Coronavirus

Tomás Gómez: El ejército en Cataluña, a pesar de Rufián

El ejército desinfectando el aeropuerto de Barcelona.
El ejército desinfectando el aeropuerto de Barcelona.Miquel Gonzalez

El último debate del Congreso, con la mayoría de escaños vacíos, daba la medida exacta de los momentos que atraviesa el país. Las medidas adoptadas han sido aprobadas por los principales partidos políticos y se insertan en la línea que ha trazado la Unión Europea y los Estados Unidos, para afrontar no solo la crisis, sino las consecuencias económicas que tendrá.

Nadie puede predecir con precisión el alcance de la recesión que se avecina, porque tampoco sabemos cuánto durará, pero en lo que no hay disidencias es en pronosticar una crisis por lo menos tan dura como la del 2008.

Sobre esto, cabrían varias reflexiones. La primera es que el gobierno debería tirar a la papelera los acuerdos programáticos que alcanzaron Podemos y PSOE porque lo que le toca hacer ahora al ejecutivo es una política de reconstrucción. En cuanto a que eso pueda suponer una fractura política, no debería haber temor, porque lo que les unió no fue el programa, sino el reparto de carteras.

La segunda cuestión que se traslada es en referencia al papel del Estado. Este ha sido el debate desde que en los años ochenta el pensamiento neoliberal ha ocupado la mayoría de tribunas.

Sin embargo, la realidad es tozuda y, después de la crisis financiera del 2008 y de esta crisis sanitaria y económica que estamos viviendo, sería insensato pensar que saldríamos adelante con Estados débiles o casi inexistentes, como defienden muchos pensadores.

Si el ser humano quiere asegurar su supervivencia, el Estado y el sector privado deben suscribir un nuevo pacto económico en el que quede superado el modelo ultraliberal.

Pero, también hay otras conclusiones que todos deberíamos sacar de la pandemia mundial, como por ejemplo que el mundo es cada día más global, que no hay fronteras ni para los capitales, ni para los virus y que la investigación es más efectiva con la colaboración internacional.

Por estas razones suenan tan ridículas las proclamas de los independentistas. Torra entró de pleno en la estupidez pidiendo que el estado de alarma no invadiese las competencias de la Generalitat y las palabras del diputado Rufián en sede parlamentaria son inaceptables.

ERC es responsable de los recortes sanitarios en Cataluña, de anteponer el “proces” a la política social y de pactar con quien colapsó con la corrupción el funcionamiento de las instituciones catalanas. Después de ese curriculum, Rufián no ha indignado más porque estamos todos demasiado preocupados en algo más importante.

El futuro no pasa por un modelo económico que ha fracasado y en un nuevo paradigma sería deseable que los grandes partidos recuperasen el clima de entendimiento, como hizo la Europa de los años cincuenta y sesenta con el acuerdo entre democratacristianos y socialdemocrátas.

Pero tampoco pasa por mentes decimonónicas como las de los independentistas que quieren poner nuevas fronteras.