Pactos
Una cita obligada
El gran pacto de socialistas, populares y ciudadanos, con un gran gobierno de unidad, tendría el aplauso general y la satisfacción europea
El encuentro del lunes entre el presidente del Gobierno y el jefe de la Oposición era una cita obligada. Nadie entendería que, dada la gravedad de la situación, no tuviera lugar. Otra cosa es el resultado de esta conversación a distancia. No sólo a distancia física, sino también política. Entre Sánchez y Casado no se ha restablecido la mínima confianza mutua. El presidente del PP ha sido ignorado por La Moncloa durante toda la crisis sanitaria. Es normal que se haya resistido ahora a acudir a la llamada. No es adeamás seguro, sino todo lo contrario, que los dos personajes persigan los mismos objetivos ni coincidan en los componentes, instrumentos y objetivos de esa pregonada mesa de reconstrucción nacional.
De hecho, la perspectiva no es muy tranquilizadora. Casado, si al fin se sienta en esa mesa, se va a ver rodeado por los actuales socios del Gobierno de Sánchez, tan denostados por él, con la única presencia amiga de Ciudadanos. La exclusión de Vox, tercera fuerza política, mientras campan por sus respetos los populistas de Podemos, los separatistas de ERC y hasta Bildu, que representan el espíritu de la moción de censura, no parece , desde luego, muy confortable ni operativo. Rufián ya ha pedido que se incluya la cuestión catalana, e Iglesias, miembro destacado del Gobierno, parece, como ha alertado Felipe González, que pretende aprovechar la ocasión para ir desmontando el sistema constitucional vigente, basado en la Monarquía parlamentaria y en la economía de mercado. La exclusión de Vox por razones ideológicas no impide que estemos ante una mesa muy ideologizada en el sentido opuesto. Es natural que el presidente del PP no se encuentre cómodo ante semejante perspectiva. Tendrá en cuenta, antes de comprometerse, los efectos de la composición de la mesa sobre una parte de su electorado, sumamente crítico con el actual Gobierno.
La mayor parte de los electores del Partido Popular no entenderían, sin embargo, que su líder no acudiera a participar en un plan de reconstrucción nacional ante una situación de emergencia. Pero no como figura decorativa y para sacar del apuro en que se encuentra Pedro Sánchez, principal responsable político de la gestión de la epidemia, con el país de mayor número de muertos por habitante. Lo que de veras está en cuestión ya es la continuidad de este Gobierno -cuarteado por dentro- y, de momento, su capacidad de liderazgo para acometer esta complicada empresa. Así que es natural que Pablo Casado no acuda dispuesto a hacer concesiones, y menos a dar carrete y satisfacción a los sectarios socios de este Gobierno, culpable destacados de la situación. Sólo cambiando de socios, el Partido Socialista demostraría sentido de la responsabilidad histórica. El gran pacto de socialistas, populares y ciudadanos, con un gran Gobierno de unidad, sería capaz, con el aplauso general y la satisfacción europea, de acometer con garantías ese gran proyecto de reconstrucción nacional.
Pablo Casado debería tomar abiertamente la iniciativa, ante el desbarajuste del actual equipo gobernante. Tendría que acudir a la cita del lunes con un proyecto completo y bien elaborado. Hace meses que viene ofreciendo al Gobierno de Sánchez una serie de pactos de Estado, sin que haya merecido ser escuchado. El ninguneo ha sido clamoroso, elevado a la indecencia durante la crisis sanitaria. Ahora es el momento de exigir un compromiso público de La Moncloa, antes de seguir adelante. Lleva razón Casado en que las mesas están bien para la foto, pero los grandes acuerdos políticos se hacen en el Parlamento, donde está representado el pueblo. Es tiempo de consenso y de generosidad, pero el ambiente político que se respira hoy en España tiene poco que ver con el que había cuando los Pactos de la Moncloa y la etapa constituyente.
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