Editorial
Adiós a la verja y a la cosoberanía
La demanda de la soberanía sobre el Peñón se ha evaporado del discurso del Gobierno
El Brexit ya es un hecho. Desde hoy, es efectiva la separación del Reino Unido de la Unión Europea, entidad política de la que formaba parte –entonces CEE– desde 1973. No es que Londres rechace los principios fundacionales de esta organización nacida de los escombros de la Segunda Guerra Mundial, de la que el Reino Unido fue parte fundamental en el desenlace final de la contienda –sería un error no entender su idiosincrático vínculo con Europa–, pero sí contra un principio que simbólicamente frenaba cualquier intento expansionista de sus estados constituidos y sellaba la paz que a lo largo del siglo XX no alcanzó el viejo continente, el de «ofrecer libertad, seguridad y justicia sin fronteras interiores». Ahora toca recomponer las relaciones en un nuevo marco bilateral, país a país, en el que España ocupa un papel importante al ser el Reino Unido uno de los principales mercados exportadores. Y toca también readaptar las relaciones con Gibraltar, la última colonia en territorio europeo, tras el acuerdo de eliminar la Verja, lo que supone que se incorpora al espacio europeo sin fronteras y que los 10.000 trabajadores transfronterizos puedan acudir sin impedimentos a sus trabajos y los gibraltareños pasar a España. Desde este punto de vista, el que se ciñe meticulosamente a la zona del campo de Gibraltar, el compromiso alcanzado entre Londres y Madrid supone un alivio y un respiro en un tiempo y un espacio particularmente golpeados por la crisis. La pregunta que se responde por sí misma es si todos los intereses en juego en el histórico contencioso del Peñón se reducían especialmente a la prosperidad de los municipios españoles limítrofes con la colonia o iban mucho más allá. Claro está que no. Y en ese sentido es particularmente significativo el léxico alternativo con el que el Gobierno de Pedro Sánchez ha festejado su hito diplomático. Ya no progresamos, ni siquiera aspiramos a una cosoberanía, sino que se avanza «hacia una zona de prosperidad». Y si hay alguien que deja aún más en evidencia el saldo de esta relación postbrexit es el propio premier británico, Boris Johnson, que, a diferencia de su homólogo español, enfatizó que el Reino Unido «siempre» estará «totalmente comprometido con la protección de los intereses de Gibraltar y su soberanía británica». Hace tan sólo dos años, Pedro Sánchez explicó que España había levantado el veto al Brexit con una serie de condiciones, de las que la principal era la cosoberanía del Peñón. Había un consenso riguroso en que la salida británica de la UE, con un voto masivo en contra entre los gibraltareños, ofrecía a España una coyuntura favorable para negociar el nuevo estatus de la colonia conforme a la doctrina de Naciones Unidas, y la sensación es que se ha desaprovechado en una transacción sobre la que se deben rendir cuentas. El hecho es que el paraíso fiscal y colonial continuará con las bendiciones españolas, la cobertura comunitaria y la lealtad británica. Tampoco salimos más fuertes del Brexit y del lío de Gibraltar.
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