Educación

¿Por qué la elección de colegio es clave en el futuro de tu hijo?

Luís Martínez-Abarca, director del área de colegios del CEU, lo reflexiona.

Imagen del interior de un aula vacía
Imagen del interior de un aula vacíaRAQUEL MANZANARESEFE

En las próximas semanas, un buen número de familias de nuestro país se enfrentan a una decisión de gran importancia. Tienen que presentar su solicitud en el colegio de su elección. Hablamos del periodo escolar, quince años, es probablemente el más largo de estabilidad de sus vidas, lo que en muchos casos se presenta como un verdadero problema. En mis años de director, he tenido que presenciar en numerosas ocasiones la angustia de las familias, incluso consolar a algunas, porque sus deseos no pueden ser atendidos.

Aprovechando esta situación los comentarios, publicaciones y programas televisivos con temas educativos se multiplican. Internacionalización, rankings, comentarios sobre pedagogía con un lenguaje casi siempre confuso, digitalización, debates artificiales como el PIN parental o artículos sobre temas educativos generales como este mismo. La verdad es que nunca se ha hablado más de educación, pero me temo que nunca ha importado menos.

Las familias se acercan a las jornadas de puertas abierta, también Open Day, y se encuentran con discursos bien articulados y casi siempre coherentes, yo mismo los he hecho y quiero pensar que así eran. Se habla sobre inteligencias múltiples, individualización, educación emocional, idiomas, STEM... Se reflexiona sobre los cambios sociales, tecnológicos y laborales, de las nuevas competencias, de la tercera revolución social y de la inteligencia artificial o de la necesidad de matemáticos e ingenieros para trabajos que todavía no existen pero que tienen mucho que ver con los algoritmos, el nuevo abracadabra. Es probable también que alguno les explique sus programas de educación en valores y los proyectos de convivencia. Sin duda, casi todo ello con sentido y con su importancia, pero, al final, uno tiene la impresión de que no hay diferencias sustanciales entre unos centros y otros.

Si tienen suerte, unos pocos les hablarán del hecho educativo esencial, el que se produce ente el alumno y su maestro. De aquel que tiene la capacidad de ver en su alumno su mejor versión, algo que el alumno todavía no ha descubierto en él mismo y que debe encontrar. Profesores que son un ejemplo y un impulso al conocimiento por medio de la admiración y la curiosidad. Una mirada que sólo la antropología es capaz de desarrollar en las personas, la que en cada uno de los alumnos ve un ser individual, pensante, trasformador, ético y, para nosotros los católicos, trascedente. Y es ésta, desde mi punto de vista, la necesidad esencial, que no es contradictoria con la técnica, es la necesidad ética de nuestro tiempo. Las personas son el haber fundamental de cualquier organización educativa, los claustros y los equipos directivos, no sólo por su conocimiento, que también, sino por su ejemplo humano, y es sólo en este contexto en el que las distintas herramientas didácticas cobren sentido.

Por esto, desde una perspectiva propositiva, nunca me ha gustado la palabra inculcar, prefiero la palabra formar, me parece más respetuosa con la libertad.

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Al hilo de las distintas controversias educativas, que merecen sus capítulos particulares, hay una que sí parce oportuno comentar en estas líneas por la importancia que tiene en la elección por parte de las familias de un centro educativo. El punto de partida es la desconfianza en los centros educativos como consecuencia de la limitada autonomía de los centros para desarrollar sus propios proyectos y la imposibilidad de los equipos directivos de impulsar en los claustros proyectos coherentes, acusación casi siempre injusta. En cualquier caso, me declaro contrario a esto ya que puede ser causa de grandes dificultades en la gestión de los centros.

Debemos ser capaces de sustituir el temor al adoctrinamiento por la confianza y no es tarea fácil. No se trata de una confianza ciega, sino de una confianza informada, basada en proyectos educativos con clara identidad que son elegidos libre y responsablemente por las familias. Sólo así generamos un marco de relación pactado.

Como casi todo en la vida, esta confianza tiene que ser regada. A lo largo de un periodo tan largo de tiempo, hasta 15 años decía, numerosas dificultades académicas y personales pueden enturbiar la relación. Las familias, equipos directivos, claustros y alumnos deben ser capaces crear verdadera comunidad y, por tanto, no puede quedar en una mera aceptación pasiva de un proyecto. Tampoco puede circunscribirse a los órganos de gestión de los centros educativos, AMPAS o Consejos escolares. Las comunidades educativas deben encontrar las vías de relación, de fomentar la confianza por medio del conocimiento mutuo.

¡Ya!, otro Shangri La, dirán ustedes con toda razón. Como a ustedes, también a mí me gustaría pensar que la nueva ley educativa Celaá va en esta dirección, pero me temo que no, más bien en la dirección contraria. Bien, digo yo, hay espacio para la mejora. Debemos forzar al estado a reconocer la autonomía de los centros para desarrollar sus propios proyectos educativos y la libertad de las familias para elegir el proyecto que quieren para sus hijos. Porque el debate no es de quién es la propiedad de los hijos, sino quién tiene la primera responsabilidad de educar y sobre esto, no hay duda es la familia.