Entrevista
Benigno Pendás: «Es un grave error que volvamos a las viejas tesis proteccionistas»
Presenta el segundo tomo de su Biografía de la libertad, donde analiza, entre otras cosas, la «decadencia» española
Benigno Pendás (Barcelona, 1956), jurista, presidente de la Real Academia de Ciencias Políticas y Morales y letrado de las Cortes Generales, ha publicado el segundo volumen de su obra Biografía de la libertad (II) (Tecnos). Este tomo está centrado en el Barroco y el siglo XVII.
En este volumen se centra en el siglo XVII, un siglo de pérdida de hegemonía de España y surgimiento del Barroco. ¿Qué vinculación se puede trazar?
La decadencia de España en el siglo XVII es indudable vista desde la condición de primera potencia, pero todavía estamos ante un Imperio universal que funciona razonablemente bien en las dos orillas del Océano. En lo cultural, produce el Siglo de Oro, nada menos. Incluso en lo militar, los cuadros del Salón de Reinos (espero que avance rápido el gran proyecto de ampliación del Museo del Prado) demuestran que las armas de la Monarquía eran capaces de victorias importantes, como en Breda o en Bahía. No soy esencialista: el Barroco es parte de nuestra Historia (y también existe en otros países), pero no una seña de identidad «eterna». Disfrutemos de ello, por tanto, como de otros grandes estilos del Arte y la Literatura. No hay que dejarse llevar por los tópicos: en el libro recojo una larga lista de adjetivos peyorativos contra el barroquismo, pero hay que tomarlos como parte de una polémica académica y no como verdades indiscutibles.
Asegura que España atraviesa un siglo XVII «decadente, pero resistente». ¿Qué significa? ¿Se pudo haber evitado la decadencia? ¿Cree que la dinastía de los Austrias favoreció más a la actual Holanda que a España?
Esa decadencia relativa, insisto, se pudo gestionar mejor. Pero hoy día los historiadores ponen en valor a los denostados Austrias «menores» y a políticos como el Conde-Duque de Olivares. Se intentó al menos convertir al monarca en un genuino Rey de España en el ámbito interno, como ya lo era en el plano internacional. Eso sí, falló, por culpa de todos, la conexión entre Madrid y Viena, dando así facilidades a la Francia absolutista de Richelieu y Mazarino. Holanda, admirable República burguesa, tuvo entonces su gran momento, pero no dejó huella perdurable en la Historia universal.
¿Considera que la evolución de España, Holanda y Francia en el siglo XVII es determinante para explicar la realidad económica actual?
La vieja tesis de Max Weber sobre la relación entre protestantismo y capitalismo es tan brillante como discutible. El «espíritu» de unos y otros países permanece, pero las coyunturas cambian. Claro que el XVII supone el despliegue de la Ciencia como fundamento de la Modernidad, y ahí España, aunque no faltan aportaciones valiosas, pudo hacer más, como se demostró en el XVIII con la Ilustración. La dualidad Norte-Sur en la cultura europea es una tendencia, no un dogma de fe.
Con la perspectiva del siglo XXI, ¿qué cree que se puede salvar del siglo XVII español?
Más que «salvar», creo que se deben estudiar los temas de forma rigurosa y objetiva. La cultura española del XVII merece un sobresaliente; en política, la inevitable decadencia (todas las potencias caen algún día) se llevó con dignidad; por el contrario, la sociedad y la economía muestran signos de rigidez y estancamiento que costó mucho superar. La aventura americana dio salida a muchas energías individuales, pero la España peninsular echó de menos esa dinámica precapitalista que permitió el progreso industrial en otros países.
Nos habla en su libro precisamente de economía mercantilista en un momento marcado por el proteccionismo. ¿Por qué regresan las ideas proteccionistas en el comercio mundial pese a que comercio libre ha dado grandes beneficios?
Es un grave error volver a las viejas tesis proteccionistas cuando el libre comercio ha sido determinante para el éxito en una economía abierta. Es llamativo que se recuperen ideas muy simples del llamado «mercantilismo» que ya desde el XVII entraron en crisis en Inglaterra y su revolución preliberal. Me acuerdo estos días de aquellos «arbitristas» que ofrecían recetas mágicas para activar la economía (por ejemplo, no cenar un día a la semana y otras ocurrencias peregrinas).
¿Cómo define la libertad? ¿Cree que es un concepto monopolizado por Occidente y, a la vez, ahora puesto en peligro?
«Cada palabra merece una biografía», escribió Ortega, y a ese propósito obedece esta biografía de la libertad. Más que definir, me gusta apuntar perspectivas: en lo personal, la libertad consiste en configurar un proyecto de vida propio; en lo político, la «Eleuteria» de la Antigüedad clásica es la libertad bajo el imperio de la ley, única forma digna de la vida genuinamente humana. La dignidad de la persona es incompatible con la servidumbre: trazar ese camino intelectual es el propósito de este proyecto académico, que continúa con la Ilustración, el fundamento del mundo moderno, ahora cuestionado por desgracia. Occidente, tanto Europa como América, ha ido por delante porque se reúnen aquí las bases espirituales y materiales que sustentan la libertad. Pero hay que cuidarla frente a los radicales de uno y otro signo. La moderación es fuente de vida civilizada y de estabilidad social y económica. No solo hay que predicarla, sino que lo importante es practicarla.
Habla de Cervantes, Shakespeare, Velázquez o Bach. ¿Qué tienen en común?
Los cuatro personajes mencionados y muy pocos más, como Newton, son los genios de aquel siglo apasionante. Cada uno a su manera: Cervantes era un superviviente de mil batallas, con una ironía imbatible; Velázquez fue un cortesano y científico de la pintura, el mejor pintor de toda la historia oculto bajo una personalidad indescifrable; Shakespeare, creador de espléndidos arquetipos humanos, tuvo éxito como empresario burgués; Bach, un músico inspirado día tras día, sin altibajos en su obra imponente, pese a no salir nunca de la vieja Alemania luterana… ¿Qué tienen en común? Un talento fuera de serie solo al alcance de unos pocos. Y, además, cada uno a su manera, todos creen en la libertad y viven su vida más allá del espacio y el tiempo. Son genios porque no se dejan atrapar por los barrotes de su siglo.