Editorial

Núñez Feijóo vuelve a teñir de azul el mapa de España

Sánchez tendrá que deshacerse de la izquierda radical. Feijóo en poco más de un año, ha sabido reconstruir el PP.

VÍDEO: 28M.-Feijóo pide un voto claro al PP para poner "freno al sanchismo", que "no tiene límites"
Alberto Núñez FeijóoEuropa Press

Es sabido que la victoria tiene muchos padres, mientras que la derrota suele ser huérfana. No será este el caso. Y no lo será, porque Pedro Sánchez, contra toda lógica política, se dejó arrastrar por la pulsión personalista, contribuyendo a convertir estas elecciones municipales y autonómicas en una especie de «primera vuelta» de las generales. En definitiva, en un plebiscito sobre su gestión al frente del Gobierno que ha puesto de manifiesto hasta qué punto la opinión pública española ha responsabilizado a los representantes socialista del desiderátum legislativo impulsado por sus socios de la extrema izquierda.

Y no caben excusas. Ni siquiera en el accidentado final de la campaña, empañada, no hay que obviarlo, por unos sucesos que han tocado directamente al PSOE o que han puesto sobre la mesa el coste político de unos pactos de legislatura con formaciones como Bildu, todavía muy presentes en el imaginario colectivo del pueblo español. Por supuesto, tiene el presidente del Gobierno tiempo y espacio para la rectificación, que puede articularse tanto desde el adelanto de las elecciones generales, como de una reestructuración del Gabinete que elimine a quienes sólo han demostrado su incapacidad para escuchar las razones de los otros, desde la soberbia de quien se cree en posesión absoluta de la verdad, y que, con su cerrazón, su encastillamiento en el error, se han retratado como un lastre. Ni siquiera la sustitución programada de Unidas Podemos por Sumar, el movimiento político que encabeza la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, pueda contribuir a solventar la difícil papeleta del inquilino de La Moncloa, con el deseado reagrupamiento del voto más radical y el alejamiento definitivo de personajes como Pablo Iglesias, mucho más interesados en ajustar cuentas desde un imaginario memorial de agravios, que en afrontar una autocrítica que creemos absolutamente debida a quienes confiaron alguna vez en su magisterio.

La realidad, ahora sí, contable, es que ninguno de los candidatos apoyados por la autoproclamada líder in pectore de la «nueva izquierda» ha obtenido brillantes resultados. Unidas Podemos ha continuado en la pendiente, camino a la irrelevancia, y las alternativas que surgieron de una escisión interna, como Más Madrid, mejoran en escaños, pero a causa de la desaparición de los rivales del partido morado. Podrá asirse el presidente del Gobierno al hecho de que la base electoral de su partido, el socorrido «suelo», ha aguantado mejor que sus socios, al menos, en términos generales. Pero ello no ha impedido, y debería servir a los socialistas de aviso a navegantes, el descalabro en aquellas regiones, como Valencia y Baleares, que nunca tuvieron el menor problema a la hora de vivir su propia identidad, donde el PSOE se dejó envolver en la dinámica de unas políticas nacionalistas, claramente pancatalanistas, que no han tenido el menor empacho a la hora de forzar un cambio en el modelo de convivencia, desde la confrontación. No ha sido la única causa del cambio de signo político, pero si los estrategas de La Moncloa creen que el nacionalismo excluyente no pasará factura a un partido de vocación y discurso nacional, se equivocan.

Poco más se puede aducir a lo que ha sido, más que una derrota de las formaciones que componen la coalición de Gobierno, una clara victoria del Partido Popular, mucho más meritoria cuando a su derecha, Vox no sólo se ha mantenido como la tercera fuerza política del país, sino que ha subido casi cinco puntos en porcentaje de votos –con más de un millón y medio de sufragios– y se ha convertido en factor decisorio en la gobernación de media docena de comunidades autónomas. Ciertamente, ahí está el mérito de los candidatos regionales y municipales populares en los buenos resultados generales del partido. Ciertamente, también, está el impulso de líderes como Isabel Díaz Ayuso, triunfadora con una mayoría arrolladora en la región madrileña, que es compendio de toda España, y referente de una manera de entender la política, en las antípodas de quienes pretenden meterse hasta en el dormitorio de los ciudadanos, no digamos en sus bolsillos. Pero, con todo, no sería justo restarle el menor merecimiento al líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, que, en poco más de un año, ha sabido reconstruir la unidad del principal partido del centro derecha español y devolverle la primacía en el terreno electoral. No lo ha hecho solo, por supuesto, porque, a diferencia de lo que ha sucedido en el PSOE, ha respetado la libertad de acción de las direcciones regionales. Sobre Feijóo caerán en los próximos días, no hay que dudarlo, las invectivas y las admoniciones de una izquierda vapuleada contra cualquier acuerdo con el partido de Santiago Abascal. Invectivas y admoniciones de los mismos que no han tenido el menor cuidado a la hora de pactar con lo más extremo del arco parlamentario. Tienen, sin embargo, una solución democráticamente impecable: permitir que gobierne la lista más votada en aquellas capitales y comunidades donde no se alcancen mayorías absolutas. Sería un cambio de paradigma para un partido, como el PSOE, capaz de firmar tripartitos y cuatripartitos para alcanzar el poder.