Alianzas

El PSC rompe el tablero catalán

En solo 24 horas, Illa deshace la izquierda, hace más débil a Aragonés y pone contra las cuerdas a Colau

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, junto a la consellera de Presidencia, Laura Vilagrà, ayer
El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, junto a la consellera de Presidencia, Laura Vilagrà, ayerQuique GarcíaAgencia EFE

Salvador Illa lo ha vuelto a hacer. El 30 de diciembre de 2020 rompió el tablero catalán relevando a Miquel Iceta como candidato del PSC a las autonómicas. Los socialistas mejoraban pero Iceta no superaba los 25 escaños. Illa consiguió 33 y ganó. La alianza independentista se apresuró a cerrar filas y Pere Aragonés fue elegido presidente de la Generalitat. Ahora gobierna sin los que fueran sus aliados de investidura –Junts y la CUP– con solo 33 diputados, sin presupuestos y con las elecciones municipales marcando los tiempos. Por eso, Illa ha tomado la iniciativa y ha vuelto a romper el tablero catalán con tres objetivos: ganar las municipales en Barcelona, ser la primera fuerza en las generales y dar un paso de gigante en las autonómicas, aprovechando la atonía recurrente en la que se ha instalado la política catalana.

El lunes dio el pistoletazo de salida con la renuncia de Jaume Collboni como primer teniente de alcalde de Barcelona y abandonando el consistorio. Era un día buscado que además tiene el amparo de encuestas internas. El candidato está consolidado pero debe marcar distancias con Ada Colau: el PSC debe marcar un perfil de izquierdas propio. Comunes y ERC se lanzaron al cuello de Collboni, en un «remake» del pelotón de los torpes que hicieron lo mismo con Illa, pero no así el candidato de Junts, el exalcalde Xavier Trias, que sufre en silencio el ser el hombre de Puigdemont, y el candidato del PP, Daniel Sirera, que no atacaron al candidato socialista. Solo constataron que el gobierno no funciona. Dijeron lo mismo de Collboni, que soltaba el lastre y abogaba por la «Barcelona del sí», y dejaron la puerta abierta a futuros pactos. Ahora la decisión de ruptura la tiene Colau. El día 1 debe nombrar a Laia Bonet como primera teniente de alcalde, o cesar a los regidores socialistas y gobernar en solitario. En el PSC, tranquilidad. «Ella verá lo que quiere hacer», afirman en lo que se puede entender una invitación a que Colau rompa del todo.

Frente al Ayuntamiento, al otro lado de la Plaça Sant Jaume, el presidente de la Generalitat, Pere Aragonés, esperaba que el apoyo del PSC a los presupuestos cayera como fruta madura. Repitió su estrategia de investidura: primero pactó con los anticapitalistas de la CUP y luego hizo pasar por las horcas caudinas a Junts per Catalunya aprovechando el cordón umbilical del proyecto independentista. La CUP rompió en pocos meses y Junts salió del Ejecutivo dejando una herida abierta que no se ha cerrado. En este escenario, Aragonés empezó la negociación con el socio pequeño: los Comunes de Colau lanzando un guiño a un pacto de ERC y Colau en Barcelona. Primer error. Este pacto no suma en la Ciudad Condal ni siquiera con un hipotética entrada de la CUP, porque ERC se ha visto laminada a la mitad según los sondeos. Segundo error: el pacto con los Comunes no asume ni ampliación del aeropuerto, ni cuarto cinturón –clave para el PSC como infraestructura pero para reconquistar Tarrasa, la tercera ciudad catalana en manos de Jordi Ballart ex alcalde del PSC–, ni eliminación de las zonas protegidas que hunden la industria agroalimentaria del Bajo Llobregat, ni el Hard Rock de Tarragona, ni el contrato programa de Renfe para que la Generalitat abandone el victimismo y gestione las Cercanías. Justo las reivindicaciones del PSC.

Aragonés está jugando al juego del ahorcado y la soga empieza a apretar. Si al final suma un acuerdo con el PSC, los Comunes romperán, o sea los presupuestos no tendrán apoyo suficiente. Según un alto dirigente socialista la negociación va mal porque «ERC no es de fiar» y las previsiones de acuerdo son escasas. «Los presupuestos están en el aire, muy en el aire», afirman. Tercer error. Aragonés aprovechó la cumbre hispano-francesa para pedir a Sánchez que presione al PSC y le diga a Illa que ceda. La respuesta de Illa recordó a un José Montilla diciendo a Zapatero que había pactado con Artur Mas la presidencia de la Generalitat en 2006, «la sede del PSC está en la calle Nicaragua, no en la calle Ferraz». Este movimiento de Aragonés ha sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia del PSC que aguanta cada día la presión de verse señalado como el culpable de que no haya acuerdos. Sin embargo, Illa no tiene prisa. Aragonés sí.

Hoy tendrá que afrontar tres huelgas: sanidad, taxi y enseñanza y es consciente que si no logra los presupuestos la culpabilidad del fracaso será de ERC. Ayer se volvió a reunir con sindicatos y empresarios para presionar al PSC. Dicen los suyos que tienen su apoyo. Se engañan. Sindicatos y patronales quieren presupuestos, pero la responsabilidad de tenerlos es de Aragonés.

Los socialistas «queremos abrir un debate sobre las cosas que hay que hacer y salir del bucle del independentismo», dicen, y consideran que este discurso tendrá acogida en las próximas elecciones.

En 24 horas Illa ha roto la izquierda catalana, acentúa la debilidad de Aragonés y pone contra las cuerdas a una Colau que ve rechazada su gestión por 7 de cada 10 barceloneses. Aragonés dice que el acuerdo está cerca, aunque todo indica que espera un milagro y la realidad le desmiente. Su forma de llevar las conversaciones ha roto la comprensión, la empatía, la confianza y el respeto, elementos fundamentales en un proceso negociador según el teórico de la negociación Howard Raffia. «ERC no es de fiar», sentencian los socialistas, y los presupuestos se alejan un poco más y hacen patente la debilidad y la soledad de Aragonés para regocijo de sus antiguos socios.