Coronavirus
Cercanía en horas bajas para la Corona
En momentos como éste la nación tiene especial necesidad de liderazgo. Por eso era de esperar la comparecencia del Rey ante los españoles para hacer visible que no estamos solos y estimular la confianza en las instituciones. Era preciso además que desde su autoridad, como máximo representante del Estado, agradeciera públicamente en nombre de todos y alentara el sufrido trabajo de los sanitarios y del resto de agentes sociales, que, como los informadores, cumplen una tarea imprescindible y arriesgada. Era una comparecencia obligada. La Corona tenía que demostrar su cercanía en estas horas bajas, de inquietud y de tribulación.
Es lo que ha hecho Felipe VI anoche en su mensaje radio-televisado. Le ha tocado esta comparecencia excepcional en un mal momento. A la espantosa crisis sanitaria se ha unido la delicada crisis dinástica, con la renuncia pública a la herencia material de su padre para librar a la institución de cualquier sombra de irregularidad. Se supone que en ningún caso el actual Monarca está dispuesto a renunciar a la herencia política y espiritual de Don Juan Carlos, su padre, cuyo reinado ha sido uno de los más fecundos y provechosos de la historia de España.
Es esa herencia política la que nos puede librar de la quema en crisis como ésta.
En las grandes crisis, como la que estamos sufriendo, acostumbra a subir de nivel el sentimiento nacional, que se suele llamar patriotismo. Y se multiplican los héroes silenciosos, y los admirables movimientos de solidaridad. Basta echar un vistazo a la historia. Ahora lo estamos viendo aquí cada minuto. Los ejemplos admirables se multiplican. La presencia cercana del Rey ayuda a reafirmar ese sentimiento de unidad y el necesario reconocimiento público, en nombre de todos, a esos héroes anónimos. Como se sabe, es en las grandes crisis cuando se conoce el valor y el temple de una persona y de un pueblo. Y al Rey le toca estar a la cabeza del pueblo en los buenos y en los malos momentos.
Alguien con autoridad moral tenía que dar las gracias a tiempo a los servidores públicos y a las gentes del pueblo por esta demostración de humanidad y patriotismo y, sobre todo, tenía que alentar la esperanza del pueblo, abrumado por la nube de noticias oscuras y por la incertidumbre. Alguien como el Rey debía decirnos que saldremos de esta, con el esfuerzo de todos, y que saldremos fortalecidos de esta pesadilla. Hoy la gente está asustada en su encierro obligatorio, desconcertada y desesperanzada. Nunca ha necesitado más que ahora saber que no está sola y que le están contando la verdad. Necesita amparo. Hace tiempo que España sufre una crisis de confianza en la clase política y en las instituciones. La desconfianza no se ha disipado con el tratamiento público del desarrollo de esta crisis. La presencia del Rey acaso ayude a restablecer algo la confianza, cuando más falta hace.
En resumidas cuentas, Felipe VI, en un delicado momento dinástico, ha cumplido el papel que le correspondía. No podía esperarse más de él en las presentes circunstancias. Bastaba con saber que estaba ahí cerca del pueblo en momentos difíciles, en que vienen mal dadas, reconociendo el sacrificado trabajo de muchos y solidario con el sacrificio y el sufrimiento del pueblo. No es poco.
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