual situación de emergencia tiene causas conocidas y puede pronosticarse su evolución a medio plazo. Otras cuestión, que, también estuvo sobre la mesa, es el cambio de las prioridades presupuestarias de los socios más afectados por la crisis, como España. Porque por muy favorables que sean las condiciones de ayuda europeas, una vez descartada esa «alegre barra libre» de la mutualización de la deuda, no quedará mucho dinero para las políticas populistas –los «viernes sociales»– que venía practicando el Ejecutivo de coalición. Será obligada la contención de todo el gasto público que no vaya a ser destinado a salvar la situación de emergencia de familias y empresas, hasta que nuestro tejido productivo pueda recuperarse y volver a crear empleo. Hay que rechazar la tentación de mantener una sociedad subsidiada, con dinero de otros, además.