Cataluña
Desguazando un régimen
La falta de alternancia en el poder y un sistema clientelar lastran una comunidad en la que «primero estuvo Franco, y luego los socialistas»
La falta de alternancia en el poder y un sistema clientelar lastran una comunidad en la que «primero estuvo Franco, y luego los socialistas»
La frase de Javier Arenas, en una campaña electoral de hace unos años, le sentó como una patada en estómago al partido siempre gobernante. Como cualquier verdad dolorosa: «En Andalucía, primero estuvo Franco y después vinieron los socialistas». El vencedor, aunque con una minoría mayoritaria insuficiente, de las elecciones autonómicas de 2012 había dado en el clavo. A los 36 años de franquismo que padeció toda España, la comunidad autónoma más poblada del país repone ahora casi los mismos de gobernantes del PSOE desde que el 27 de mayo de 1978, Plácido Fernández Viagas fuese nombrado presidente de la Junta Preautonómica de Andalucía. Se trata de la única región en la que aún no se ha producido un relevo en el gobierno. O sea, que tiene toda la pinta de un régimen.
Cualquier colectivo tiene su propia explicación a la pertinacia de Andalucía en la cola de todos los indicadores socioeconómicos de España (y ensanchándose las distancias con sus predecesores): justo los que tienen que ver con su actividad concreta. Si desde el sector financiero se achaca a una economía intervenida, la sociología señala a una población conformista, mientras que un historiador buscará la explicación en el pasado o todo miembro de una asociación de cualquier índole lamentará la inexistencia de nada parecido a la sociedad civil. En el fondo, todos denuncian la voracidad de un poder político todopoderoso y omnipresente fuera del cual se hace imposible cualquier actividad e incluso dificulta la mera disidencia intelectual. Es decir, de nuevo aquello que caracteriza a un régimen.
Para Emilio, auditor de cuentas, «lo terrible es que apenas existe tejido empresarial fuera de la Administración. La Junta de Andalucía es la empresa más importante de la región pero es que también es el primer cliente del noventa por ciento de las compañías en teoría privadas que, al final, resultan que son tributarias de lo público. Concretamente, de la decisión de un político». Acostumbrado a elaborar informes en ayuntamientos de toda la geografía andaluza relata cómo «para optar a un contrato con un municipio gobernando por los socialistas, tienes que ocultar que has auditado a un ayuntamiento del PP», y echa de menos «una mayor cualificación en el personal subalterno. No sólo los responsables son cargos políticos: excepto los secretarios, hasta el último chupatintas ha entrado a trabajar por la vía del carné, lo que hace que, incluso en el caso de que sean honestos, se trate de gente en general bastante mediocre y más dedicada a la trapisonda política que al servicio público. Hay concejales que estoy seguro de que si les digo que las cuentas se cuadran rezando un Padrenuestro, se ponen los tíos de rodillas en un segundo aunque sean de Izquierda Unida».
En su peregrinaje por la Andalucía de la crisis, Emilio ha «visto cosas fantásticas. En un pueblo de 4.000 habitantes, cuyo nombre omitiré, se licitó a favor de un constructor amigo un polígono industrial que habría sido desorbitado hasta para una ciudad de veinte veces más población. Una enormidad. Por supuesto, ni la recalificación de los terrenos ni el contrato de la sociedad de desarrollo local con el empresario cumplían uno solo de los parámetros legales exigidos. En estos casos, según la adscripción política del alcalde, la Junta propicia la suspensión de pagos o arregla el asunto vía transferencia extraordinaria de fondos. El resultado son los miles de naves industriales sin ocupar que hay por todas partes».
