España

La revolución permanente

Si hay que volver a romper con algo, mejor con la manía de empeñarse en no tener pasado. El PP no se ha derrumbado en las encuestas y el futuro próximo permite imaginar un proyecto integrador»

Eutanasia y cesión de remanentes de Ayuntamientos a debate hoy en el Congreso
10/09/2020EUROPA PRESS/E. Parra. POOLEuropa Press

El Partido Popular parece sometido a lo que se podría llamar una revolución permanente. Primero Rajoy invitó a los liberales y a los conservadores a irse del partido, lo que acabó creando una organización de cuadros con los que poca gente podía identificarse. Los escándalos de corrupción le obligaron a cambiar de rumbo, sin definirlo con claridad. La llegada de Pablo Casado significó una ruptura con el marianismo, simbolizada por la designación de Cayetana Álvarez de Toledo para la portavocía del grupo parlamentario. En el camino se quedó un grupo muy importante de gente todavía joven, patriota, conocedora a fondo del Estado y dispuesta a colaborar con la nueva dirección.

Como era previsible desde el primer momento, Álvarez de Toledo, figura muy valiosa para muchos otros menesteres, no servía de imagen y símbolo del Partido Popular: demasiado personalismo, demasiado jacobinismo, demasiado elitismo. Después de la purga que acompañó a su llegada, la salida de Álvarez de Toledo dejaba a Casado poco margen de actuación. No podía contar con aquellos que había desechado antes, ni tenía personal suficiente para organizar de nuevas un grupo a su medida. Así que optó por una combinación, que tal vez pareció prudente, entre su propio equipo y los supervivientes de tiempos de Rajoy. Parece que no llegó a imaginar que el PP arrastraba todavía, de esos mismos tiempos, algún escándalo de corrupción, y no de los menores. Desde que uno de estos ha vuelto a la actualidad, Casado parece haber decidido que encarna un nuevo PP. Como es natural, resulta difícil descifrar a qué se parece, después de tantos cambios y recambios.

El partido Popular es uno de los grandes partidos conservadores o liberal-conservadores (por mucho que le pese a Rajoy) más importantes de la Unión Europea. Le distingue algo muy específico y muy español, difícil de entender fuera. Es un partido de centro derecha que se ha empeñado en no tener historia. Con el corolario de no tener en cuenta ni cuidar aquellos de los que va prescindiendo. Hubo algunos intentos de cambio, esforzados y meritorios. Ocurrieron a finales de los años 90, en particular en Madrid. No tuvieron continuidad. Desde entonces el PP vive en un presente eterno, como si cada instante anulara lo ocurrido antes.

La vertiginosa sucesión de acontecimientos en estas últimas semanas pone de manifiesto las consecuencias de esta actitud. Cualquier partido, incluidos aquellos tan importantes y tan implantados como el PP, está sujeto a crisis, a veces muy profundas. Sobre todo en la actualidad, cuando el tiempo histórico se ha acelerado hasta el punto de obligarnos a desechar ideas que teníamos por evidentes hasta ayer mismo. Precisamente por eso, un partido, en particular un partido de centro derecha, no puede vaciarse en cada nueva circunstancia ni afrontar esta desde cero. Tampoco puede hacer como que olvida a aquellos a los que deja atrás cada vez que intenta arrancar de nuevas.

Tal vez haya quien le aconseje que rehaga de nuevas toda la organización, incluida la sede. Pudo ser un buen consejo hace tiempo. De lo que se trataría ahora sería más bien de infundir seguridad y credibilidad. Si hay que volver a romper con algo, lo mejor sería romper con la manía de empeñarse en no tener pasado. El PP no se ha derrumbado en las encuestas y el futuro próximo permite imaginar y presentar un proyecto integrador. El futuro inmediato, con el debate de la nueva ley de Memoria Histórica, le ofrece la oportunidad de demostrar que está volviendo a ser lo que debe ser.