Afganistán
El último convoy: 150 kilómetros, 12 horas y sólo tres pinchazos
183 militares completan sin sorpresas el peligroso trayecto hasta Herat
Llevaban varios días casi sin dormir, preparando todo el material que se tenían que llevar. Pero a estas alturas, el cansancio ya no les importaba. Ni se acordaban siquiera de que tenían sueño. Y es que, las jornadas previas a la salida del último convoy de repliegue de la base de Qala i Naw, en Afganistán, fueron una suma de nervios y emociones. Los protagonistas de esta historia son 183 militares españoles (y tres intérpretes) que formaban la última compañía que pisó por última vez el acuartelamiento «Ruy González de Clavijo», ése que ha sido bautizado como «El último infante». Ellos han sido los últimos en cruzar esa puerta para no volver nunca más. Y mientras sus blindados se alejaban, desde el espejo retrovisor veían como los efectivos de la tercera brigada del Ejército afgano, los nuevos inquilinos de la base, hacían su entrada en ella. A ellos todavía les quedaban 150 kilómetros hasta llegar a Herat por caminos casi intransitables.
El reloj marcaba poco más de las 3:00 del pasado jueves (hora local en Afganistán) cuando 51 vehículos (37 militares y 14 plataformas civiles) salían despacio de la base. En uno de esos vehículos viajaba el capitán Juan Román Torres, jefe de la Task Force 33, la agrupación táctica del Regimiento de Infantería Canarias 50 encargada de asegurar las zonas por las que transitan los convoyes. Reconoce que las celebraciones por la misión cumplida se dejaron para Herat. A la salida, «silencio». «Estábamos dentro del planteamiento táctico», comenta, lo que no quita que cada uno de los militares celebrase por dentro esa salida. Fue un adiós en el que cedieron el testigo a los afganos. En la puerta aguardaban las autoridades militares y con ellas coordinaron tanto la salida como la entrada. Era, posiblemente, la última vez que iban a verse.
«El viaje, para ser el último, fue muy tranquilo», comenta el capitán, que reconoce que todo se completó «según el horario previsto». «Tardamos unas 12 horas», explica, muy poco si se tiene en cuenta que la media de los 10 anteriores rondaba las 16 horas. Algunos, incluso tardaron hasta 25 horas a causa de las amenazas, pinchazos y demás contratiempos que se presentan en un viaje como este. Pero en esta ocasión «sólo sufrimos tres pinchazos en los camiones civiles», algo que a estas alturas no es un problema, pues «como ya están acostumbrados se arreglaron en 15 minutos».
A partir de ahí, recuerda el capitán que «salvo esos pequeños problemas todo se hizo rápido, casi del tirón». Ni el temido paso de Sabzak supuso problemas, sólo extremar un poco más las precauciones. Pero para ello estaban los helicópteros Tigre sobrevolando el terreno, los vehículos antiminas «Husky» inspeccionando el camino, los aviones no tripulados espiando desde el aire y la unidad de zapadores vigilando cualquier detalle. «Fue como cualquier otro convoy», comenta. Eso sí, pese a ser el último tanto las medidas de seguridad y protección como la tensión de los militares era la misma que en los anteriores... O más.
Pero no hubo sorpresas y a ritmo lento, con pocas paradas, fueron restando kilómetros. Y sin casi darse cuenta, «estábamos en la entrada de Herat». Allí, a las puertas de la Base de Apoyo Avanzado, su meta, los efectivos del convoy «descargaron toda la tensión que llevaban encima y disfrutaron de ese gran momento».
Comenzaron los gritos, los abrazos, alguna que otra lágrima y los cánticos, muchos cánticos: «¡Ya estamos aquí!», «¡Ya se ha acabado!», coreaban mientras gritaban sin cesar «¡Viva España!».
Al igual que el resto de sus compañeros, el capitán Juan Román Torres respiró al pisar la base de Herat. En su memoria y en su retina, comenta, guardará varias cosas. Por un lado, «me quedo con la evolución de Qala i Naw, con cómo estaba en 2007 y cómo se ha quedado ahora». Por otro, en lo que se refiere al convoy, «con las últimas imágenes de los compañeros y las últimas fotos que nos llevamos en la cámara». Pero, principalmente especiales le resultaron dos momentos: «Ver cómo salíamos de Qala i Naw y cómo entraba el último RG-31 en Herat».
Habían pasado 12 horas y ya podían decir «¡Se acabó!». Ocho horas menos de las que deseaba que durase, un día antes, la teniente Tania Tello, jefa del equipo de Zapadores. «Con que sean menos de 20 me conformo», decía.
✕
Accede a tu cuenta para comentar