Jordi Pujol

Iluminación oportunista

Seis figuras de la vida civil catalana: Jordi Pujol

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Nada de lo que está sucediendo ahora en Cataluña se hubiera dado de la misma manera sin el monomaníaco perfil de Jordi Pujol i Soley (Barcelona, 1930). Para la Historia, quedará como el hombre que pretendía dar lecciones de ética y se le descubrieron varios millones evadidos al fisco. Su padre era de Esquerra Republicana y lo educó en el misticismo catalanista y en el sistema escolar alemán. En ERC hay muchos católicos y Jordi Pujol se dio cuenta muy pronto que, tras la Guerra Civil, la reconstrucción del sentimiento regional de nacionalidades solo podía vehicularse a través de la religión. Todos los demás caminos eran inviables (el liberal, el obrero), pero el mundo católico (con el que ni siquiera Franco se había atrevido) era la única placenta viva donde gestarlo a largo plazo. Al fin y al cabo, la Federación de Jóvenes Cristianos había llegado a tener 18.000 afiliados en 1936. Así que, ya a los 17 años, nos lo encontramos trabajando como voluntario en Montserrat. Por ese camino, definió un catalanismo que mezclaba coraje y fe con actos de desafío propagandístico que terminaron por llevarle a los calabozos franquistas. Armado de ese currículum de resistencia, se dedicó profesionalmente a la política un año después de la muerte de Franco y, subido a la corriente principal de catalanismo que había arraigado en la población, resultó inatacable los primeros años. Ganaba elección tras elección y, con la excusa de construir estructuras propias (que de algo les sonará), creaba bancos, asociaciones, institutos culturales, todos destinados a insuflar dinero para tejer una red clientelar. Pese a la denuncia cada vez mayor de sus escandalosos costurones, el sistema se aguantaría 30 años. A principios del nuevo siglo, resultó evidente que la red colapsaba porque nunca habría el suficiente dinero público como para subvencionar más de media Cataluña. La prensa consiguió llegar por fin hasta los caudales evadidos al fisco y ni el sistema escolar propagandístico, ni los medios de comunicación subvencionados, pudieron maquillar esa realidad. Paradójicamente, el presidente de la Generalidad más longevo en el cargo podía pasar a la Historia como el peor de todos. Al igual que Tiberio con Calígula, su suerte fue escoger un sucesor todavía más inepto: Artur ha hecho más mal en menos tiempo (incluso sin acercarse a una hípica). La imagen que se había fabricado Pujol de un Winston Churchill a la catalana ha caído por los suelos, destruida por él mismo.