Editorial

Ataque al corazón de la democracia

El asalto al Capitolio retrata la descomposición de un país fracturado y colérico

Ataque al corazón de la democracia
Ataque al corazón de la democraciaJohn MinchilloAgencia AP

Estados Unidos ha escrito una de sus páginas más oscuras y dramáticas. La democracia más antigua y hasta ayer solvente y consolidada del mundo moderno sufrió un embate sin precedentes en casi dos siglos y medio de historia. Los gravísimos síntomas de descomposición y desafección que probablemente se han larvado en los últimos lustros estallaron en un brote de cólera y caos en el mismo corazón de la libertades norteamericanas. Lo hicieron contra el símbolo que alberga el poder del pueblo, el Capitolio que acoge las cámaras parlamentarias. Miles de seguidores de Donald Trump forzaron los controles y el blindaje de la institución con el propósito de impedir como fuera la ratificación de los resultados de las elecciones del 3 de noviembre, que había empezado a la una de la tarde de Washington (media tarde hora peninsular española). La muchedumbre, algunos armados y con la utilización de potentes gases lacrimógenos, sobrepasaron las defensa y violentaron la sede parlamentaria. A partir de ese instante la anarquía y la violencia se adueñaron de un lugar sagrado para la democracia estadounidense y las escenas que se difundieron al mundo resultaron bochornosas y gravísimas, de consecuencias impredecibles, sin que las autoridades fueran capaces de embridar a la turba proTrump.

El presidente agitó una hoguera convertida en un incendio incontrolado con sus constantes soflamas explosivas sobre el robo y el fraude electoral en las presidenciales, la última ayer mismo en un intento desesperado de que su vicepresidente Pence, que comandó la sesión en el Capitolio, se negara a ratificar los resultados de noviembre, lo que no hizo porque hubiera resultado un acto ilegal. Incluso con el vandalismo adueñándose de Washington, el aún inquilino de la Casa Blanca se resistió a tomar las riendas con la contundencia que el desafío requería por parte de aquellos a los que había invitado a sabotear los mandatos y protocolos constitucionales. Estados Unidos se sumió ayer en un estado de excepción que tiene múltiples responsables, aunque en grado distinto.

La fractura de la sociedad norteamericana, el nivel de indignación y desafección con las instituciones no puede ser atribuido a un solo individuo por muy presidente del país que sea, porque el grado de descomposición de la autoridad y del sistema que se materializó en el asalto al Capitolio no se genera en meses ni siquiera en una legislatura. El cuerpo social norteamericano padece una patología grave, que progresa sin que la política haya encontrado soluciones a ese descontento y desconfianza. Trump está en su derecho de apelar a los procedimientos establecidos en defensa de los principios y garantías que crea vulnerados, pero no a ejercer de insumiso contra la Ley y la Constitución. En esta hora crítica para Estados Unidos, la Casa Blanca no puede portar la antorcha en el linchamiento de la libertad.