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Editorial

«Ley Trans», antes de que maduren los niños

Hay una insistencia militante, casi enfermiza, con los menores de edad, niños y adolescentes, a quienes se incorpora como sujetos con capacidad de tomar decisiones irreversibles.

Irene Montero, ministra de Igualdad, durante la sesión de control al Gobierno en el Congreso Alberto R. RoldánLa Razón

Hay un aspecto de la ideología «queer» especialmente preocupante y, por supuesto, de difícil justificación. Nos referimos a la insistencia militante, casi enfermiza, con los menores de edad, niños y adolescentes, a quienes se incorpora como sujetos con capacidad de tomar decisiones irreversibles sin tener en cuenta que se hallan en pleno proceso de maduración. Es una pulsión de tintes sectarios, que nos remiten a las peores prácticas ideológicas de la historia y que en nada favorece a esa minoría de seres humanos que, por las razones que sean, no se identifican con el sexo que les otorgó la naturaleza.

Dicho de otra forma y desde una posición cínica, la «Ley Trans» impulsada por Unidas Podemos no va a suponer cambio trascendental alguno en los usos y costumbres de la sociedad española, por cierto, muy alejada de la caricatura intransigente, machista y homofóbica que dibuja la ministra de Igualdad, Irene Montero, y, en términos generales, sus consecuencias apenas se notarán en el campo del deporte profesional y en las pequeñas incomodidades que puedan afectar a las mujeres en sus áreas de intimidad. Tal vez, sean noticia casos de picaresca en materia de acceso al mercado laboral y en incursiones premeditadas en los ámbitos donde opera la llamada discriminación positiva, pero, según la experiencia de otros modelos similares, serán anecdóticos.

Sin duda, la autodeterminación libre de género, y su plasmación en el registro civil, supone el desarme intelectual de los movimientos feministas, una vez que el hecho de pertenecer a un determinado sexo biológico queda superado por la mera voluntad del individuo, pero la simple enumeración de los partidos políticos que han dado su apoyo parlamentario a la ley, desde el PSOE a ERC, pasando por el PNV, es decir, el frente de la moción de censura, demuestra la displicencia con que se ha despachado el argumentario feminista, lo que, a modo de consuelo, indica que sus postulados están tan firmemente arraigados en el imaginario social español como para despreciar los embates de la ideología «queer».

Resumiendo, la nueva normativa no es más que el resultado de la falta de proyección transformadora y revolucionaria de una izquierda radical que ha encontrado su razón de ser en las minorías activas, que ponen sus intereses por encima de la consideración común de ciudadano con plenos derechos civiles. El problema mayor, pues, queda en ese millar de niños y adolescentes, y en sus familias, que, como demuestra la experiencia de Suecia, emprenden un camino en el que no hay vuelta atrás y para el que no estaban mentalmente preparados. Lo han advertido los profesionales de la Medicina, en especial, los especialistas en disforia de género. Pero, al parecer, serán simples «daños colaterales» del histórico avance progresista.

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