Gobierno de España
Balance en Génova: «No veo a Rajoy yéndose sin perder unas elecciones»
La dirección y los «barones» creen que tiene ganas de «seguir peleando lo que haga falta»
La dirección y los «barones» creen que tiene ganas de «seguir peleando lo que haga falta»
«Le veo con muchas fuerzas y con mucho recorrido». Esta frase podría ser de cualquiera de los miembros de la dirección del PP, porque la sensación con la que ayer abandonaron el recinto de la Caja Mágica de Madrid era bastante unánime. Pero que su autor fuese alguien muy cercano al presidente del Gobierno, que está con él en el día a día, y con capacidad de escucharle y de que Rajoy le escuche, da más valor a esta sentencia. Como conclusión no ya de lo que piensa el partido de Mariano Rajoy tras este Congreso, sino de lo que piensa él realmente del cónclave que ayer clausuró con un discurso en el que fijó sus dos prioridades. Por un lado, agitar la bandera del diálogo para intentar mantener la legislatura, y, si no puede, para no sufrir desgaste por el bloqueo. Y su segundo objetivo es evitar que se celebre el referéndum de independencia en Cataluña.
Rajoy ha jugado en este Congreso sin arriesgar nada ni en el equipo ni en los debates. El ruido justo para no molestar a nadie ni sembrar la semilla de alguna discordia entre los suyos o con su militancia ahora que que por primera vez ha podido disfrutar de un cónclave como el que han celebrado este fin de semana, sin voces críticas internas ni sobresaltos en la agenda. Muy lejos ya quedan aquellos otros congresos en los que tenía que competir en su discurso con el ex presidente del Gobierno José María Aznar, para siempre perder ese pulso dentro de un partido todavía acostumbrado al recio liderazgo de Aznar. En este Congreso, Aznar ni siquiera ha estado en la mente de los asistentes, aunque Rajoy, por aquello del que no digan, hizo ayer el gesto de poner en valor su gestión al frente del PP y la herencia que dejaron sus Gobiernos.
La realidad «bien entendida», para que no se vengue, como aludió en su discurso del sábado, es que hoy puede afirmarse que con su estilo de liderazgo, sin las formas combativas de quien le nombró su sucesor, y bajo el principio de que decidir también es no tomar ninguna decisión, Rajoy ha ido haciendo desde 2004 un partido a su imagen, sin críticos y sin ni siquiera haber permitido que despunte un candidato o candidata a sucederle ungido de antemano de ese poder. El presidente del Gobierno no quiere seguir el ejemplo de Aznar «de una sucesión en vida», sostiene uno de sus asesores en Moncloa. Y hasta ahora todos los pasos que está dando van justo en esa dirección de separarse del modelo sucesorio de Aznar. Este XVIII Congreso Nacional ha sido una buena muestra de ello. El único conflicto real que ha tenido que gestionar ha sido el que afecta a la Secretaría General porque en lo que concierne al debate social sobre las cuestiones más polémicas, como la maternidad subrogada, tenía bien claro desde el primer momento que iba a dejarlo vivir hasta que amenazara con generar una fractura interna. Y antes de eso, la dirección popular disparó la pelota a córner siguiendo la fórmula de Rajoy de que no tomar decisiones, a veces es la decisión más difícil.
Así, este Congreso no pasará a la historia del partido por los cambios en el cuerpo doctrinal ni tampoco orgánicos, más allá de retoques estatutarios para responder a una militancia que como la de las demás formaciones «ya no traga con todo y pide avances», como reconocía antes de que comenzara la cita de la Caja Mágica uno de los responsables de las ponencias que han llegado al Congreso.
Rajoy lo deja todo como estaba, pero los pocos ajustes que hace están cargados de significado. En la dirección y entre los «barones» se ha hecho la misma lectura. «Aquí todos igualados, y con Rajoy dispuesto a presentarse incluso a otro Congreso. No veo a Rajoy yéndose del partido sin haber perdido unas elecciones. De momento, todas las señales que nos está dando es que está con ganas para seguir peleando lo que haga falta», comentaba ayer, antes de iniciarse la clausura, uno de los veteranos del Comité Ejecutivo.
La historia entre bambalinas del ajuste en su dirección que supone la creación de la figura del nuevo coordinador general, al que Rajoy quiso expresamente subrayar sus poderes en su nombramiento, como responsable de Organización y Electoral, confirma que éste ha sido un Congreso en el que Rajoy «no ha dejado que a nadie le crezcan alas con ambición de volar demasiado alto». La ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, quería seguir siendo secretaria general, pese al rechazo interno que esta pretensión ha generado. Y en la Caja Mágica se notó su malestar por el nombramiento de Fernando Martínez-Maíllo como contrapeso, en una relación que amenaza con resultar difícil de encajar. Y posiblemente también, comentaban en el partido, porque no haya conseguido que de la dirección salgan nombres como el del vicesecretario de Organización, Javier Arenas. Pero quienes han defendido que no mantuviera la Secretaría General se marchan también del Congreso teniendo que aceptar que ella siga con un pie en Génova, con el poder que de ello se deriva, aunque el partido lo administre en el día a día Martínez-Maillo. En suma, en esta batalla presucesión todos pierden un poco y el que gana es Rajoy, que es quien realmente manda y seguirá mandando en el PP. Firme, como una roca.
El presidente del Gobierno regresó ayer a La Moncloa con la sensación de que este Congreso le ha servido para dar un paso más en su estrategia de congraciarse con el electorado que en los últimos años le dio la espalda por el desgaste de la gestión de la crisis y de la corrupción. «Aquí nadie quiere moverse, ni PSOE ni Ciudadanos ni Podemos, pero Rajoy no tiene miedo a unas elecciones, y todo lo está dejando preparado por si hubiese que ir a las urnas, y con él como candidato», sentencia un representante del poder territorial popular. Para precisar, a continuación, que en política «mañana siempre está ya está muy lejos». Ciudadanos sigue insistiendo en que tienen un pacto con el PP para que Rajoy no esté más de ocho años. Y Rajoy siempre asegura que cumplirá lo pactado. Aunque los suyos le ven sin caducidad en el horizonte.
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