Manifestación

Una marcha a favor del castellano, no en contra del catalán

Pocas familias con hijos, pero es difícil exigir heroicidad cuando quien lo va a pagar con el aislamiento es quien más quieres

Faltaba media hora para la cita cuando el gran Xavier Pericay y yo, que llegábamos tras compartir un café y departir sobre la situación del español en las aulas en Baleares, nos sorprendíamos por la afluencia: bastante más de la que esperábamos pero menos de la que deseábamos. Bajo el Arco de Triunfo se apelotonaba un número de gente considerable, pero ambos habíamos constatado, cada uno desde su experiencia, que, por la razón que sea, ha calado en la opinión pública la consigna de que la manifestación era EN CONTRA del catalán en lugar de A FAVOR de un 25% de enseñanza en castellano. Un porcentaje que, convendrán conmigo a pocas ganas que le pongan, no es mucho pedir cuando estamos hablando de la lengua cooficial en el territorio español. Pero da igual, el caso es que en la opinión pública, por la razón que sea, lo que queda es que un número indeterminado de fascistas, no de gente de bien ni de gente a secas, ha decidido manifestarse en contra del catalán en Cataluña. Y eso no es cierto. No seré yo quien determine de quién es la culpa de esto, si de una dejadez o incapacidad de los convocantes para transmitir el sentido de la marcha o una muy buena maniobra de desinformación de los independentistas a la hora de trasladar al gran público su oposición a esta, aun faltando a la verdad. Minipunto para ellos en lo que viene siendo la batalla cultural.

Pese a ello, miles de personas se congregaban para marchar juntas en defensa del castellano en las aulas, que no por la desaparición del catalán, por mucho que se empeñe el separatismo en venderlo así. Sorprendente que las menos fueran familias con hijos, lo comentaba con mis amigos padres y ahora con usted, lector. Uno esperaría que precisamente las familias jóvenes, o no tanto, y mínimamente formadas abogaran por una formación bilingüe y no una imposición xenófoba. Comprendo que es difícil exigir heroicidad cuando quien lo va a pagar, con aislamiento y señalamiento, va a ser quien más quieres, carne de tu carne, inocente criatura. Una cosa es ser valiente tú en la defensa de tus ideas, ancha es Castilla en cuanto a consecuencias, y otra que quien pague el peaje sea tu semilla. Ahí está la jugada maestra: tiene el independentismo secuestrada a nuestra infancia. ¿Quién es el valiente que saldrá a la calle, dará la cara, entregando a su retoño para que le haga la vida imposible el vecino totalitario, el amigo militante, el profesor totalitario? Así las cosas, los más eran jóvenes concienciados y añosos activistas. Indignante, déjenme señalarlo, el uso partidista. Me consta el empeño de la organización por no significarse políticamente, por evidenciar en la marcha lo transversal de la reivindicación y alejarse de la ideología. Pues «misteriosamente» aparecían multitud de banderitas con el emblema de Ciudadanos, ese corazón que combina las banderas de Cataluña, la española y la europea. Ni en un momento así y por una causa superior son algunos capaces de coger su ansia de protagonismo y metérsela por donde les quepa. Qué pena y qué impotencia ese rapiñar protagonismo y tratar de sacar rédito electoralista a la menor ocasión. No menos bochornoso, si no lo cuento reviento, que un Abascal cruzando por en medio de la muchedumbre, aunque metro y medio a babor se encontraba la acera despejada, bajo palio (es decir, un paraguas con la bandera española) y con un acompañante gritando «presidente, presidente» esperando que se contagiara el entusiasmo. Como si yo a mi amiga Paula le grito «guapa y guapa» al salir del baño en El Viti, para que me entiendan. Como estrategia de comunicación le reconozco el mérito: que todos nos enteramos de que llegaba es un hecho. Aun así no consiguió lo que sí conseguía Cayetana Álvarez de Toledo a su llegada: la explosión espontánea de admiración y acogida. De reconocimiento sincero de un público que se había congregado para defender algo tan básico como que la lengua de su país no sea discriminada en su propio territorio y que la ha recibido con los brazos abiertos sin forzarlo ella. También Alejandro Fernández recibía el cariño de los presentes. Desapercibida Cuca Gamarra y torpe la maniobra de aquellos que lanzaron «paperets» con la leyenda «España y Cataluña somos países plurales». ¿Perdón? ¿Disculpe? ¿Países ambos? No. Cataluña es una comunidad autónoma de España, como la Valenciana o como Extremadura, como Cantabria o Canarias. Ni más ni menos. Y flaco favor hacemos a la causa si compramos el marco argumental de un xenófobo separatismo que no pretende más que construir una nación en torno a la imposición de una lengua para separar y discriminar. Y un español, lo contempla nuestra Constitución en el artículo 3, y un catalán lo es, tiene el deber de conocer nuestra lengua y tiene todo el derecho a usarla. No lo olvidemos. Y los puntos dos y tres del mismo artículo (las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos y la riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección) no eximen de cumplir con la primera.

Admirable el esfuerzo de personalidades relevantes y de particulares que han llegado de todos los rincones de España para arropar a sus compatriotas, para decirles «no estáis solos en esto». Clamorosas las ausencias, también es cierto.

Y admirable la sagacidad de tres señoras a mi lado, entenderán que merezcan mi admiración, gritando impúdicamente «nosotras los parimos, nosotras decidimos», un eslogan que tiene el mérito de ser útil y válido para toda manifestación: a favor del 25% de las clases en español, en contra, a favor del aborto, en contra, a favor de la gestación subrogada, del trabajo infantil, de la esclavitud de menores, de su desescolarización…