Editorial
Sánchez y el respeto que se debe a Madrid
Sánchez, en su doble papel de presidente del Gobierno y secretario general socialista, ha tenido la dudosa virtud de haber designado para Madrid a unos representantes que lejos de tratar de apaciguar la situación no han hecho más potenciar la crispación.
Hizo bien la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, al resaltar que la ausencia del Ejército español en la conmemoración de la gesta del Dos de Mayo, la fiesta regional de la Comunidad de Madrid, no era sólo una anomalía política causada por una decisión gubernamental injustificable, sino también una afrenta gratuita a unos ciudadanos que siempre que se presenta la ocasión demuestran su simpatía, admiración y gratitud por los hombres y mujeres que forman parte de las Fuerzas Armadas. E hizo bien, porque la arbitrariedad cometida con una Institución que no pertenece en absoluto al gobierno de turno, sino a la totalidad de los españoles, no podía dejarse pasar sin respuesta.
De ahí que las sentidas referencias a nuestros militares y sus imágenes reflejadas en la pantalla gigante instalada en la Puerta del Sol fueran, además de un homenaje, la clara muestra del malestar creado en el Ejecutivo madrileño, legitimado abrumadoramente en las urnas, por la cacicada monclovita. Así, cualquier análisis o interpretación sobre un supuesto veto a los representantes gubernamentales en los actos conmemorativos que no parta de esta premisa, la de la falta de respeto institucional a una comunidad autónoma española por parte del jefe del Ejecutivo, yerra a la hora de endosar las correspondientes responsabilidades políticas.
Ciertamente, la situación de enfrentamiento entre el presidente del Gobierno y la presidenta de madrileña es insólita en los usos y costumbres de las democracias, pero lo es aún más que desde La Moncloa se extienda lo que es una indisimulada animadversión personal al conjunto de los ciudadanos, que estarían en su derecho si interpretaran que los déficits de inversión pública estatal, el doble rasero presupuestario con respecto a Cataluña o las palmarias deficiencias del sistema ferroviario de Cercanías se deben a que vienen «votando mal» desde hace ya muchas décadas.
No vamos a entrar en el contraste de los modelos de gestión que representan Díaz Ayuso y Pedro Sánchez, puesto que la realidad de la pujanza económica y social de la región habla por sí misma, pero sí debemos denunciar que Sánchez, en su doble papel de presidente del Gobierno y secretario general socialista, ha tenido la dudosa virtud de haber designado para Madrid a unos representantes que lejos de tratar de apaciguar la situación al mejor servicio de los ciudadanos no han hecho más que buscar el modo de potenciar la estrategia de la crispación, como muy bien puede atestiguar la peripecia política del exdirigente socialista Juan Lobato, purgado por negarse a participar en una operación irregular y personal contra Ayuso. Madrid es mucho Madrid, como se demostró ayer, y difícilmente le harán mella los desaires sanchistas, pero creemos que ha llegado el momento de procurar la debida normalización institucional. Por ambas partes.