Atenas

En la tumba del Rey Pablo

La Razón
La RazónLa Razón

La primera vez que visité los palacios y casas en los que la Reina Doña Sofía había pasado su infancia y juventud, Tatoi me produjo una sensación extraña. Para empezar no era lo que en España entendemos por un palacio, ni siquiera un palacete. Era más bien una casa de campo, en medio de un bosque, pero que tenía algo singular. En medio de aquellos pinos iban sucediéndose una serie de tumbas, algunas muy sencillas, y otras protegidas por alguna pequeña construcción, donde se habían ido enterrando los reyes de Grecia y a sus familiares.

Efectivamente, desde que en 1871 Jorge I, el primer monarca de la dinastía helena, compró cuatro mil hectáreas a los pies del monte Parmés para construirse un palacete de verano y un cementerio real, situado a unos veinte kilómetros de Atenas, Doña Sofía ha acudido en varias ocasiones con motivo de alguna ceremonia funeraria. Quizá la ocasión más dolorosa fue el entierro de su madre, la reina Federica, el 12 de febrero de 1981, apenas unos días antes del golpe del 23-F.

Fue especialmente dolorosa por lo inesperado, como reflejaron las lágrimas de Doña Sofía durante el entierro.

Cuando mañana la Reina y sus hijos, acompañados por la Princesa de Asturias, asistan a la ceremonia en la pequeña ermita de la Ascensión y hagan una pequeña ofrenda en la tumba del Rey Pablo con motivo del cincuenta aniversario de su fallecimiento, no se tratará exclusivamente de un homenaje familiar. Será también un acto de justicia hacia un soberano injustamente olvidado por la posterior caída de la Monarquía griega, pero que supo dar prosperidad y paz a un pueblo asolado por la Guerra Mundial. Un Rey que influyó en el carácter de doña Sofía y al que, según ella, tanto se parece el Príncipe Felipe.