Pablo Iglesias
Pablo Iglesias, un caballo de Troya en el Gobierno
Pablo Iglesias ha aprovechado la crisis sanitaria para presentarse como «el último mohicano» de las clases populares
Pablo Iglesias tensó la cuerda al máximo para llegar al Gobierno y logró auparse a la vicepresidencia, además de situar al frente de tres carteras –Trabajo, Igualdad y Universidades– a personas de Unidas Podemos. Desde el primer minuto, puso en marcha una política de tensión en la coalición para no quedarse diluido en un gobierno de mayoría socialista. Su objetivo, evitar la invisibilidad, que podría tener consecuencias en futuras elecciones.
Con esta hoja de ruta, hizo el primer pulso con la Ley de Igualdad. Se trataba de vestir la nueva ley de morado. No era una ley del Gobierno, era una ley de Podemos lo que abrió las primeras grietas en el recién estrenado Ejecutivo. Y en esto, llegó la pandemia y el estado de alarma. El vicepresidente se puso manos a la obra y marcó perfil para retratarse como «el alma social» del Gobierno, deslizando la idea de que sin Podemos, Pedro Sánchez optaría por soluciones que no tendrían en cuenta a las personas. El vicepresidente se presentaba como el último mohicano de las clases populares azotadas por el coronavirus, como la garantía de que sus derechos serían vigilados por un Ejecutivo que como no era de fiar, él, y sólo él, era el guardián de las esencias.
Para conseguir este objetivo no tuvo reparos en ser «desleal», como ha sido calificado por los socialistas que veían estupefactos cómo se filtraban diferencias en el seno del Ejecutivo, se anunciaban medidas que quedaban abortadas y que daban una imagen de descoordinación en el Gobierno. Para Iglesias esta imagen era soportable porque situaba en el «top ten» a la formación morada, que aderezaba su menú gubernamental con algunas salidas de tono en el Parlamento; porque Podemos era Gobierno, pero también el que izaba la bandera de los más favorecidos. Al mismo tiempo gobernaba y encabezaba la manifestación.
Sin embargo, la estrategia cayó como un castillo de naipes. Pedro Sánchez se afanó en subsanar estas grietas. José Luis Escribá se encargo de frenar las veleidades sobre la renta mínima y marcó los tiempos y los contenidos. Iglesias se quedó sin papel. Y lo que es peor, tuvo que afrontar dos grandes debacles en sus áreas de gestión. Una de la que es directamente responsable, las residencias de ancianos. Otra, el desaguisado en la gestión de los ERTE’s que ha dejado a miles de personas sin cobrar una prestación más que necesaria para su subsistencia familiar. Igualdad y Universidades han pasado sin pena ni gloria, o en el caso de la ministra Montero, con más pena que gloria por alguna declaración fuera de foco que puso al Ejecutivo en un brete.
La pasada de frenada del PP en sus críticas, o de VOX, que le ha acusado de condenar a muerte a miles de ancianos, y la pésima actuación del Gobierno de Díaz Ayuso en Madrid en las residencias, trufada con un cruce de acusaciones con Ciudadanos, ha evitado ponerlo contra las cuerdas, pero lo ha dejado sin margen para decir eso de «aquí estoy yo para solucionar el entuerto». Ciertamente tiene responsabilidades, pero Iglesias se cuidó muy mucho de traspasar las líneas rojas de las competencias autonómicas. Puso 300 millones sobre la mesa y el Ejecutivo llevó a la UME para evitar la catástrofe. Se salvó de la quema, pero está chamuscado.
Su voz también se ha quedado afónica en el mundo sindical. Forzó en el Congreso un acuerdo con Bildu sobre la reforma laboral, con el inestimable apoyo de Adriana Lastra, que levantó todas las alarmas. Por innecesario y por imposible esta reforma «total» porque no hay votos suficientes, ni en el PSOE están por la labor. Nadia Calviño se encargó de aguarle la fiesta y de enseñarle los dientes en esta cuestión, pero también en otras.
Ciertamente hay que echar mano de la deuda y del gasto, pero hay que cumplir con Bruselas. Para colmo, la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, se ha enredado en una pésima gestión de las ayudas sociales. El «aquí estoy yo» se convirtió en un dolor de cabeza que amenaza toda su estrategia.
En unos días, la prueba del algodón. Las elecciones de Euskadi y Galicia. En Galicia el BNG les come la tostada y en el País Vasco sus resultados distan mucho de los obtenidos en los últimos comicios. Una derrota en ambas comunidades, marcará, sin duda, la estrategia morada en los próximos meses. Tendrá que abandonar las veleidades personalistas y convertirse, de verdad, en vicepresidente de un Gobierno de coalición. Asumiendo lo bueno y lo malo.
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