Opinión
Y dicen que creen en la igualdad…
En seis años, el Gobierno no ha hecho nada para acabar con la esclavitud más vieja, más triste y más olvidada: la prostitución
Dice Carmen Calvo que el feminismo no es cosa de hombres. Y ahora la entiendo. La entiendo a la vista del uso que cuando delinquen los suyos hacen del dinero de todos. Pasó en los ERE y con el Tito Berni; pasa presuntamente ahora en el que todavía hay quien llama «caso Koldo» –apuntando como apunta mucho más arriba–, que lo que roban se acaba empleando en mujeres prostituidas. Llega el mes de marzo, eso sí, y la ya presidenta del Consejo de Estado renueva sus votos abolicionistas haciendo creer que para su partido esta es una cuestión vital. Y claro que lo es, pero no para ellos. Porque no han hecho nada en seis años. Porque siguen, siempre que emerge su corrupción, demostrando cómo utilizan a esas mujeres que padecen la esclavitud más vieja, la más triste, las más olvidada. La ministra Ana Redondo también se erige, en sede parlamentaria, en abolicionista de manual, rescatando las medidas que dicen siempre que pondrán en marcha los socialistas pero que nunca llegan y sin condenar enérgicamente a todos los que bajo sus siglas se han convertido en raptores de esa libertad que solo profesan cuando son sus ombligos los que miran.
Dice Carmen Calvo, que también afirmó que «el dinero público no es de nadie» –quizá por eso algunos lo roban–, ahora se despacha con que el feminismo es solo cosa de ellas, de las afiliadas a un partido, el suyo, que desde que gobierna Pedro Sánchez ha conseguido que España descienda en calidad democrática a la vez que en bienestar para quien nace mujer. Quizá sea por leyes como la del «solo sí es sí», que las abandona, o la «trans», que pretende borrarlas. Quizá porque se ríen de todos. Y todas. Lo dijo el presidente: «El feminismo es divertido». Y no. No lo es. Es aguerrido, necesario y valiente; nunca deja a nadie atrás, porque si en algo cree, si algo persigue, es la igualdad. Y la igualdad no entiende de excusas ni distingos ni privilegios. Claro que la primera de las vicepresidentas primeras que ha tenido este gobierno, la misma Calvo, parecía que lo tenía claro cuando aseguraba enérgica que la amnistía, que es el mayor ejemplo de desigualdad entre españoles, no tiene cabida en nuestra democracia porque «suprime uno de los tres poderes del Estado, el judicial». Ahora no, ahora dice que le encaja, no vaya a quedarse sin despacho en el Palacio de Uceda. Aunque, es cierto, cuando lo dijo llevaba mascarilla y nadie sabe si era un ejemplar de los que Koldo endosaba a los ministerios socialistas, ni si tendría algún efecto parecido al del suero de la verdad. Porque entonces confirmó lo que todos sabemos y que se espera de una «jurista de reconocido prestigio».
La que sí se las compró y se las quitaba en bares saltándose el toque de queda que ella misma había impuesto en su comunidad es doña Francina Armengol. Ella sí. Las compró, las almacenó sabiendo que eran defectuosas y ahora dice, más o menos, que no sabía nada. Si fuera así, que lo dudo, no sería menos grave. De quien sí se olvidó pero de verdad, cuando presidía el Consell de Mallorca, fue de esas menores obligadas a prostituirse y que estaban bajo su guarda y custodia. Las olvidó pero estoy seguro de que también ella pasa por abolicionista, aunque se negara a constituir en el Parlament una comisión para depurar responsabilidades. No lo hizo. Prefirió aliarse con los que miran a otro lado por más que haya 45 millones de seres humanos en el mundo víctimas de la trata, la mayor parte mujeres y niñas. No sé a qué manifestación irá esta tarde o si acudirá a alguna –anda desaparecida–, pero, antes que nada, debería pedir perdón a esas que fueron cosificadas, que tuvieron que vivir lo peor de la sociedad, su lado más sórdido, el más oscuro, cuando se creían protegidas por la administración, la suya; a las que después intentaron silenciar.
La que sí sé en qué cabecera estará es la ministra de Igualdad porque lo ha dicho ella. En la que se recuerda solo a las mujeres de Palestina que sufren la guerra tanto como las de Israel. Mujeres palestinas que, como las de Irán y otros países, además, padecen la tragedia ultraortodoxa de aquellos que no las dejan ser ni sentir, que las prohíben actuar como seres libres. Yo estaré como siempre con todas las mujeres, a su lado. Luchando por confirmar sus derechos. Trabajando para que ni una más pierda la vida por esa lacra imperdonable que es la violencia machista. Agradeciéndoles que con su lucha hayan conseguido que todos tengamos más libertad, más derechos. Las había y las hay en todos los estratos, con todas las ideologías y fes. Alzando la voz o asegurándose de que sus hijas puedan elegir, lo que sea. Convirtiendo este país en un lugar mejor. Junto a hombres que nunca hemos dudado de que esta es una causa que a todos interpela y a la que seguimos contribuyendo. Una construcción que lo es todo para todas. Para todos.
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