Editorial

Apuesta por la Defensa pese a los comunistas

Sánchez acudirá a la oposición como hace cada vez que sus socios le dan la espalda. Se abusa de la altura de miras de la alternativa y se demanda la responsabilidad que no encuentra en sus filas

La cumbre de la OTAN en Madrid ha echado el cierre con un balance notable. La amenaza rusa, con la guerra en el este de Europa, ha revitalizado a la organización hasta provocar una catarsis y alejar su decadencia. Hay compromiso y planes con la seguridad y la protección de la democracia como la prioridad de los aliados en torno a un nuevo Concepto Estratégico que detalla las amenazas, los adversarios y las respuestas. Hay una OTAN del siglo XXI antes y después de Madrid que ha sabido movilizarse en un escenario geoestratégico explosivo. En las decisiones adoptadas están implícitos responsabilidades y deberes. Los de España son especialmente exigentes dado el déficit en la materia y pondrán a prueba la determinación del Gobierno y de la oposición. En esta OTAN más fuerte, cohesionada y expandida, Pedro Sánchez se ha comprometido a multiplicar la apuesta presupuestaria hasta alcanzar el dos por ciento del PIB en Defensa, lo que significa una conversión extraordinaria en el aliado con el menor gasto solo por delante de Luxemburgo, que no cuenta con Ejército como tal. España dedica el 1,01% del PIB, algo más de 13.000 millones de euros, y tendrá que ampliar esa cantidad por encima de los 20.000 millones. El objetivo presupuestario atlántico del dos por ciento no es nuevo. Se aprobó en 2014 y debía alcanzarse en 2024, pero no se logrará porque los sucesivos gobiernos del Estado han relativizado cuando no marginado el peso de las Fuerzas Armadas y de la seguridad en sus planes. Ayudará que el cónclave de Madrid ha ampliado el plazo cinco años hasta 2029, lo que, pese a todo, no nos deja en buen lugar. España tendrá que pasar de las palabras a los hechos y llevar hasta el final decisiones fundamentales como los de su renovada colaboración con Estados Unidos que sumará dos destructores en la base de Rota. Requerirá una modificación del Convenio de Cooperación para la Defensa firmado en 1988 entre ambas partes y el presidente estará obligado a salvar el tamiz del Consejo de Ministros y el Congreso de los Diputados. Se pondrá a prueba una vez más el sentido de estado de unos y otros. Sánchez tendrá un arduo problema para sumar con comunistas y Frankenstein, jaleados por el impostado pacifismo que conlleva una inquina patológica al estamento militar, la OTAN y Estados Unidos. Será la enésima expresión de la bipolaridad grotesca y ponzoñosa de un gabinete roto al que sujeta el férreo hilo del poder. Acudirá a la oposición como hace cada vez que sus socios le dan la espalda. Se abusa de la altura de miras de la alternativa y se demanda la responsabilidad que no encuentra en sus filas. España tiene que estar junto a sus aliados y debe haber votos serios que den ejemplo. Pero urge algo más. Se abre una ocasión para corregir nuestra maltrecha y maltratada cultura de Defensa, también marginada en las políticas públicas. Hay que escapar de hipocresía, falsedad y demagogia frívola. Ucrania se ha aparecido como una lección fatal. Las democracias no están a salvo y contar con las capacidades disuasorias suficientes es un deber político y moral para con el pueblo.