En vanguardia de toda esta decadencia, la zarandeada construcción. Un empresario del sector que se define entre los «que gracias a Dios no me hice insultantemente rico porque ahora estaría del todo arruinado», señala también al ejecutivo autonómico como responsable principal del desaguisado. «Con Griñán de consejero de Economía, se fomentó desde la Junta un sistema financiero perverso en el que las cajas de ahorro eran bancos al servicio del poder político. Cada diputación, todas en manos de un PSOE que era imbatible en el medio rural, mantenía a una caja dedicada a financiar cualquier disparate. No hacía falta ser constructor para levantar una promoción de viviendas. Bastaba llevarse bien con alguna delegación de urbanismo, ya sabes a qué me refiero, para que te facilitasen la compra en condiciones ventajosas de terrenos recalificables y te diesen dinero sin freno para construir. Cuando se pinchó la burbuja, se vio que detrás de esas constructoras no había nada. Los incumplimientos con los clientes, las obras paradas y los pufos se cuentan por centenares».
Además del corolario de la contribución decisiva del sector a engrosar un desempleo que supera con generosidad el treinta por ciento. Rubén, escayolista que «trabajada cuatro días a la semana y ganaba más de tres mil euros al mes», malvive con su mujer e hija gracias al sueldo de su esposa como empleada doméstica. «En el mismo colegio, con quince años, nos decían a los alumnos que no éramos muy buenos que para qué íbamos a estudiar con el dinero que se ganaba en algunos trabajos. De lo mío ya no voy a encontrar nada porque obras no hay. Sin estudios ni formación profesional, dime qué hago con treinta y tantos años». No es su caso, porque la solidaridad familiar se lo impide, pero miles de andaluces hacen cola a diario en los comedores sociales, clase media depauperada sin otro modo de echarse a la boca un almuerzo caliente al día. «Y los que no van por pura vergüenza pero se roen los nudillos en casa de pura hambre».
Escritor, sociólogo e impulsor de un foro cívico de debate, Miguel estima que «hay una parte de la ciudadanía andaluza que no ha abandonado la mentalidad letal del franquismo. El régimen anterior, y digo anterior por contraponerlo al actual, también tenía una apariencia democrática que quizás daba menos el pego que éste pero las dos son incompletas. Aquí se vota, sí, aunque sin que haya alternancia, que es la base de la democracia. Eso sucede porque persiste el esquema sociológico que implantó Franco: reducción de Andalucía a curiosidad folklórica, papel que por desgracia los andaluces hemos asumido con agrado, reparto de algunas prebendas para mantener entretenida a la gente y sumisión económica. Es un tópico falso que en esta comunidad no haya sociedad civil ni vida inteligente fuera de la administración, lo que no hay es una burguesía con medios económicos para hacer florecer todo ese potencial latente porque el poder no ha permitido que nada prosperase fuera de su control». Considera, por eso, «más necesario que deseable el cambio de gobierno. Es la única esperanza, aunque viendo la actuación del PP en los ayuntamientos que gobierna se puede uno temer que en cierto modo reproduzcan el esquema si alguna vez llega a la Junta».
Catedrático de historia, Ramón tercia en la conversación para recordar que «a principios del siglo XX, hubo un movimiento burgués interesante en Andalucía. Surgió una industria textil poderosa, había incluso altos hornos... pero la II República y, en efecto, el franquismo terminaron con todo eso. Para apaciguar a los nacionalistas vascos y catalanes, se convirtió a toda España en una colonia económica de esas dos regiones. El separatismo actual obedece a aquella mentalidad perversa porque se contempla a Andalucía como un lastre cuando una Andalucía rica, con sus nueve millones de habitantes y su gran extensión, contribuiría a la riqueza del País Vasco y de Cataluña. ¿Por qué no hay independentistas en Baviera? Son una región geográficamente diferenciada, católicos frente a la mayoría luterana del resto del resto de Alemania, hasta anteayer eran una nación con su propia monarquía y serían una de las economías más fuertes de Europa... pero saben que les va mejor en el seno de un país rico como Alemania». Para Ramón, por tanto, «la solución de Andalucía equivale a la solución de España; pesamos demasiado en el conjunto del país como para que se puedan permitir el lujo de mantenernos en la pobreza».
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