Violencia de género

“Todo empieza en la infancia. Luego solo repites patrones”

Raquel es una víctima de violencia de género que ya lo sufrió con su padre cuando era pequeña. “Buscaba reproducir mi idea de hogar. Era mi normalidad”

GRAFCVA9969. VALENCIA, 25/11/2020.- El president de la Generalitat, Ximo Puig (c), durante un momento de la concentración celebrada esta mañana ante el palau de la Generalitat y la Diputación con motivo del Día Internacional para la eliminación de la violencia contra las mujeres que ha sido convocada por la Asociación de Mujeres Separadas y Divorciadas, el Moviment Democràtic de Dones y Alanna. EFE/Manuel Bruque
GRAFCVA9969. VALENCIA, 25/11/2020.- El president de la Generalitat, Ximo Puig (c), durante un momento de la concentración celebrada esta mañana ante el palau de la Generalitat y la Diputación con motivo del Día Internacional para la eliminación de la violencia contra las mujeres que ha sido convocada por la Asociación de Mujeres Separadas y Divorciadas, el Moviment Democràtic de Dones y Alanna. EFE/Manuel BruqueManuel BruqueEFE

La historia de violencia de género de Raquel empieza a los cuatro años. Ahí cree que comenzó a “mamar” violencia en casa y el resto de episodios en su vida considera que, simplemente, han sido una consecuencia de todo aquello. Aunque, si rascamos bien ¿por qué su padre era violento? ¿También lo fueron con él? Esas preguntas se hace ahora esta mujer, con 40 años recién cumplidos y una “nueva vida” al lado de una buena persona y con un bebé recién nacido que la tiene agotadoramente feliz. Dice que su padre perdió el empleo y que comenzó a adentrarse en la ludopatía. “No se habla lo suficiente de los problemas asociados que lleva esta enfermedad: destruye hogares enteros”, considera.

Una mala tarde en el juego, violencia asegurada

Al problema del juego se unió el del alcohol y ese combo fatal de una “mala tarde” explotaba en casa. “Pierdes dinero, bebes y al llegar a casa te lías a golpes con tu mujer y tus hijos”. En casa de Raquel había violencia para todos: para su madre, por supuesto, pero también para sus dos hermanos pequeños y, aunque mucho menos, también para ella, la única niña y la mayor de los tres. ¿Por qué? No lo sabe pero lejos de ser un motivo de alegría para su madre, hizo que la cogiera manía. O eso sintió ella que, cansada de esos capítulos incesantes de violencia extrema en el hogar (puertas clavadas en la cabeza de sus hermanos o tener que comer carne cruda son algunos de sus recuerdos), le hicieron abandonar el domicilio familiar en cuanto vio la oportunidad. Apenas tenía 17 años y ya dejaba atrás una adolescencia complicada: días enteros de fiesta sin aparecer por casa y problemas con las drogas. Cualquier escusa era buena para no asomar por allí pero tampoco es que nadie se preocupara por ella. “La pérdida de papeles en casa era algo constante, recuerdos tengo muchos pero supongo que intentas bloquearlos”, explica esta mujer que destila cero odio y una serenidad llamativa para su proceso vital.

Secuelas incurables

“También recuerdo violaciones hacia mi madre y agujeros en las puertas de encerrarnos en un cuarto y él tratar de acceder a nosotros. Cuando hablamos de la violencia de género focalizamos en las mujeres que lo padecen pero ¿y los hijos? Es terrible cómo vive esa escena una mente que se está formando. Las secuelas son más difíciles para quien lo vive de pequeño”, sostiene. Una vez ella fuera de casa, sus padres se divorciaron, no muy común para aquellos últimos años de la década de los 70 en España. Su hermano si le confesó, ya de adulto, que se sintió como si les hubiera abandonado. De hecho, ella hacía el rol de adulto porque su madre no se defendía bien con el papeleo. Raquel matriculaba a sus hermanos en el colegio, les acompañaba a clase... Ese tipo de cosas que hacen los “mayores”.

“Al irte tan joven, empiezas todo demasiado pronto y fui madre de los 20 años pero antes ya siempre tuve relaciones tóxicas, con agresiones físicas importantes además de sumisión total”. Cree que “de alguna manera” ambos perfiles “se buscan”. “Yo, a priori, puedo parecer fuerte y muy capacitada pero ellos saben detectar porque es que ha sido el 100% de mis parejas”, reconoce.

“Buscas reproducir un hogar”

Raquel dice que ella, lo que buscaba quizás de forma inconsciente, era “reproducir un hogar”. “Me basaba en lo que vi en mi casa. De una casa de violencia, van a salir más casas de violencia. Mi hermano también me ha reconocido que a veces teme reproducir las reacciones de mi padre”. Pero todo cambió cuando fue madre, Ahí, algo le hizo clic y dejó de tener parejas: “Temí que esa mano larga pudiera llegar a mi hijo y mi instinto maternal me salvó. Lo que contigo sí permites, con tus hijos no”. Por eso ella lanzaría un mensaje a todas esas mujeres que dicen aguantar relaciones tóxicas por los niños, cuando debería ser al contrario: “El hecho de no finalizar esa relación de violencia supone condenar a los niños a vivir situaciones horribles que repetirán en la edad adulta y así no finaliza nunca el bucle”. De hecho, ella se pregunta: ¿Cuándo empezó todo? ¿También mi padre vio violencia en su casa? Es algo que probablemente nunca le pregunte a él porque, a pesar de que ha logrado seguir manteniendo una relación con él, tampoco se habla del tema. “Siento cierta lástima por él, no sé por qué ni si es normal esto pero es así. No siento odio. Entiendo menos a mi madre, fíjate. ¿Cómo permitía que le hicieran esos a sus hijos? Y mis tíos ¿Cómo no le plantaban cara dos hombres a mi padre viendo lo que hacía con su hermana y sus sobrinos? Son cosas que, como no entiendo, no puedo perdonar”.

Señales: sexo muy particular

Raquel recuerda que los golpes no llegan de la noche a la mañana. “El primero ya tiene un trabajo previo detrás”. Para entonces ya está digerido el corte paulatino con la vida social: menos salidas con las amigas, el tipo de ropa que llevas... “Es todo muy sutil y él se acaba convirtiendo en todo tu mundo. También se mantiene un tipo de sexo muy particular: casi sin previos, sin cariño, muy agresivo”, explica Raquel. Todo es lento y progresivo pero ella tiene claro que ya veía marcada de casa: “Si he sido maltratada es porque primero he sido hija de un maltratador. Aquello era mi normalidad, mi zona de confort”, reconoce, “aunque eso significara dormir con el lobo”. “Al final no tomé la decisión por mi. Lo hice por mi hijo. Por mí misma no encontré los motivos para romper con aquella dinámica”.

Ella resalta la cantidad de derechos que hoy sí tenemos y que permite a las mujeres que sufren esta lacra salir del pozo aunque no tengan a nadie ni nada en el mundo. “Puede que si esta historia pasara hoy y no hace 40 años, no sucediera de la misma manera: ahora hay recursos, no somos conscientes de todo lo que tenemos. Mi madre me lo dice: ¿dónde iba yo con tres niños? Tiene toda la razón pero, aun así, no acabo de entenderla”.