Rebeca Argudo

La coalición: enemigos íntimos

Con la crisis de Ucrania se han destapado las miserias en Moncloa

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, durante el debate de Presupuestos en el Congreso
Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, durante el debate de Presupuestos en el CongresoJesus G. FeriaLa Razón

Cuando la anomalía es el entendimiento y la discrepancia es la normalidad, como un viejo matrimonio que no tira, ya no asombran las tensiones y casi asiste uno a ellas como a la contemplación desidiosa de un capítulo veinte veces visto de Friends, que son todos. Ahora es la crisis de Ucrania, pero podría ser cualquier cosa: del color de las cortinas al lugar de veraneo, de la visita de tu madre, amor, a la gestión y reciclaje de los residuos del hogar. Esto no funciona y, si no funciona, no funciona. Y se nos está notando.

No nos puede sorprender, digo, que Podemos (o Unidas Podemos, o como sea que se llamen ahora) brame «no a la guerra». ¿Qué esperan de una formación tardoadolescente que no sea la consigna de chapa y camiseta? Pues un «no a la guerra», un «mi madre no tiene abrigo porque la tuya se lo ha robado», un «menos misiles y más ferrocarriles», un «debajo de los adoquines está la playa». No vamos a esperar de una asociación universitaria tardoadolescente (Borracha, dinamitera y pancartera) la más mínima reflexión, no fastidien. No estamos para optimismos a estas alturas de la película. Aquí lo inaudito sería la responsabilidad de Estado, el hacerse cargo de que estar en el gobierno implica tomar la mejor decisión para el país independientemente de si esta es, en un momento dado, la que más le gustaría a nuestro votante estándar. Porque uno gobierna para todo el país, no solo para el hincha y el groupie.

Con la crisis de Ucrania se destapan las miserias, si es que no se han destapado antes, atiende. Como burros tirando uno a Boston y otro a California los socios de Gobierno escenifican, una vez más, el desatino. Mientras Sánchez se ofrecía a EEUU como socio preferente –es que te tiene que dar la risa– Podemos enarbolaba la bandera pacifista. ¿Y si hubiese una guerra y no fuese nadie?, parecía clamar un expresidente desnortado que no acaba de darse cuenta de que ya no es nadie. Esa Norma Desmond desciendeescaleras que es Iglesias hoy manifestaba a las claras el «por la paz mundial» de miss Alabama que tan buenos resultados da entre jipis cuarentones en Granada y diseñadores gráficos con sueldo y apartamento paterno en Malasaña. Él no entiende lo que significa cumplir con las obligaciones con la OTAN, es un poner, porque él es un malote y un rebelde. «¿Usted se cree que la gente es tonta?», le espeta, chisgarabís, a la ministra de defensa. Y dan ganas de gritarle «no, Pablo. Ese eres tú».

Mientras la lista de los desencuentros ente los socios de gobierno crece, como si fuera la lista de grandes fracasos del diálogo o el greatest hits del despropósito, lo cierto es que tenemos un país por gobernar y unos gobernantes a por uvas. No nos engañemos: la crisis de Ucrania es solo una muesca más en el revolver de la inoperancia. El matrimonio de conveniencia que componen Podemos y PSOE con el único fin de perpetuarse en el poder, esa suerte de oposición a la oposición en la que han convertido la política en España, no da para más. Asistimos estupefactos al continuo tira y afloja entre una izquiera desligada del ideal y atada a demasiadas servidumbres y una extrema izquierda que no estaba preparada para actuar en lugar de reaccionar. Vamos, que hemos dejado que los niños se sienten a la mesa de los grandes y ahora nos asombramos de que vuelen los ganchitos de lado a lado del mantel y en el vino floten las migas de pan.