Editoriales

Ya es hora de despedir a Fernando Simón

La permanencia en el cargo sólo se explica desde su papel de parachoques del Gobierno

El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), Fernando Simón, comparece en rueda de prensa en Moncloa para informar de la evolución de la pandemia, en Madrid (España), a 26 de octubre de 2020.
El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), Fernando Simón, comparece en rueda de prensa en Moncloa para informar de la evolución de la pandemia, en Madrid (España), a 26 de octubre de 2020.J.Hellín POOL/Europa pressJ.Hellín POOL/Europa press

El pasado 29 de octubre, mientras Fernando Simón se permitía, en un a distendida charla pública con dos deportistas, hacer un chiste rijoso sobre enfermeras, el Ministerio de Sanidad daba cuenta del fallecimiento por Covid de 173 personas más. Si la mera índole machista y denigratoria del comentario, que alimenta un estereotipo que no se merecen en modo alguno unas profesionales de la salud que se han dejado la piel en esta tragedia y que ven como la amenaza, terrible, de una lucha sin tregua como la de la primavera pasada vuelve a cernirse en el horizonte, ya merecería el más serio reproche a la conducta de quien, supuestamente, ejerce la mayor responsabilidad en el control de la pandemia, la despreocupación que revela sobre el dolor ajeno se vuelve inaceptable.

Cabe preguntarse hasta qué punto debe tolerar la sociedad española que el inestimable servicio de parachoques gubernamental que ejerce sin el menor pudor el doctor Simón pese más que la realidad de su gestión al frente del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias. Cabe preguntarse, también, qué virtudes representa para una sector de la izquierda de este país, especialmente la que nos gobierna, un epidemiólogo que no sólo no fue capaz de advertir lo que se nos venía encima, sino que minimizó la gravedad de la infección cuando los hechos ya eran concluyentes. Que afirmó lo remoto de la extensión de los contagios, «tal vez tengamos un caso o dos»; que se despachó con un negligente «yo a mi hijo le he dicho que haga lo que le parezca», cuando se planteó la necesidad de suspender actos y reuniones multitudinarias en la primera semana de marzo o que ha dado cobertura a decisiones sanitarias, como la inutilidad de las mascarillas, que no respondían más que a la incapacidad del Gobierno de la nación de dotar de medios de protección al conjunto de los ciudadanos.

Pero, tal vez, la virtud de Fernando Simón que más aprecia la izquierda española, la misma que quiso hacer de él un icono a lo «che Guevara», sea, precisamente, que ha dado cobertura profesional a todas y cada una de las actuaciones del Gobierno, incluido, por supuesto, el paripé del fantasmal comité de expertos. Hoy, Fernando Simón y su mentor Salvador Illa, el ministro de Sanidad, siguen en sus puestos pese al poco lucido bagaje de su gestión. Desescalamos demasiado pronto y demasiado rápido, pero Fernando Simón no dijo nada. Es más, se fue de merecidas vacaciones y a protagonizar un programa de aventureros. Y ahora, cuando ya no es fácil ocultar los muertos –más de cuatro mil, sólo en octubre– está tan distendido que se permite hacer chistes soeces sobre las enfermeras. Las mismas que se están dejando otra vez la salud en los hospitales.