Pablo Casado
El voto del 155: la campaña pasa por Cataluña
El presidente abraza un discurso «españolista» mientras Casado y Rivera temen que el repunte del desafío soberanista anime al votante de Vox. La campaña pierde el componente ideológico y de enfrentamiento entre bloques.
El presidente abraza un discurso «españolista» mientras Casado y Rivera temen que el repunte del desafío soberanista anime al votante de Vox. La campaña pierde el componente ideológico y de enfrentamiento entre bloques.
Cataluña vuelve a situarse en el centro del eje político y esta vez sí, a diferencia de las elecciones de abril, condicionará una vez más el debate de la campaña y afectará, está por ver cuánto, al reparto de escaños. Es una situación inédita y un contexto que parece bastante volátil, pero en los cuarteles generales de los principales partidos han empezado a revisar su estrategia y los cálculos sobre la rentabilidad de la agenda de campaña. A priori, y aunque suene contradictorio, la sentencia del «procés» y un posible recalentamiento de la agitación catalana puede beneficiar más al PSOE y a Vox que a los demás contendientes. Y esto empieza a medirse en las direcciones de los partidos y está afectando ya al diseño de sus estrategias electorales.
Por paradójico que resulte, viniendo de donde viene el Gobierno socialista –Pedralbes y la mesa de partidos, por citar los ejemplos más polémicos en el «debe» del Ejecutivo de Sánchez–, un recrudecimiento de la tensión puede favorecer a quien está en La Moncloa. Salvo que haga dejación de sus funciones, que no es en absoluto la intención del candidato del PSOE ni tampoco de sus gurús electorales, que saben bien lo que está en juego y tienen ya acreditada experiencia para reinventar a Sánchez según las circunstancias.
Por eso al presidente en funciones se le está colocando la alfombra para que haga una campaña en defensa de España, desde la moderación, pero sin abandonar espacio en el discurso de guardián de la legalidad y de la Constitución. Su posición institucional le beneficia porque ante una situación de crisis, el país mira al Gobierno, así lo dicen los expertos en encuestas, y lo que anticipan desde su entorno es que no va a dejar que le coman el terreno ni PP ni Ciudadanos, «aunque sin caer en estridencias de la derecha que no llevan a ninguna parte».
Al PP y a Ciudadanos (Cs) les queda presionar con el artículo 155 de la Constitución, y recordar que el Gobierno socialista de Navarra salió adelante gracias a Bildu. Pero en Cataluña, ni en el PP creen que insistir machaconamente en la intervención de la Generalitat rente a su favor. No lo ha hecho en el pasado y les consta que en la memoria de su votante no hay un buen recuerdo de cómo manejó su aplicación el Gobierno de Rajoy. De partida preferían una campaña clara, de reivindicación contundente del constitucionalismo, pero sin que pivotase en Vox o en el 155.
En el bloque del centro derecha, tanto en el PP como en Cs asumen que en este contexto Cataluña puede no sumarles, como tampoco benefició al PP la gestión de Rajoy. Hay un voto constitucionalista defraudado con el PP, pero también con Cs. Y esto les coloca en una posición más delicada frente a Vox, porque al final la crisis institucional catalana puede alimentar a esa parte del electorado más a la derecha, más «ultra españolista», que en la radicalidad tomará antes como referencia el discurso anti sistema del partido de Santiago Abascal que el de formaciones que les han defraudado con su gestión, el PP de Mariano Rajoy, o con su manera de manejar su victoria en las últimas autonómicas catalanas, Ciudadanos.
Si Sánchez cree que en función de las circunstancias le beneficia, no dudará en llamar a La Moncloa a Pablo Casado y a Albert Rivera para aprovecharse del abrazo constitucionalista. Los meses de septiembre y octubre serán negativos en empleo, pero Cataluña también puede tapar la ralentización económica. Y éste era un tema que al menos en la agenda del PP entendían que les ayudaba a mantener el viento a su favor. En el principal partido de la oposición creen que a Sánchez no le está saliendo cómo pensaba su estrategia del reparto de culpas, y esto juega a favor de Pablo Casado. Los datos demoscópicos apuntan que, ante la repetición electoral, en el votante de derechas hay enfado; en el de izquierdas, decepción. Y la decepción es más fácil que se traduzca en abstención; y el «cabreo», en movilización en las urnas. El enfado, entonces contra la gestión económica de José Luis Rodríguez Zapatero, fue el que dio la mayoría absoluta a Rajoy en 2011.
Las incertidumbres sobre hacia dónde puede evolucionar la campaña electoral permiten aferrarse al eslogan de que «nada está escrito». Y sobre este principio trabajan internamente en las «cocinas» electorales de las principales fuerzas, aunque todos los datos demoscópicos consoliden las mismas tendencias. Que el PP es el partido que más beneficio puede obtener de estas elecciones, aunque haya debate interno sobre hasta qué punto favorecen a Casado si no hay mayoría de gobierno. La mejoría le consolida como líder de la oposición, pero, a la vez, en el PP destacan que implican perder su «segundo cartucho» demasiado pronto, y que lo que mejor le habría venido sería ganar tiempo «con un Gobierno del PSOE y de Unidas Podemos desgastándose en el imposible ejercicio conjunto del poder».
Otra tendencia que se consolida demoscópicamente es la caída vertiginosa de Ciudadanos. España Suma puede movilizar a la izquierda, o no, pero de lo que no hay duda es de que ha dejado a Rivera completamente fuera de ubicación después del giro del «no es no» a Sánchez. Rivera no tiene más salida que firmar un acuerdo de gobierno con Sánchez tras las elecciones si retiene la mayoría necesaria para sumar, que está por ver. Pero antes tiene por delante el reto de encontrar una posición en esta nueva campaña que vaya más allá de la bandera del 155. De momento, su línea argumental es no a España Suma, y no a Sánchez. ¿Para qué entonces pide el voto?
Y en la izquierda está por ver el efecto Errejón. Pero las tendencias colocan sobre la cabeza de Pablo Iglesias la «espada de Damocles», afectando incluso al futuro de su liderazgo si no resiste la embestida de Sánchez por tierra, mar y aire, con toda la fuerza del aparato de La Moncloa, para enterrarle políticamente.
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