Análisis

Consenso y regeneración: el porqué del manifiesto

Son imposibles los acuerdos transversales sobre los grandes temas a partir de la política de bloques

Pedro Sánchez se ofrece al Rey para ir a la investidura y se ve capaz de lograr la mayoría suficiente
Pedro Sánchez se ofrece al Rey para ir a la investidura y se ve capaz de lograr la mayoría suficienteEuropa Press

Con todo lo que estamos viviendo en estos tiempos, da la impresión de que hemos sido raptados por los populismos, los nacionalismos, la crisis, la tergiversación de los conceptos o, entre otras, la disolución de las antiguas certezas en las procelosas aguas de procesos mal llamados democráticos en los que en vez de situarnos en el gobierno de la mayoría, respetando a la minoría o minorías, nos hallamos sujetos a la tiranía de las minorías, que se imponen a la mayoría bajo falsos rótulos de progresismo, pluralismo o diversidad.

Evidentemente, es necesario, en todos los sistemas parlamentarios, que el gobierno se forme a partir de la mayoría y, desde Smend, Hesse y otros teóricos de la segunda postguerra mundial, también es necesario que esa mayoría se obtenga con el método del consenso, evitando una política de bloques, para que la comunidad, toda ella, no sólo una parte, pueda ser gobernada mediante una mayoría de integración. Ello parece haberse olvidado en estos tiempos, difíciles, que estamos atravesando, cuando, ante los recientes resultados electorales, da la impresión de que lo que se trata es de lograr que se forme una mayoría numérica, al modo del peor Schmitt, de cualquiera de los dos bloques en los que parecen querer dividirnos los «opinadores» de turno, dirigida a formar un gobierno que no represente al conjunto de la gran mayoría social sino, en cada bloque, sólo a quienes han votado a los partidos que lo integran.

Cuando se adoptó la Constitución de 1978, integrando a todas las fuerzas políticas del momento, para superar los enfrentamientos y los bloques que jalonaron nuestra historia político-constitucional, se quiso posibilitar la alternancia y facilitar que fuera el mayor acuerdo posible el que conformara las instituciones. De ahí que para la elección de muchas de ellas se precisaran mayorías reforzadas, para garantizar que respondieran a una amplia mayoría político-social. Quienes hoy reniegan de ese carácter integrador no pretenden más que la erosión de las instituciones y, con ello, ir tejiendo los eslabones para la destrucción de ese sistema, que ha sido internacionalmente reconocido como uno de los mayores logros políticos de nuestra Historia. Es también evidente que la Constitución ha de tener una cierta «apertura» que permita su interpretación conforme a las necesidades sociales y que las instituciones que de ella emanan precisan ser puestas al día en múltiples aspectos. Kelsen también lo reconocía, garantizando el procedimiento como garantía. Para que ello pueda legítimamente realizarse, se impone la regeneración de nuestra vida política, cerrando el capítulo de enfrentamientos y de prácticas de estos últimos tiempos, que se sitúan en el filo de la navaja constitucional y buscando el mayor acuerdo posible.

Ello no se obtiene mediante la política de bloques, sino buscando la centralidad, que corresponda a la voluntad de la inmensa mayoría ciudadana que, repetidamente, mediante la serie histórica de resultados electorales y en las tendencias mostradas repetidamente por encuestas y sondeos de opinión, considera que no es mediante el acuerdo con los extremos donde deben encontrarse las respuestas a los problemas actuales, sino que es necesario el restablecimiento del consenso entre los grandes partidos, pues son ellos quienes tendrían que configurar los necesarios acuerdos políticos que se precisan para dar respuesta a los problemas actuales.

Como se constata en el Manifiesto promovido por «Consenso y regeneración», las elecciones a las Cortes Generales han dado lugar a un escenario político complejo, que no otorga mecánicamente una mayoría de gobierno clara. Los dos grandes partidos, PP y PSOE, han crecido en votos y escaños y las demás fuerzas políticas, la mayoría situadas en nacionalismos extremos y populismos, han visto notablemente reducida su representatividad. La gran mayoría social no se corresponde con ninguno de los bloques que apenas podrían numéricamente diferenciarse en unos pocos escaños y que, de consolidarse, aumentarían la tensión y la polarización. La gran mayoría social descansaría, como suele suceder en las democracias de nuestro entorno, en un acuerdo entre los dos grandes partidos, generado por consenso y buscando la regeneración de nuestra política en interés de todos los ciudadanos.

No parece que responda a tales principios formar gobiernos que dependan de minorías cuyo compromiso con la Constitución y la democracia o con la integración en Europa deja mucho que desear. Las políticas resultantes no serían compatibles con el interés general. Y eso no lo decimos los firmantes del Manifiesto, sino que lo afirman y practican quienes, desde planteamientos de exclusión, de negación de la igualdad de todos los ciudadanos, de construcción de ingenierías sociales minoritarias que se pretenden imponer al conjunto de la sociedad, buscan únicamente la satisfacción de sus propios intereses. No vamos a poder abordar esa regeneración institucional, esa puesta al día de muchas de nuestras instituciones, ese necesario consenso político sobre los grandes temas, a partir de la política de bloques. Se impone la búsqueda de acuerdos transversales y la conexión con la gran mayoría social que los reclama. Reconozcamos los logros y los errores. Sólo así podremos avanzar, aumentando la legitimidad de nuestro sistema, dotándole de instituciones sólidas y respondiendo a las necesidades sociales actuales.