Política
El legado de unos españoles más pobres
El panorama es terrible y alarmante para cualquier gobierno responsable, con las familias en el ojo de una tormenta perfecta
El presidente despidió el año político con una arenga-alegato en el que no escatimó un elogio a su obra y sus presuntos logros que, de acuerdo a su discurso, han convertido a España en un ejemplo en Europa. Se reclamó como el artífice de reformas estructurales que perdurarán años y el garante de la estabilidad y la prosperidad del Reino. En su realidad, Pedro Sánchez no nos privó de un minuto de autobombo y desplegó ante la opinión pública magníficos datos sobre el grado de cumplimiento de sus compromisos de investidura, casi la mitad conseguidos y más de un 90 por ciento en marcha. La ejecución de sus promesas alcanzó, según él, topes casi milagrosos a estas alturas de la legislatura. Llegó a sostener que la pandemia «no ha sido un freno, sino un acelerador para impulsar las reformas y avances sociales que necesita España». Más allá de la desafortunadísima referencia al contagio, en la que relativizó con frivolidad el carácter de tragedia del covid con decenas de miles de muertos, la narración del presidente se ha mantenido firme y constante en el principio que se recordó en las páginas de este periódico el jueves: «¿Por qué debería uno decir la verdad si puede serle beneficioso decir una mentira?». Sánchez ha ponderado sus hitos políticos al mismo tiempo que fuera de La Moncloa el panorama se ha estancado encapotado de negros nubarrones sin que nada lo haya desanimado o hecho posar los pies en el suelo. Horas antes de su autopanegírico, se confirmó que España era la peor economía avanzada del mundo desde el inicio de la pandemia con mucha diferencia respecto a la segunda peor. El FMI pronosticó que nuestro país sería la gran fábrica de parados de Europa en 2022. Hace unos días, el Banco de España desmontó las manoseadas estimaciones económicas del Gobierno para los próximos ejercicios. Ayer conocimos que el ciclo incontrolado de la inflación se ha agudizado en la recta final de 2021 con el IPC en el 6,7% en el último mes, el peor dato en tres décadas. El panorama es terrible y alarmante para cualquier gobierno responsable, con las familias en el ojo de una tormenta perfecta, asfixiadas por el disparado coste de la vida y con un horizonte complicado por los futuros de los precios de la energía que presagian que no escampará y que el recibo de la luz nos castigará hasta 2023. El Gobierno ha intentado convencer a los españoles de que la subida de los precios es temporal, que es consecuencia de algo bueno, el «tirón» de la recuperación, y que se corregirá en 2022. La credibilidad es la misma que cuando Sánchez prometió que la factura eléctrica sería la de 2018. El boom de la recaudación impositiva invita a pensar que, para este gabinete manirroto, la alta inflación no es incómoda por más que el impuesto de los pobres destruya renta disponible y los salarios reales de las familias mientras Moncloa retuerce el brazo de su fiscalidad. Aunque la verdad no es un principio moral de esta izquierda, la fábula de Sánchez patina. Si sus prodigios son como los relata, cómo es posible que las encuestas sean cada vez peores para sus intereses. Los españoles son más pobres. Ese es su legado.
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