Elecciones generales
Albert Rivera: La desilusión del líder que quiso tener la llave de oro
Estará en su salsa. El que gobierne necesitará socios, pero también complicidades en el Hemiciclo. Ha tenido un resultado discreto y está lejos de dar el salto a La Moncloa como quería. Los naranjas tendrán que madurar y hacerse mayores. Es la hora de la política con mayúsculas, de los hechos y no sólo de las palabras
Albert Rivera dio sus primeros pasos en política hace menos de 10 años. A este jovencísimo abogado que trabajaba en el Departamento Jurídico de La Caixa –hoy todavía sigue siendo envidiablemente joven– no le gustaba lo que veía en Cataluña. Se metió en Ciudadanos, entonces un movimiento cívico, de la mano del que fuera su profesor, el catedrático de Derecho Constitucional Francesc de Carreras. Por deseos del destino –la imposible pugna interna decidió a su líder por orden alfabético– salió en el verano de 2006 liderando un partido que en Cataluña era mirado de reojo. Eran los raros, los que ponían en entredicho el ecosistema del catalanismo político que se había repartido el poder desde la Transición.
Los inicios fueron tremendos. Ciudadanos estuvo a punto de desaparecer en dos ocasiones. La división interna, la bisoñez del propio líder y el alambicado equilibrio ideológico –sin clara posición en los temas más allá del asunto identitario catalán– casi dan al traste con el Partido de la Ciudadanía y, por ende, con su líder. Sin embargo, Rivera no se arredró. Rejuveneció la cúpula del partido y se rodeó de fieles que tenían fuerza, ilusión y arrojo. Con estos ingredientes, se convierte en el principal partido constitucionalista de Cataluña, el gran escollo para un independentismo, en horas bajas, que mercadea su futuro con una formación anticapitalista y antisistema.
Desde hoy, Ciudadanos es uno de los partidosde los que depende la política española. Rivera votaba por la mañana en el otrora cinturón rojo barcelonés. Lo hacía en Hospitalet de Llobregat, ciudad que le dio en las autonómicas el honor de ser la fuerza más votada. Zona obrera y antinacionalista que de roja se hizo naranja. Sin embargo, los resultados no han sido los esperados. La campaña se ha antojado muy larga. A Rivera le ha faltado fuelle y las urnas así lo han demostrado. Ciudadanos puede presumir de estar en forma, pero no sólo está muy lejos de ser el primero sino que el otro emergente, Podemos, le ha superado en todo. Al margen de la decisión final que tome el partido sobre la investidura de presidente, Ciudadanos se va a convertir en oscuro objeto de deseo. Los resultados son endemoniados y los votos naranjas serán decisivos en la gobernabilidad del país, aunque en la investidura podrá seguir haciendo tirabuzones. Unos le querrán para dejar en la estacada al PP; otros para hundir al PSOE; algunos para hacer frente común; desde Moncloa se vestirán con sus mejores galas para que sus cantos de sirena seduzcan al líder naranja para que arrulle al recién elegido presidente necesitado de mimos y carantoñas, y, sobre todo, tendrá que huir de los aduladores de nuevo cuño que le deleitarán con lisonjas y agasajos.
Rivera está ante su gran reto político. Todos sus pasos se medirán con pie de rey. No se le permitirá ni un solo error. Su tablero de juego se verá reducido. O estabilidad o montaña rusa. Tendrá que mojarse. Dejar las palabras huecas y pasar a los hechos. «Facta, non verba», como dirían nuestros ancestros. Ha llegado hasta aquí liderando unas huestes a las que les sobran ilusión y ganas. Son los naranjas, pero para muchos electores todavía están verdes. Rivera tendrá que tomar decisiones, definir su ideología, huir de veleidades y dejar las vaguedades. Desde el gobierno o desde la oposición. Tanto da. La aritmética que surge de estas elecciones permite unas mayorías vigiladas por una oposición que tendrá más fuerza que nunca. El que gane necesitará socios, pero también complicidades en el hemiciclo. Rivera se hace aquí un lugar incuestionable en un hemiciclo lleno de vericuetos para pactar reformas constitucionales, reformas económicas o reformas sociales. Todo se deberá pactar al margen del color de la presidencia. Rivera en esto es un maestro y estará en su salsa.
C’s está en su día D, hora H. Hace nueve años, nacía como una amalgama de individualismos en contra del régimen de los Jordi Pujol, Pasqual Maragall, Artur Mas, José Montilla o Josep Piqué. En las generales de 2015 repite la historia, y ha crecido en contra de los Rajoy y los Sánchez, en contra de lo viejo, en su argot. Ahora, tiene el difícil papel de hacer el partido de los que están a favor. Se ha hecho mayor y debe actuar como tal. Rivera sabe que es la hora de la política. La empezará a hacer –de hecho, ya ha empezado– aunque le hubiera gustado guardar la llave de oro de la gran política española. Dice que tiene «ganas de empezar a trabajar». Que no lo dude, trabajo no le faltará y no tendrá un papel secundario. Tendrá un papel protagonista. Sus movimientos serán escudriñados con lupa. Ciudadanos no ha ganado las elecciones, Rivera no estará en La Moncloa, pero todo lo que pase a partir de ahora en España pasará por Ciudadanos, por un partido que ha crecido a velocidad de vértigo y que cierra filas, muchas veces con desmedida veneración, en torno a un líder que tiene todo por demostrar.
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