Crítica de cine
Esculturas vivientes
Director: Park Chan-wook. Guión: Wentworth Miller Intérpretes: Mia Wasikowska, Matthew Goode, Nicole Kidman, Jacki Weaver. EE UU, 2013. Duración: 100 min. Drama.
A medio camino entre un capítulo de «Dexter» y una versión explícitamente incestuosa de «La sombra de una duda», «Stoker» puede parecer en exceso fría y manierista, con sus hermosas transiciones, sus fantásticas rimas visuales –el huevo y el ojo; la melena y un mar de hierba– y su elegancia mórbida, como fuera del tiempo. La extrema violencia de la trilogía de la venganza de Park Chan-wook parece haberse atemperado, y sus detractores dirán que la industria americana le ha cortado las uñas a la bestia. Pero no: hemos descubierto sus raíces góticas, y aunque más pulidos, aparecen los mismos arrebatos, los mismos giros de guión imposibles, los mismos lazos de sangre retorcidos por el amor y la muerte, la misma belleza torturada. Ojalá un diez por ciento del cine americano que se estrena en salas fuera tan radical como «Stoker».
El tío Charlie (Matthew Goode) de este insólito filme tiene algo del Terence Stamp de «Teorema». Es un ángel exterminador que vuelve a casa después de la muerte accidental de su hermano. Es el elemento extraño, el catalizador, el nuevo protector de una casa que parece un jardín botánico presidido por dos estatuas: su sobrina India (Mia Wachikowska) y su cuñada Evelyn (Nicole Kidman). Los tres actores interpretan a sus sonámbulos personajes como si fueran en verdad esculturas vivientes, y su triángulo de atracciones y repulsiones es tan extravagante como una novela de Angela Carter.
La poética de la escritora británica, siniestra analista del deseo femenino a partir de la vulneración sistemática de la mitología de los cuentos de hadas, se reencarna en la fascinante India. Las dos secuencias de su despertar erótico –una en el piano, con su tío; otra en la ducha, un momento de comunión onanista entre Eros, Tanatos y Narciso– son francamente perturbadoras. No estamos tan lejos de «Oldboy», aunque «Stoker» sustituye el enfermo romanticismo de aquélla por un nihilismo determinista. Cuando la Muerte se da cuenta de su poder, transferido desde los genes del pasado, siempre actúa sola.
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