Literatura

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«El Quijote» se «ronlaliza»

Daniel Rovalher (Sancho Panza), a la izda., e Íñigo Echevarría (Don Quijote), en la obra de Ron Lalá
Daniel Rovalher (Sancho Panza), a la izda., e Íñigo Echevarría (Don Quijote), en la obra de Ron Lalálarazon

Ron Lalá sigue creciendo con «En un lugar del Quijote», su versión músico-humorística de la obra de Cervantes y su primer montaje sobre un texto ajeno

La lógica «ronlalera» dicta que, si dentro de un limón metes un gorrión, el limón vuela. Desenfadados, creativos y muy divertidos, los actores, músicos, dramaturgos, poetas y más cosas del quinteto Ron Lalá dan un paso más en una carrera que no para de crecer. Con «En un lugar del Quijote» estrenan su primer espectáculo a partir de un texto ajeno –el de Cervantes, claro, aunque muy a su manera– y supone su salto a una institución pública, la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que ha coproducido este viaje músico-humorístico a las tierras manchegas y demás lugares de la novela más famosa del idioma español.

No esperen un «Quijote» puro: en el texto se cuelan entre líneas bromas sobre wikileaks y, cuando toca quemar los libros perniciosos para la salud del hidalgo, se van al fuego, de paso, las memorias de Aznar o «La metamorfosis» de Kafka... Íñigo Echevarría es el caballero de la triste figura en esta versión, y Daniel Rovalher, su Sancho Panza. Con ellos, Álvaro Tato, Juan Cañas y Miguel Magdalena se reparten el resto de papeles desde el ama, el cura, el barbero o el bachiller Sansón Carrasco hasta el propio Cervantes, al que convierten en un personaje más de la obra, escribiendo en su mesa y atascado con el argumento. «No somos lo mismo; ser Ron Lalá es una especie de Quijote dentro de la profesión», asegura Yayo Cáceres, el sexto «beatle» de la agrupación madrileña. ¿Y esto qué significa? Pues miren, al sabio Cide Hamete Benengeli de la novela ellos lo transforman, en un juego lingüístico, en «decide: jamoncete o berenjena». Así son estos cinco ya-no-tan-chavales, incapaces de tomarse en serio a nada ni nadie. «Estamos tan acostumbrados a autorreferenciarnos que no nos ha dado miedo –cuenta Álvaro Tato sobre la responsabilidad de abordar este clásico–. A sabiendas de que los grandes genios siempre están lejos, cuanto más al fondo miras, más lejos puedes tirar la piedra». La suya ha caído en «una road movie delirante y con música en directo». En otras palabras: «En vez de intentar copiar a Cervantes, hemos tratado de ser cervantinos».

«Pasa en general con todos los clásicos. A Don Quijote generalmente se le ve como un intelectual en escena y es mucho más que eso: es un viejo bipolar capaz de la ternura más grande y de estallidos de furia. Es mucho más interesante ese enfoque, o la sabiduría popular de Sancho», asegura Cáceres. Y añade el director, a cuenta del escudero: «Para mí, el reto era cómo hacerlo para, desde la ciudad, meternos en la piel de ese tipo popular».

Lógicamente, no toda la novela entra en esta adaptación. No lo ha hecho en ninguna, y no es ni mucho menos la primera vez que se lleva a escena –ahí están, en tiempos recientes, la de L'Om Imprebís, otra compañía a la que Yayo Cáceres está vinculado–, pero no faltarán episodios como el encuentro con el vizcaíno, el ejército de ovejas, la cueva de Montesinos, el Caballero de los Espejos... Y los molinos, cómo no. «Gran parte del trabajo es la selección; qué cosas dejar fuera y cómo montas los episodios elegidos para que lo que haces siga siendo ''El Quijote''», reconoce Rovalher. Y añade Álvaro Tato, actor y poeta que lleva publicados varios poemarios –con «Cara máscara» ganó el Premio Hiperión– y que se ha encargado de dar forma en un llamativo y trabajado verso a la dramaturgia: «La idea, más que narrar la novela ''comme il faut'', era hacer una especie de poema al ''Quijote'', ''ronlalizarlo'' en una especie de simbiosis, lanzarnos al riesgo, intentar trabajar de manera cervantina. La clave de nuestro trabajo era mirar al libro a los ojos, pero con respeto». Para Echevarría, que se convierte en un Quijote altivo y de mirada perdida, «nos enfrentamos a un tipo que ve cosas que no ven los demás; es la historia de un hombre que no percibe lo que no quiere». Y asegura el actor: «El mayor reto es que el resultado sea creíble y que no se te venga el mito encima».

Muy irresponsables

Por eso, asegura el director del montaje, tiene referentes, cómo no, porque la obra se ha llevado mil veces al cine, el teatro, la ópera, el cómic... Pero prefieren hacerla suya: «Probablemente sea irrespetuosidad y barbaridad, pero no me quedo con ninguna. Nosotros somos muy irresponsables, algo que es muy fundamental para este tipo de cosas».

Más poético que otros montajes anteriores de la compañía, como «Mi misterio del interior» o «Mundo y final», creados a partir de sketches musicales en los que las carcajadas volaban como sus limones alados, este «Quijote» llega tras la anterior incursión de la compañía en el terreno de los clásicos, «Siglo de oro, siglo de ahora (folía)». «Es una continuación temática, una especie de ''spin-off''», bromea Juan Cañas. También han firmado su creación más madura y compleja hasta el momento en todos los sentidos, desde el dramatúrgico al escenográfico, con unas bellas montañas de libros antiguos que ha creado Curt Allen Wilmer y un vestuario anacrónico y muy orgánico de Tatiana de Sarabia. Todo suma, también la música compuestas por el grupo, que esta vez viaja más al Siglo de Oro y la tradición en vez de quedarse en el jolgorio del rock o el rap, como en sus espectáculos más intrascedentes... Eso sí, quedan advertidos sus fans, que los tienen y fieles: no es su montaje más descacharrante, ni lo han buscado. «No va a venir la carcajada. La risa se convierte a veces en un juicio sistemático y permanente. Éste es nuestro primer montaje en el que hay una historia de principio a fin», explica Yayo Cáceres. Aunque matiza al momento el director sobre la episódica novela: «Pero no deja de ser una obra de sketches».

La obra supone el debut del grupo en la CNTC en coproducción con el teatro público. «Es una responsabilidad –reconoce Echevarría–, pero artísticamente nos hemos sentido muy libres». Una llamada de Helena Pimenta, tras ver «Siglo de Oro», fue la que les abrió las puertas. «El acto de confianza de Helena es muy llamativo –prosigue Tato–. Nos ha tratado con un cariño y un respeto alucinantes. Eso nos tranquiliza como creadores». Y lo pone en otras palabras: «Hacer el ''Quijote'' aquí es como si te convoca Vicente del Bosque», añade Rovalher. Pero, más que todo eso, Miguel Magdalena, el alma musical del grupo –él dirige esta faceta y es el cantaor del grupo, aunque todos cantan y tocan algún instrumento u objeto, que de todo sacan sonidos–, tiene claro que «la responsabilidad era seguir siendo Ron Lalá, pasándolo bien, en un entorno en el que nos nos habíamos movido hasta ahora».