Coronavirus

El peligro de la desescalada nacionalista

El mundo del independentismo es insolidario. No caben los ancianos, ni los españoles, ni los catalanes no independentistas, por eso creen que tampoco cabe el Covid19.

AV.- Coronavirus.- Torra a Sánchez en la reunión: "La centralización no ha funcionado"
El presidente de la Generalitat, Quim Torra, interviene en la séptima reunión telemática de presidentes autonómicos con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, sobre la gestión de la pandemia de coronavirus.larazonGENERALITAT DE CATALUNYA

La pandemia del Covid19 hace explícita una paradoja del mundo moderno. La propagación del virus se debe a los movimientos rápidos y constantes de personas y mercancías a lo largo y ancho del planeta pero, por otra parte, no hay muro de hormigón que se pueda construir que impida la propagación de las enfermedades infecciosas.

Lo demuestran Estados Unidos y Reino Unido que en su etapa más nacionalista y aislacionista arrojan estadísticas de contagios y muertes escalofriantes porque las transacciones económicas son internacionales y pretender impedirlo es como intentar contener un tsunami con un decorado de cartón.

El discurso de los populistas y nacionalistas retuerce la realidad. Fue elocuente un tuit de Donald Trump, a finales de marzo, que decía: “esto es por lo que necesitamos fronteras”, obviando que los virus no entienden de pandemias.

Es necesaria la colaboración y el entendimiento internacional para resolver la crisis sanitaria, pero será mucho más necesaria para la reconstrucción económica de gran parte del planeta.

Lo increíble es que, en medio de estos retos, los nacionalismos periféricos catalán y vasco también intentan sacar su tajada particular. Torra, el que hubiese prohibido la asistencia hospitalaria a las personas mayores, si de él hubiese dependido, no ha dudado en exigir la gestión de la crisis de manera autónoma y en criticar que se tomen las decisiones desde el gobierno central para todo el Estado.

Pero el odio independentista es de tal magnitud que hemos escuchado de todo, por ejemplo, cómo la exconsejera de Enseñanza, Clara Ponsatí, a golpe de redes sociales, se burlaba de los madrileños muertos con la frase “de Madrid al cielo” o un despreciable concejal de la CUP que animaba a los catalanes a “toser en la cara a los soldados del Ejército español”.

Los independentistas primero llenan de gasolina la botella y luego la encienden. El momento más delicado de la crisis es la desescalada, porque un rebrote sería extremadamente dramático, en términos humanos y económicos.

Todos los expertos señalan que la solución a la pandemia tiene como condición sine qua non la cooperación internacional y la coordinación científica y política. Eso no cabe en la cabeza de los separatistas, que solo se mueven por la aversión a España y por consignas propias de cualquier integrismo.

El mundo del independentismo es insolidario. No caben los ancianos, ni los españoles, ni los catalanes no independentistas, por eso creen que tampoco cabe el Covid19.

Priorizan el culto a sus símbolos por encima de todo, por eso, obligaron a desplazarse al Senado de España a siete traductores. En una situación de excepción mundial les importa más usar su lengua durante unas horas que poner en riesgo la vida de personas.

Son preocupantes las dubitaciones y cambios de criterio del gobierno, y hay que exigirle rigor y solvencia y un nuevo gabinete de crisis. Pero lo que sería un error es una desescalada protagonizada por los gobiernos autonómicos. Lo que nos faltaba es una nueva embestida de los nacionalismos separatistas, los ciudadanos no nos merecemos esto.