Pedro Sánchez
Alerta en Zarzuela por la “podemización” del PSOE
Los socialistas asumen que no tienen forma de evitar los desplantes o las campañas antimonárquicas de sus socios, a los que necesita para los Presupuestos
Pedro Sánchez ha encapsulado a Podemos en su Gobierno, pero también a los socialistas «pata negra» de su partido. Hasta los más ortodoxos con mando en plaza se han sometido al relato del nuevo tiempo y el también presidente del PSOE, tiene al partido en un puño. «Ya no hay socialismo pata negra. Manda el marketing y el del marketing» es la reflexión que sale, por ejemplo, del PSOE andaluz, sometida al «sanchismo» por supervivencia política.
El PSOE histórico ha desaparecido superado por una nueva forma de hacer política en la que el objetivo de tener el poder vale para justificar casi todo. Las líneas rojas en la política territorial se han desvanecido en cuestión de meses, y lo mismo está sucediendo en otros ámbitos ideológicos o sociales. Sánchez está inventando un nuevo socialismo más elástico en su fidelidad a las esencias socialistas y no hay críticos ni los habrá en tanto no haya intereses electorales y se extienda la percepción de que el socialismo de Sánchez puede perjudicarles territorialmente.
Los efectos de Podemos en el nuevo PSOE de Sánchez preocupan en distintos ámbitos institucionales. No se ve al PSOE sumándose, por ejemplo, a Podemos en ninguna ofensiva contra la Monarquía, pero tampoco saliendo a defenderla. El matiz es importante, sí, pero no desactiva el coste sobre la institución. Las inercias se dibujan con suficiente claridad, aunque haya que esperar a juzgar hechos y no intenciones. Pero de la misma manera que para pisar moqueta Pablo Iglesias ha tenido que renunciar de partida a sus posiciones de máximos, y entrar en el mismo esquema de contradicciones que tanto afeó a la vieja política, el PSOE dejará hacer en muchas cuestiones para no parecer «unos fachas monárquicos». Y esto vale para lo que toca a la Casa Real, pero igual en otros planos.
Los «morados» no desperdiciarán la ocasión de acentuar su republicanismo o su componente ideológico más radical en causas que enarbolan como si fueran suyas, aunque el PSOE «pata negra» lleve años pisando ese camino. De hecho, de las diferencias entre el movimiento feminista socialista y el feminismo radical que representa la ministra Irene Montero saltan ya chispas, y eso que la Legislatura no ha empezado a tomar cuerpo. Motivos en Zarzuela para estar cómodos no tienen y no hace falta ser un sagaz analista político para constatar que este marco es el menos favorable para remar a favor de la consolidación de la Corona. El PSOE tendrá que votar con el PP y Ciudadanos en el Parlamento ante las propuestas antimonárquicas que lleguen a la Cámara, veda que ya ha abierto la CUP. Pero en el PSOE asumen que no tienen manera de evitar ni los desplantes ni los demás gestos de la campaña antimonárquica que impulsarán, o en la que colaborarán, sus socios y representantes de la única mayoría con la que Sánchez puede aprobar sus Presupuestos y avanzar en su agenda social.
Y esos desplantes ya se han producido esta misma semana. El jueves, la Reina asistió a la inauguración de unas jornadas sobre violencia de género y fue el ministro de Sanidad Santiago Illa quien la acompañó, en vez de la ministra de Igualdad, Irene Montero. Tampoco asistió la secretaria de Estado, Noelia Vera. La justificación del partido fue que Moncloa decidió que acudiera Illa. Montero estuvo en «La Sexta». Además, no sentó muy bien en Zarzuela que Sánchez comunicara los ministros al Rey por teléfono. El contrapunto vino cuando la CUP quiso que Felipe VI compareciera por unos supuestos tratos con una compañía saudí de Defensa. Toda la Mesa (incluido Podemos) votó en contra.
A Iglesias no le interesa buscar el conflicto directo con Sánchez, pero tiene otras vías para marcar su terreno dentro de este encapsulamiento diseñado por Moncloa. El contexto le favorece. La tensión catalana no le incomoda, al contrario. Y en la ortodoxia de la política económica siempre podrá decir que no es el responsable porque las decisiones son de ministros de Sánchez. Su batalla estará en no dejarse comer el terreno en colgarse las medallas sociales y, probablemente, como anticipan desde fuera de La Moncloa, ahí estará la guerra más cruenta entre los socios.
En el Gobierno de coalición se reeditará a no más tardar el mismo pulso entre el centro y la radicalidad que han sostenido PSOE y Podemos en los últimos años, según el análisis que hacen dentro del PSOE. Pero la situación del PSOE abre interrogantes nuevos. Sánchez tiene todo el poder, sin contrapesos territoriales y con una dependencia total de un perfil como el de su gran consejero áulico Iván Redondo, que trabaja sobre el principio de que todo se ajusta a las reglas de la mercadotecnia política. La comunicación y el mensaje pueden sobre los hechos, esto como mantra, como bien conocen quienes dentro del PP también «ficharon» en el pasado a Redondo.
Son nuevos tiempos en los que habrá que ver si el presidente del Gobierno pretende anular a Iglesias por el centro u ocupando su espacio más a la izquierda para que nadie pueda acusarle de acercarse a «la España de las tres derechas», ese «enemigo» sobre el que Moncloa, o el todopoderoso asesor, pretenden construir toda la razón de ser del Gobierno progresista.
Por cierto, en la derecha hay una pulsión parecida a ésta, aunque se juegue en la oposición. Se han producido algunos movimientos que hacen que la respuesta de Génova no se vaya a ajustar a los mismos parámetros que habrían tomado como referencia de haberse constituido el Gobierno socialista después de las elecciones de abril. Dentro del PP sigue habiendo quien pide «calle», como Vox, pese al fracaso de la primera convocatoria del partido verde. De momento se ha impuesto el sector que cree que su objetivo debe ser convertirse en la fuerza hegemónica y ocupar el espectro más a la derecha, pero partiendo del centro.
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