España
La bandera de todos
Es un símbolo de todos los españoles y no se puede pedir permiso, ni perdón, por llevarla dónde y cómo cada uno considere oportuno
Ha escrito Manuel Conthe -magnífico abogado, al que tengo en gran estima- que «siente vergüenza» por la utilización de la bandera de todos en la manifestación convocada por Vox el pasado sábado. Y alude al denominado «efecto Azor» para tratar de explicar una afirmación, a mi juicio, tan poco afortunada. Por alusiones, me veo en el caso de utilizar el derecho de réplica. La bandera nacional es de todos los españoles, ergo mía como tal, y no estoy dispuesto pedir permiso a nadie -y mucho menos, perdón- por llevarla cómo y allí donde me parezca oportuno.
Lo que Conthe denomina «efecto Azor», esto es, que todo lo utilizado por Francisco Franco o su régimen quedó manchado de ignominia para siempre, no es más que un eufemismo para justificar la dosis de sectarismo, o acaso de complejo, que tal invocación encierra. Lo voy a explicar.
En primer lugar, es absolutamente falso que Franco se apropiase de la bandera de todos. Mediante Decreto del 29 de agosto, la Junta de Defensa restableció «la bandera bicolor, roja y gualda, como bandera de España», que había sido sustituida por la Segunda República por la bandera tricolor usada por el Partido Radical Socialista, como rechazo a la bandera que consideraban «monárquica». Franco, al ser designado Jefe del Estado, mantuvo dicha bandera -oficial desde el reinado de Carlos III- y rescató para su escudo la heráldica de los Reyes Católicos con el águila de San Juan, simbolizando la catolicidad del nuevo Estado. Lo que Conthe en su artículo llama despectivamente «gallina franquista» no es sino el escudo de los Reyes Católicos, completado con las Columnas de Hércules (heráldica de Carlos I) y sustituyendo las armas del Reino de Sicilia por las cadenas del Reino de Navarra. La única aportación del régimen del 18 de julio al escudo nacional fue el lema «Una, grande y libre».
En segundo lugar, el «efecto Azor» es sólo una excusa pueril. Nadie ha puesto en cuestión la utilización de los Nuevos Ministerios, la Seguridad Social, las Residencias Sanitarias, los Pantanos, la ONCE, las pagas extraordinarias o el INI, por poner unos cuantos ejemplos, por el hecho de que se debieran a Franco. Tampoco se pone en cuestión la propia Legión Española, de la que fue cofundador. Es decir, que el «efecto Azor» no existe para todo aquello que, en la práctica, puede sernos útil.
¿Qué es lo que sucede con la bandera bicolor? Pues que un amplio sector de la izquierda española -sobre todo la surgida tras el advenimiento de Zapatero- nunca ha tragado con esa bandera porque representa todo lo contrario de lo que defiende. El modelo de la izquierda gobernante es el Frente Popular, de la Segunda República, la Arcadia feliz, el modelo de progreso, un «proyecto modernizador frustrado por la reacción y el fascismo». Cualquiera que contemple las concentraciones de la izquierda puede comprobar la ausencia total de la bandera bicolor y la presencia cada vez más relevante de banderas tricolor, banderas rojas y banderas del arcoíris. Y claro, para hacerse perdonar por el gran público la falta de apego por nuestra bandera, no hay mejor excusa que la de culpar a los que la utilizan, la respetan o la defienden de apropiársela. Y ese discurso tan absolutamente cínico e hipócrita ha hecho mella incluso entre intelectuales centristas de la talla de Conthe, que no han sido capaces de entender que si la izquierda no utiliza la bandera de todos es porque no se ve representada por ella, porque detesta la monarquía y añora una república malograda en manos de la izquierda más sectaria que a punto estuvo de esclavizarnos bajo el yugo comunista, cambiando la bandera tricolor por la de la Unión Soviética. Es falso, por mucho que se repita como mantra, que Franco y su régimen abusaran o se excedieran en el uso de la bandera como seña de identidad, entre otras cosas, porque el Movimiento tenía otras señas más genuinas que nunca se ocultaron. La bandera sólo estaba presente en los actos oficiales, como ahora y los llamados «franquistas» no iban por la vida envueltos en la bandera nacional, entre otras cosas porque nadie la atacaba, porque nadie la quemaba, porque todos en España la respetaban. Basta comprobar que hoy en las calles de Madrid, en los campos de fútbol o en las Plazas de Toros de toda España hay más banderas de España que en los años 60 o 70. Por el contrario, llevar la bandera hoy, se ha convertido en una actividad de riesgo. Hace apenas dos años un hombre fue asesinado en Zaragoza por el hecho de llevar unos tirantes con la bandera de España y una niña catalana fue cobardemente humillada y acosada por dibujarla en su colegio. No hay 11 de septiembre en Cataluña que no tengamos que contemplar indignados cómo nuestra bandera, esa que algunos hemos jurado defender hasta la última gota de nuestra sangre es vejada, escupida y quemada. Y, para terminar, padecemos un gobierno sustentado por partidos golpistas que no ocultan su intención de romper España. Esa es la verdadera razón por la que tantos millones de españoles, votantes o no de Vox, han decidido colgar la bandera en sus balcones, llevarla en sus mascarillas u ondearla en sus protestas, como forma de decirle a este gobierno que España no está en almoneda y que somos muchos los españoles que no estamos dispuestos a asistir en silencio a su desintegración. «Un estandarte no es una bandera si no se ha derramado sangre por ella», reza una placa en el Alcázar de Toledo. Por esa bandera roja y gualda, con el escudo actual o con todos los anteriores, se ha derramado generosamente mucha sangre española que merece que todo español que se precie, de cualquier signo político, la lleve con orgullo, en su corazón y también, por qué no, en sus manos. Los que no quieran hacerlo, no lo hagan, pero no pongan como excusa que otros queramos venerarla.
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