Barcelona
Alcaldesa y poetisa sin encanto
A orillas del mar de la cultura, que es el Mediterráneo, se inició una solemnidad para el reconocimiento cultural y se concluyó con un atentado a la cultura. A la cultura occidental y cristiana. Contra ella embistieron aquellos totalitarismos, que hoy creíamos fenecidos, y que siempre han instalado su bárbara tiranía sobre las cenizas de la cultura humana. Alrededor de una pira de libros siempre terminan danzando unos borrachos con camisas pardas. Los artistas críticos con el Presidium desaparecen en furgones negros conducidos por la KGB. Cuando, a mediados del siglo pasado, Ikeda, director de cine japonés, abrió una escuela de actores en Kioto, colocando en su frontispicio la leyenda «El arte y la moral caminan dándose la mano», ignoraba el cineasta que en el siglo XXI aún quedarían por ahí algunos retrasados corifeos de aquella vieja teoría del arte independiente de la moral. Estos nuevos comunistas de laboratorio, bolcheviques-probetas, nos asaetean con iguales tópicos de antaño: ¡Hay que crear una cultura alternativa y comprometida! ¡Hay que constituir vigorosos consejos culturales de resistencia! Son las formas de beatería progresista, las de siempre. Quienes reducen el ámbito del pensamiento y las ideas al círculo vicioso de lo puramente ideológico y estrechamente razonante, sólo tienen una salida pantanosa y deprimente: la del sectarismo. Y terminan adorando a esos falsos ídolos como la nación, la raza, el partido y la clase maniqueamente lanzada contra las demás. ¡Pero si las consecuencias ya las conocimos en el siglo XX! Una estela sangrienta de pluralidades irreductibles, discordias feroces y ruinas sin fin.
La alcaldesa de todos dice estar satisfecha por el alto momento creativo que vive Barcelona. ¡Qué prejuicio tan tenaz hay que tener para dar al arte irreverente y vulgar la excusa de obedecer a las exigencias del público! La poetisa, aspirante a sacerdotisa de Gaia, la diosa de la Tierra, ha declarado que su intención no era ofender. Y como la cultura educa el gusto del público, los testigos del disparate tuvieron ocasión de ser instruidos con palabras como coño o hijos de puta. Pero lo más bochornoso no es su lacayo sectarismo, tampoco su obsesivo deseo de blasfemar contra la religión católica, sólo contra ésta. Lo que resulta una afrenta vergonzosa al arte y a la cultura es la diminuta originalidad temática, la insignificante sensibilidad artística.
* Fundación Cultural Ángel Herrera Oria
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