Relevo en el PP
De la euforia de Cospedal a la frustración de Maillo
«Gracias, María Dolores, secretaria general, por todo lo hecho por este partido. Por ser una candidata ganadora en Castilla-La Mancha, por ser una ministra excelente, por ser quien ha dado la cara en las peores circunstancias por el partido. Gracias». Los elogios de Pablo Casado en el discurso de presentación de su candidatura ante el plenario del Congreso del PP le dejaron un sabor más que dulce a María Dolores de Cospedal. Un veterano dirigente popular sostuvo que uno de los momentos más relevantes del cónclave fue precisamente ese reconocimiento.
En medio de una atmósfera victoriosa, Casado contó con el empuje de Cospedal para apuntalar su objetivo: el liderazgo del Partido Popular. Ambos habían constatado su sintonía en cuestiones clave, incluida «la misma supervivencia de la organización» si caía en manos de Soraya. Así que la secretaria general saliente dio la consigna de «trabajar por Pablo». Ella, a pesar de la dolorosa derrota en la primera vuelta de las primarias, tenía en sus manos frenar el desembarco de Sáenz de Santamaría en la planta noble de Génova y movilizó sus huestes. Cospedal ha hecho todo lo que podía hacer por Casado y él quiere seguir contando con ella, si es que acepta. No lo ha asegurado a humo de pajas, me consta.
En sus conversaciones, María Dolores de Cospedal ha recibido de Pablo Casado verdaderos signos de simpatía. De hecho, el futuro portavoz del Grupo Popular en el Congreso será de su exclusiva elección, según me relatan fuentes solventes, y para asumir el cargo ya suenan en los mentideros las ex ministras Dolors Montserrat e Isabel García Tejerina. En todo caso, «el premio político lo ha obtenido María Dolores al ver triunfar a Pablo», incidían en el entorno de la ex número dos. Su victoria le ha sabido a gloria a Cospedal, más aún al ver tropezar a su gran rival.
Como se evidenció en el congreso nacional con toda suerte de gestos, Cospedal y Sáenz de Santamaría ya no guardan ni la mínima cortesía. «Hay puyazos que hacen hablar a un mudo», me remachaba un dirigente del partido en Castilla-La Mancha. El anhelo de unidad habrá de sobreponerse a las cuitas internas. Pero eso está por ver. Dependerá de cómo juegue sus cartas Pablo Casado, aunque su lanzamiento como líder del Partido Popular, con un buen margen sobre los «sorayos», le otorga una legitimidad indiscutible.
Fernando Martínez-Maillo trató de aguantar el tipo. La suya ha sido la cara de una derrota de las que duelen. Sin embargo, cada uno de sus gestos delataba una enorme frustración. El coordinador general saliente estuvo prácticamente hasta el final peleando por el triunfo de Soraya. Pudiendo mantenerse neutral, empezó a moverse a hurtadillas, pero poco tardó en quitarse la careta y en usar la maquinaria de la calle Génova en Madrid en beneficio de parte.
Nadie asumirá ya el desaguisado, pero las filtraciones en la recta final de la campaña sobre el supuesto malestar de Mariano Rajoy con los mensajes de Pablo Casado fueron obra suya para perjudicarlo. Tampoco dudó en usar el nombre del ex presidente en vano. Fernando Martínez-Maillo olvidó una regla cada vez más clara en estos tiempos: el aparato, concebido como una élite que se aferra como una lapa a sus cargos orgánicos, resta ante las bases. Arranca una nueva etapa en el Partido Popular con todas las letras. Y lo hace con consecuencias. También para Fernando Martínez-Maillo.
En el otro lado está el vicesecretario nacional del PP, Javier Arenas, junto a Soraya Sáenz de Santamaría. Cuando la ex vicepresident del Gobierno decidió luchar por el liderazgo del Partido Popular llamó a Juanma Moreno Bonilla: «Juanma», le indicó, «déjalo todo en manos de Javier». El papel jugado por el veterano político llevó a procurarle a su patrocinada, gracias a Andalucía, la victoria en la primera vuelta del proceso.
Pero erró al no valorar adecuadamente que Pablo Casado salía reforzado para la carrera final. Le fallaron los cálculos. Y su imagen vetusta chirriaba. La ilimitada capacidad de maniobra de Arenas, sus manejos en la sombra, llevaron la división total a las estructuras provinciales y locales. Forzó tanto la maquinaria, que ha dejado sus siglas en las peores condiciones internas para que Moreno afronte un adelanto en otoño de las elecciones autonómicas.
La soberanía que ha gozado durante décadas Javier Arenas sobre el partido en esa región toca a su fin con la derrota de Sáenz de Santamaría. La ex vicepresidenta representaba para él una oportunidad de sobrevivir políticamente y seguir controlando la organización desde la distancia. Difícilmente le seguirá siendo posible. Tiempo al tiempo.
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